Él sembró eternidad en el corazón humano
Eclesiastés 3.11 NTV
El ser humano adora. Es decir, rinde culto a quien o a lo que considera superior a sí mismo. Lo mismo adoran los creyentes que quienes se asumen ateos. La diferencia de su adoración está determinada por quién o por qué es el sujeto/objeto de su adoración. Al través de los tiempos se han propuesto diversas razones por las que el ser humano se inclina a adorar. Vulnerabilidad, dependencia, consciencia de lo eterno. Desde la perspectiva de la fe judeo-cristiana asumimos que al ser creados a imagen y semejanza y animados por el Espíritu de Dios, los seres humanos necesitamos mantenernos en comunión con nuestro Creador y, al poseer su imagen y semejanza, tenemos consciencia de la trascendencia de nuestra vida. Esto es lo que el Predicador define con manera tan sencilla al asegurar que Dios sembró la eternidad en el corazón humano. Eclesiastés 3.11 NTV
Al llevar el Espíritu de Dios, este produce en nosotros un anhelo de él. Los Salmos se refieren a este anhelo de diferentes maneras: Una voz interna me dice: ¡Busca a Dios! Por eso te busco, Dios mío. Salmo 27.8 TLAD Dios mío, tú eres mi Dios. Con ansias te busco desde que amanece, como quien busca una fuente en el más ardiente desierto. Salmos 63.1 TLAD ¡Así como el ciervo jadea anhelando el agua, te anhelo yo, Dios! Tengo sed de Dios, del Dios vivo. ¿Dónde hallarlo, para ir a estar en su presencia? Salmo 42.1, 2 NBD Puede ser que, como dice el Predicador, no podamos comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho, lo cierto es que los seres humanos anhelamos algo –alguien-, que trasciende, dirige y fortalece nuestro espíritu.
El ser humano es un ser eusocial. Es mucho más que un ser social, tribal. El término eusocial se refiere a que el ser humano ha sido dotado con una capacidad altruista. Es decir, no sólo es capaz de vivir en sociedad sino hasta de actuar en contra de sí mismo cuando se trata de beneficiar a los otros. Desde luego, debemos aceptar que tal capacidad ha sido erosionada por el pecado y que tiene mucha razón aquello de que Homo homini lupus. Contra la idea de muchos de que, por naturaleza, el hombre es malo, la Biblia nos enseña que, al ser creado a imagen y semejanza de Dios, el ser humano es bueno por naturaleza y que su maldad se explica sólo por el pecado. Pero, también la Biblia dice que, en Jesucristo, hemos recuperado nuestro estado original y, por lo tanto, Cristo mismo nos ha traído la paz… Cristo derribó el muro de hostilidad que nos separaba… Hizo la paz entre judíos y gentiles al crear de los dos grupos un nuevo pueblo para él. Cristo reconcilió a ambos grupos por medio de su muerte en la cruz, y la hostilidad que había entre nosotros quedó destruida. Efesios 2. 14ss NTV
Ahora bien, el elemento más importante de nuestra salvación es que, por Cristo, estamos en paz con Dios. La salvación es un estado, una condición, al que Pablo llama un privilegio inmerecido. Romanos 5.1, 2 NTV En tal estado Dios nos ha dado su Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor. Así que nuestra adoración (nuestro mucho amar a Dios), responde al amor con que él nos ha amado y nos ama. Bien nos recuerda Juan: Como ven ustedes, si amamos a Dios es porque él nos amó primero. 1 Juan 4.19 NTV
El segundo elemento más importante de nuestra salvación es que ahora somos miembros de la familia de Dios, somos iglesia, somos el cuerpo de Cristo. De acuerdo con lo que la Biblia dice, el estado de salvación, la comunión plena con Dios mismo, sólo es posible en el ámbito de la iglesia. Los dones, las capacidades y los espacios de servicio como colaboradores de Dios, se reciben, se desarrollan y se cumplen plenamente en tanto cuerpo de Cristo. 1 Corintios 3 Más aún, de acuerdo con Juan, nuestro amor a Dios sólo se hace visible en nuestro amor a los hermanos. Dice: Si no ama al hermano que tiene delante, ¿cómo puede amar a Dios, a quien jamás ha visto? 21Dios mismo ha dicho que no sólo debemos amarlo a él, sino también a nuestros hermanos. 1 Juan 4.20, 21 NBD
Estos dos elementos: que estamos en comunión con Dios y que somos miembros los unos de los otros, en tanto que somos cuerpo de Cristo, son los que dan sustento a nuestro culto y explican la importancia que tiene el congregarnos regularmente para ofrecer culto comunitario a nuestro Señor.
El culto es la expresión pública que los creyentes hacemos de nuestra fe y, sobre todo, de nuestra adoración –nuestro amar mucho- a Dios. Al reunirnos públicamente damos testimonio de a quien adoramos, revelamos cuál es la causa que explica nuestra forma de vida y convocamos a otros para que también ellos adoren al Señor. Lamentablemente hemos limitado nuestro culto a cuestiones meramente litúrgicas que no siempre resultan congruentes con nuestro modo de vida cotidiano. Y, lamentablemente, también, hemos descuidado el cultivo del sentido comunitario de nuestra fe y de nuestra experiencia como discípulos de Cristo. Quizá nos sobran himnos y nos hacen falta más espacios y alternativas de convivencia. Hechos 2.44ss; 4.32ss NTV
¿Qué pasa si dejamos de congregarnos? ¿Podemos adorar a Dios si no estamos en comunión y trato constante con nuestros hermanos en la fe y compañeros de camino? Quien deja de congregarse rompe, o cuando menos debilita, el vínculo del Espíritu que le une a sus hermanos. Renuncia a la compañía y sale del ambiente en el que sus dones, sus capacidades y espacios de servicio son viables. Deja de ser capacitado y resulta cada vez menos apto para cumplir con la obra del ministerio que le ha sido encomendada. Efesios 4.11ss NTV En consecuencia rompe, separa al cuerpo de Cristo. Le niega a este el beneficio de los dones, capacidades y espacios que le compete aportar, al mismo tiempo que se priva a sí mismo de las bendiciones que ser miembro de la iglesia le significan.
Quien se compromete con, y disfruta de la comunión con sus hermanos recupera su característica eusocial. De manera natural sale de sí mismo y sirve al prójimo. Así hace evidente su amar mucho a Dios y encuentra sencillo y gratificante amar al prójimo como a sí mismo. Es decir, descubre lo que es amar a Dios en espíritu y en verdad. Juan 4.21ss NTV
Termino proponiendo que los modelos tradicionales de nuestros cultos se han vuelto cada vez más menos trascendentes en la vida de los creyentes y de las congregaciones. Que es tarea de la iglesia, de la totalidad de los congregantes en cada iglesia local, el buscar la dirección divina que nos permita descubrir la forma en que nuestras reuniones sean expresión dinámica de nuestra adoración cotidiana al mismo tiempo que punto de partida y de empoderamiento para hacer la vida en el poder del Espíritu Santo. No ahoguemos con nuestros ritos la semilla de eternidad plantada en nuestros corazones.
A esto los animo, a esto los convoco.
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