Amar a los diferentes
Gálatas 5.22-26 TLA
Todos somos diferentes, aunque existen unos que son más diferentes que otros. Por lo general, se trata de terceros; es decir, de los demás y no de nosotros. Esto significa que, generalmente, asumimos la calidad de diferentes en la otredad de terceros. Ello implica que asumimos para nosotros la condición de normales, de los que están bien. En consecuencia, pretendemos que son los otros los que deben acercarse a nosotros, hacer suya nuestra cosmovisión, si es que quieren ser aceptados… y amados por nosotros, los normales.
¡Cuán difícil resulta amar a los que no son como nosotros! ¡Cuán difícil nos resulta valorarlos y asumirlos dignos, merecedores de nuestro aprecio y nuestro respeto! En consecuencia, ¡cuán difícil nos resulta establecer marcos de referencia común que nos permitan comunicarnos con ellos. Es decir, estar dispuestos a privilegiar lo que nos asemeja para así construir una mejor comprensión mutua. Por eso, llama la atención la actitud del Apóstol Pablo que pasa del deseo de que los judaizantes se castren (5.12), a recomendar a los gálatas a acercarse a los que han caído en el error y los traten mediante el cultivo del fruto del Espíritu Santo. Gálatas 6.1,2; 5.26
De acuerdo con los primeros versos del capítulo seis, la razón que Pablo tiene es que quienes han caído en el error se vuelvan a Cristo. RVR dice que los que somos espirituales, debemos restaurar a quien ha caído. El término que se traduce como restaurar significa tanto reparar como volver a equipar, volver a poner en orden. ¿Qué es lo que debe restaurarse, poner en orden, volver a equipar, en aquellos cuya diferencia es que no andan en el camino de Cristo? Nuestra primera respuesta sería: su conducta, las cosas que hacen, aquello que los hace ver diferentes. Sin embargo, mi propuesta es que en realidad se trata de colaborar en el establecimiento o en la restauración de una comunión íntima con Dios y, en consecuencia, con el cuerpo de Cristo, la iglesia.
Nicole C. Mullen, propone que nuestro llamado es vivir para amar a Dios y vivir conforme a su propósito. Para ello, Dios nos ha unido, nos ha mezclado y ha hecho de nosotros algo hermoso para su gloria. Desde su negrura de raza, Nicole nos recuerda que, en cuanto a las relaciones interpersonales, lo importante es lo que subyace en, dentro de, nosotros y no aquellas diferencias que, en el amor y por el amor de Dios, pueden ser superadas, ignoradas y hasta transformadas para que el amor de Dios campee libremente en y entre nosotros. En este sentido me permito proponer a ustedes que son tres las condiciones que podemos desarrollar en el propósito de amar a los diferentes, tal como nos amamos a nosotros mismos.
Nuestra identidad en Cristo. El cimiento del amor a los diferentes es una cuestión de identidad. No de quienes son, o asumimos que son, ellos, sino quienes somos nosotros. Cuando nos relacionamos en función de lo que otras personas son o hace, sólo estamos reaccionando a lo que ellos representan para nosotros. Es decir, hacemos de la oposición el fundamento de nuestra relación. Ponemos algo contra otra cosa para entorpecer o impedir su efecto. Razones de esto son nuestros prejuicios, nuestras fobias y, sobre todo, nuestros temores.
Cuando enfrentamos el estímulo de la diferencia de otros nos asumimos vulnerables porque tal diferencia nos quita el presunto control que tenemos de nosotros mismos y de las circunstancias. Estoy convencido que es este temor el que dificulta tanto nuestras relaciones con las personas que han optado por una alternativa sexual diferente a la nuestra. Sucede algo parecido a lo que nos pasa cuando hablamos con alguien que sufre de estrabismo. ¿Hacia dónde mirar, cómo mirar? Al desconcierto se suma el temor de que la diferencia del otro pudiera contaminarnos y llevarnos a ser y actuar de la misma manera. Sin embargo, la fortaleza de nuestro saber quiénes somos en Cristo -resultado de nuestra comunión con él-, nos provee la certidumbre de nuestra identidad y la capacidad para relacionarnos con los diferentes animados por el amor de Cristo. Y, recordemos, el amor hecha fuera el temor. 1 Juan 4.18,19
La gracia que hemos recibido. Gracia no es sólo el favor inmerecido de salvación que hemos recibido de Dios, también es su amor misericordioso, fuente de gozo, de paz, de amor al prójimo y de un hablar lleno de gracia. Sobre todo, este amor ha ejercido una santa influencia en nosotros, misma que nos ha llevado a Cristo. Somos lo que somos gracias a la influencia -resultado de su presencia- de Cristo en nosotros. No hay mérito en nosotros, a no ser el de haber respondido al estímulo amoroso del Señor, aunque este es también fruto de la misma gracia. 1 Juan 4.19; Efesios 2.8
Dios nos ama. Nos amó aun cuando éramos pecadores. Romanos 5.8 Nuestro ser tan diferentes a él, quien es santo, no le impidió amarnos y hacer del amor el instrumento de su influencia en nosotros. Por ello es que somos llamados a dar de gracia lo que de gracia hemos recibido. Mateo 10.8 El amor de Dios, el ágape divino, es una elección, una decisión. Dios ha decidido amarnos por lo que él es y no por lo que nosotros somos. Gracias a su amor es que nos hace ser lo que somos: dignos, capaces y, sobre todo, aceptados. Amar a los diferentes es una decisión resultante del hecho de que nosotros somos amados aun cuando somos diferentes a Dios, ¡muy diferentes! Y así como Dios sigue siendo Dios cuando nos ama, así nosotros seguimos siendo nosotros cuando amamos a los diferentes, ¡no importa cuán diferentes sean!
El principio de la encarnación. Dios se hizo hombre en Jesucristo y, como hombre, necesitó usar pañales. Lucas 2.12 Nuestro Dios se embarró de nuestra humanidad. Jesús cruzó muchos de los límites que la ley tenía establecidos. Habló con mujeres, una de ellas, samaritana. Juan 4 Tocó a los leprosos. Mateo 8.3 Comió con publicanos y prostitutas. Lucas 7.36ss Murió al lado de dos ladrones. Lucas 23.32ss Etcétera. Y todo ello lo hizo sin dejar de ser él, sin renunciar a su santidad y sin volverse uno de ellos.
El ministerio de Jesús fue uno de fronteras, en el que los límites no siempre estaban claros y, por ello, fue más allá de lo políticamente correcto para mostrar su amor incondicional a todos. Para ser, en efecto, el camino al Padre. Juan 14.1-14 Una de las dificultades que enfrentamos en el imitar a Cristo es que hemos aprendido a buscar la seguridad del centro, de la zona de confort más alejada de las orillas, porque estas nos atemorizan, nos resultan incómodas y nos obligan a arriesgar lo que creemos tener. Sin embargo, somos llamados a realizar un ministerio, una pastoral de fronteras. Como creyentes somos llamados a caminar en la orillita con el fin de poder dar testimonio del amor y del poder de Cristo.1 Corintios 9.19-23
Quien camina en la orillita siempre corre el riesgo de tropezar, de caer. Pero, dado que sigue siendo quien es en Cristo, siempre puede recuperar el paso. Jesús nos manda al mundo. Juan 17.14-19 Es decir, a convivir con aquellos que están alienados de Dios; a vivir bajo las mismas circunstancias, agradables y/o desagradables, que viven todos: los que son como nosotros y los que son diferentes. Pero, nos ha llamado a que en medio de todo ello seamos luz. No mejores, ni superiores a los diferentes, sino portadores del amor de Dios. Es decir, vivir de tal manera nuestra identidad, que al mezclarnos con los diferentes no perdamos la sustancia de nuestra identidad y entonces podamos servirlos en todo.
Quien sabe quién es, quien vive agradecido por la gracia con la que ha sido privilegiado, quien está dispuesto a caminar por la orillita, con los riesgos que ello implica, no tiene ni temor ni recelo ante los que le resultan más diferentes que lo que él o ella es. Es libre y, por lo tanto, capaz de acercarse a los diferentes y estar abierto a que estos hagan lo mismo. Somos llamados a esto. A hacernos vulnerables por amor y a caminar al lado de quienes, como nosotros, son amados por Dios.
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Etiquetas: Amor al Diferente, Gálatas, Homosexualidad y Fe, Pastoral de Frontera, Prejuicios Religiosos
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1 mayo, 2016 a 11:53
AMEN!!..NO OLVIDEMOS Q NOSOTROS TAMBIEN COMETEMOS ERRORES, AUNQUE NO SEAN TAN EVIDENTES COMO EN LOS ADICTOS, PROSTITUTAS, ETC.. Y NO TENEMOS DERECHO A JUZGAR A NUESTROS PROJIMOS, SINO A AMARLOS COMO DIOS NOS AMA, NUNCA NOS ATREVAMOS A CONDENAR A ALGUIEN DICIENDO «CON EL YA NO HAY Q PERDER EL TIEMPO, NO TIENE REMEDIO», OLVIDANDONOS DEL LUGAR, FISICO Y ESPIRITUAL, DE DONDE JESUS NOS RESCATO, ASUMIENDO UN PAPEL DE JUEZ Q SOLO LE CORRESPONDE A NUESTRO CREADOR