Que nada estorbe las oraciones de ustedes
1 Pedro 3.7
No podemos considerar el tema de la hombría bíblica, sin ocuparnos de la importante relevancia de la condición de esposo, del hombre cristiano. Primero, porque desde la perspectiva bíblica el hombre completo es aquel que tiene una esposa y es padre de familia. En segundo lugar, porque en el contexto actual la iglesia enfrenta el reto de que la mayoría de los hombres que forman parte de la misma asuman íntegra, oportuna y adecuadamente la condición de esposos y líderes de la familia a la manera que la Biblia, palabra de Dios, les encarga. Y, en tercer lugar y de mayor importancia, porque el sustento de la hombría bíblica es la relación personal, profunda y creciente que este tiene con Dios y que se cultiva y manifiesta en la oración.
Pedro usa la expresión imperativa: tienen, cuando se refiere a la honra que le es propia a la esposa. Así, el Apóstol reivindica la dignidad de la esposa en un plano de igualdad respecto del hombre. Recupera, entonces, el principio establecido en la creación de Eva cuando indica que esta es ayuda idónea para Adán. En efecto, esta expresión describe a Eva como la que está frente a Adán para complementarlo. Es idónea por cuanto es igual a él, como él, idónea para él y opuesta a él.
Permeados por una cultura machista, tanto los hombres como las mujeres hemos aprendido a pensar que para cumplir con su función de ayudar al hombre, la mujer debe estar en una situación de subordinación ante el mismo. Sin embargo, Pedro indica que la responsabilidad del hombre es tratar a su esposa con entendimiento. Es decir, con el poder para considerar y juzgar sobria, calmada e imparcialmente. Pareciera que el Apóstol toma en cuenta que el deterioro de la relación matrimonial empieza cuando la pareja se deja llevar por sus emociones y hace de estas el factor gobernante de su dinámica relacional. Además, y a riesgo de lastimar a algunos, parece que Pedro toma en cuenta la inmadurez con la que no pocos esposos se miden a sí mismos y con la que tratan a sus mujeres. Víctimas de sus pensamientos ansiosos, sus concupiscencias, asumen que el papel de su mujer es convertirse en la depositaria de sus frustraciones y en el pretexto de sus propios excesos y omisiones. De ahí la importancia del llamado petrino: hombres y mujeres debemos aprender a relacionarnos no de acuerdo con nuestras emociones ni con los condicionamientos culturales, debemos hacerlo a partir del entendimiento que es propio de quienes estamos en Cristo. Romanos 12.2 DHH
La debilidad que se ha impuesto a las mujeres en toda cultura machista se convierte en el espacio de oportunidad para que los esposos las despersonalicemos y las convirtamos en meros objetos a nuestro servicio y disposición. Pedro, sin embargo, asegura que si bien la mujer podrá ser más débil, participa por igual del regalo de la nueva vida que Dios les ha dado. Es decir, la debilidad de la mujer le es impuesta y no connatural a su ser, puesto que tanto por su naturaleza, como por la obra redentora de Cristo, participa en igualdad de condiciones con el hombre del regalo de la regeneración de la imagen y semejanza de Dios con la que ambos fueron creados.
Ha sido necesario hacer las consideraciones anteriores a fin de poder ocuparnos de la última parte de nuestro pasaje: Trátenla como es debido, para que nada estorbe las oraciones de ustedes. Ser hombres al estilo de Cristo sólo es posible estando en él. Este estar en Cristo es fruto de nuestra relación personal, íntima, misma que, como hemos dicho, se cultiva y manifiesta en la oración. La hombría bíblica requiere de, y se logra en la oración. La oración es el medio por el cual nos comunicamos con Dios y el que él privilegia para comunicarse con nosotros. En la oración, la voluntad de Dios se nos revela y su Espíritu nos posee. Estando en nosotros, haciéndonos suyos, es que nos dirige, nos regenera, nos fortalece, nos anima y nos consuela. A mayor oración, más de Dios en nosotros y, por lo tanto, más entendimiento, más poder, más autoridad, más amor y más fortaleza.
Lo que Pedro nos advierte es que un trato individuo a la esposa provoca que las oraciones de los hombres sean estorbadas. Estorbar es: Poner dificultad u obstáculo a la ejecución de algo. Así, Pedro asegura que nuestra relación con Dios, nuestra comunión con él, se hace difícil al grado de que es impedida. Es decir, no cumple con su propósito primordial que es el mantenernos en comunión con Dios.
Ekkoptó, que se traduce como estorbar, significa literalmente, cortar. Una primera traducción sería: cortar la ocasión. Y, como sabemos, ocasión es la oportunidad que se ofrece para ejecutar o conseguir algo. Estar en comunión con Dios no es un derecho nuestro, es la oportunidad que, por gracia, Dios nos ofrece. Así que, en la medida que nuestro trato desconsiderado hacia nuestra esposa aumenta, la oportunidad de la comunión con Dios disminuye. Alguno dirá: pero, entonces ya no es gracia, es merecimiento. No hay tal. Lo que sucede es que la Biblia nos anima a responder adecuada y oportunamente a la gracia recibida, en el entendido que, de no hacerlo, podemos caer de la gracia. Gálatas 5.4; Hebreos 10.26-31
Pero, otra traducción posible nos resulta de mayor beneficio: cortar un árbol. Resulta obvio que para cortar un árbol este debe existir. No podemos cortar el árbol que no existe. Así que la acción de cortar es destructiva por cuanto acaba con lo que ya existía. El tratado indebido a nuestras esposas no sólo estorba el desarrollo de nuestra relación con Dios sino que destruye la comunión ya existente con él. Podemos llegar a la condición en que nuestras oraciones resultan irrelevantes dado que el circuito de comunicación se ha interrumpido temporal o definitivamente. Puede suceder que, como nos pasa algunas veces cuando usamos el teléfono, nosotros seguimos hablando pero Dios ha dejado de escucharnos. O, que Dios nos hable y nosotros no estemos en condiciones de oírlo.
Podemos ver que tratar dignamente a nuestras esposas no es una cuestión que sólo las beneficie a ellas. Sobre todo, se vuelve en una cuestión de interés propio pues al hacerlo así es que nos mantenemos en comunión con Dios, con todo lo que ello significa. Hay quienes han descubierto, lo están haciendo, que viven la suerte de Caín: errantes, solitarios y sin destino. Perdedores de los dones recibidos se encuentran marginados de su esposa, de sus hijos, pero, sobre todo, de Dios.
Somos más hombres y nuestra hombría es más bíblica, cuando tratamos a nuestras esposas con honor. Considerándolas iguales a nosotros en dignidad, aprecio y respeto. Sobre todo, sabiendo que de nuestra relación con ellas depende, en buena manera, que nuestras oraciones sean escuchadas y respondidas. A esto les animo, a esto les invito.
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