Manos Santas
1 Timoteo 2.1-11
Son muchos los pasajes bíblicos que sólo pueden ser aplicados y comprendidos a la luz de la regeneración. Es decir, se trata de pasajes que sólo tienen sentido para aquellos que hemos sido redimidos por la sangre preciosa de nuestro Señor Jesucristo. El pasaje que nos ocupa es uno de estos. Las manos santas sólo son propias de aquellos hombres que han renacido en el bautismo para vivir en, y honrar a, Jesucristo, Señor y Salvador suyo.
Debemos destacar aquí eso de aquellos hombres, pues a diferencia de otros pasajes que pueden ser leídos sin distinción de género aquí la Escritura se dirige preferentemente a los hombres y se refiere tanto a su condición de hombre adulto y, en su caso, a la de esposo o, aun, de futuro esposo.
La expresión todo lugar es también de por sí interesante. Más que referirse al espacio geográfico en el que los hombres se encuentren al orar, se refiere al todo de la vida del hombre cristiano. En efecto, el término topos, utilizado por Pablo se refiere a la condición, la oportunidad que el cristiano está viviendo o enfrentando. Así, lo que el Apóstol recomienda es que el hombre cristiano debe vivir de tal manera el todo y lo particular de su vida de tal manera que pueda levantar manos santas cuando ora. Es decir, debe vivir de tal manera que su vida no entre en conflicto con su oración.
Hosios, el término que se traduce como santas, implica que la vida del hombre esté libre del pecado y de maldad; que cumpla con su obligación moral y que sea piadoso. De entrada podríamos concluir que si así son las cosas, ninguno de nosotros, los hombres cristianos, podemos levantar manos santas. Sin embargo, tal conclusión por más humilde que parezca en realidad es puro cinismo: [pura] desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables. La razón es que quienes, habiendo sido regenerados en Cristo, aducen su incapacidad para vivir una vida santa desconocen un par de consideraciones.
La primera, que Dios nos ha hecho santos al habernos elegido en Cristo. De acuerdo con 1 Pedro 1.14ss, antes de Cristo nosotros vivíamos en pecado por ignorancia, pero ahora sean santos en todo lo que hagan, tal como Dios, quien los eligió, es santo. Pues las Escrituras dicen: «Sean santos, porque yo soy santo». En segundo lugar, que si bien la santidad es un don, también es un compromiso, una obligación contraída, por el creyente. Pedro nos exhorta: Por lo tanto, vivan como hijos obedientes de Dios. No vuelvan atrás, a su vieja manera de vivir, con el fin de satisfacer sus propios deseos.
La gracia de Dios, misma que hemos recibido en Cristo, nos capacita para cumplir con el propósito al que hemos sido llamados: a ser santos como Dios es santo. De entrada, esta expresión implica tanto la pureza, como la consagración que nos es propia. Las manos santas implican el que vivamos dedicados a Dios con suma eficacia y ardor. De esta consagración resulta la pureza, la vida pura. Podemos vivir para Dios, haciendo lo que él ha establecido como lo bueno y negándonos al pecado porque hemos sido capacitados para ello. Y así hemos sido capacitados, entonces toca a nosotros el esforzarnos y el pagar el precio de nuestra propia consagración. En la medida que consagramos a Dios todo lo que somos y hacemos, nuestra vida va siendo cada vez más limpia y propia de Dios. Por el contrario, si cínicamente nos aferramos al: no puedo, al: lo intento pero no lo logro, menos pura y menos agradable a Dios resulta nuestra vida.
En este sentido resulta especialmente reveladora la expresión paulina: sin ira ni contienda. NTV lo traduce así: libres de enojo y controversia. Una traducción literal de enojo es: agitación del alma, emoción violenta. Santiago nos recuerda que el hombre que es de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. Santiago 1.7 Aquí debemos considerar que el enojo es, quizá, el principal factor que impide a los hombres levantar manos santas. Madre de la infidelidad (a Dios y a la familia), es la amargura, la acumulación de elementos que, interpretados a la luz de los conflictos no resueltos del hombre, lo llevan a una condición de disgusto sostenido. Sin embargo, la razón o la sinrazón, es decir los pensamientos, las actitudes y las conductas que son fuera de lo razonable o debido, no se encuentra, inicialmente, en lo que los demás son o hacen. Se encuentra en el hombre mismo.
Pablo dice que los hombres debemos evitar los dialogismos (contiendas, controversias). Es interesante comprender bien el término: Figura que se realiza cuando la persona que habla lo hace como si platicara consigo misma, o cuando refiere textualmente sus propios dichos o discursos o los de otras personas, o los de cosas personificadas. Podemos ver que Pablo no se refiere a las contiendas o controversias con otros, sino con las que el hombre desarrolla en su propia mente.
Thayer define dialogismos como el pensamiento del hombre que delibera consigo mismo acerca de lo que es verdadero. Strong, por su parte, lo define como la disputa interna que duda acerca de lo verdadero o falso animada por la imaginación. Dialogismos es causa y efecto del pecado, de la profanación de nuestra vida. Cuando los creyentes cometemos pecado nos profanamos a nosotros mismos; pero aún, profanamos el templo del Espíritu Santos que somos nosotros mismos.
El dialogismo es animado y fortalecido por la indefinición. Quien va por la vida abierto a las posibilidades, cae en dialogismos. La persona que duda, nos dice Santiago 2.6 NTV, tiene la lealtad dividida y es tan inestable como una ola del mar que el viento arrastra y empuja de un lado a otro. Quien duda se parece a las olas del mar, que van y vienen agitadas por el viento. BLP El hecho de que es el viento el arrastra y empuja, y que las olas van y vienen agitadas por el viento, evidencia que el hombre abierto a las posibilidades pierde el control de sí mismo y de las fuerzas que en su irresponsabilidad ha parido.
¿Qué podemos hacer los hombres para poder levantar manos santas cuando oramos? Quizá lo primero sea dejar de orar. Porque quien ora y pide y no está dispuesto a hacer lo que Dios le revela, corre el riesgo del juicio divino. Pero, por ahora propongo a ustedes que si no podemos levantar manos santas al orar, es tiempo de decisiones radicales. A los hombres que hemos hecho del dialogismo nuestra religión, 1 Pedro 4.3, nos exhorta: Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles. O, como dice NTV: Porque bastante tiempo habéis pasado ya viviendo al estilo de los paganos, es decir, entregados al desenfreno y a la liviandad, a crápulas, orgías, borracheras y abominables cultos idolátricos.
Bastar, además de expresar suficiencia es, también, una interjección usada para para poner término a una acción o discurso. Y a esto quiero invitar a los hombres a quienes Dios nos está hablando en la insatisfacción que encontramos en la vida que estamos viviendo. Quiero decirnos que es tiempo de volvernos a Dios. Es tiempo de conversión. Es tiempo de morir al pecado y pagar el precio que implica el tomar decisiones santas y de santidad. Porque sin importar qué tan bien estructurado tengamos nuestro discurso de justificación y que tan expertos seamos en el arte del auto victimizarnos, nuestras oraciones no serán escuchadas y nuestra vida no será cambiada a menos que sigamos la senda de fidelidad y santidad a la que hemos sido llamados.
Que si no hay paz para el impío (Isaías 57.21), sí la hay para quien se esfuerza por servir a su Señor: Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender. La paz de Dios cuidará su corazón y su mente mientras vivan en Cristo Jesús. Filipenses 4.7 NTV
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