Como a nosotros mismos
Marcos 12
Amor es una palabra conflictiva. Es, quizá, la palabra más devaluada. Una que se usa mucho y que significa cada vez menos. Pero, una, también, que expresa la mayor necesidad humana. Que contiene en sí misma la causa primera de la vida plena o de la frustración de las personas. Es, desde luego, una palabra que despierta las más profundas emociones: gozo en quienes se saben o sienten amados y capaces de amar; indiferencia que duele en quienes ni se saben ni se siente amados ni capaces de amar.
Para los cristianos, el amor es una palabra clave. De hecho es más que una palabra, es un concepto: Es la idea que concibe o forma el entendimiento de las razones y propósitos de nuestra fe. Para empezar, nuestra redención es fruto del amor divino. Así lo destaca Juan, el evangelista, cuando nos asegura que… Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Juan 3.16 Además, el amor al prójimo es la mejor, y quizá la única verdadera y válida expresión de nuestro amor a Dios, pues de acuerdo con Juan el teólogo: Quien dice: «Yo amo a Dios», pero al mismo tiempo odia a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no es capaz de amar al hermano, a quien ve? 1Juan 4.20 Finalmente, porque ni la santidad, ni la doctrina, ni el sacrificio, sino el amor es el elemento que nos identifica como verdaderos discípulos de Cristo. Así lo dijo el Señor: El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos. Juan 15.35
Por todo lo anterior no resulta raro que un hombre tan impulsivo, pragmático y acelerado como Marcos haya decidido incluir dentro del relato de temas tan trascendentes como la resurrección de los muertos y la identidad misma del Mesías. En efecto, Marcos se ocupa de la declaración de Jesús en el sentido de que los mandamientos más importantes son: amar Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas; y, amar al prójimo como a uno mismo. Vs 29-31 Ante la perversión del ser del amor que nuestra cultura ha hecho relegándolo a una mera pasión (Apetito o afición vehemente a algo), y por lo tanto como algo ajeno o no sujeto a nuestra voluntad, nuestro Señor Jesús se refiere al amor como un mandamiento. Es decir, su acercamiento al amor a Dios y al prójimo poco tiene que ver con las emociones y mucho con la razón y el entendimiento.
Amar a Dios y amar al prójimo son mandatos que se nos dan en razón de nuestra identidad en Cristo. Quienes tenemos la presunción de creer en Dios, ser discípulos de Cristo y templo del Espíritu Santo somos llamados a amar a Dios, no de cualquier forma ni aleatoriamente, sino con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas. De igual modo, se nos ordena amar a nuestros semejantes con la misma calidad, intensidad y aprecio con que nos amamos a nosotros mismos.
De acuerdo con Levítico 19, amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismo consiste en: No fomentar odio contra ninguno de nuestros parientes. Aclarar los asuntos con la gente en forma directa, a fin de que no seamos culpables de su pecado. No buscar vengarnos, ni guardar rencor contra nuestros hermanos, sino amarlos como a nosotros mismos. Como podemos ver, cumplir con tales preceptos nos asegura el fruto más importante y deseable del amor, la libertad del temor. Las relaciones humanas, mientras más cercanas y disfuncionales provocan temor creciente. Así, alejan a las personas y las predisponen entre sí. Se teme el ser abusado, no apreciado y tratado injustamente. Consciente e inconscientemente, se relaciona uno de tal manera que propia aquello que teme que suceda.
Pero, quien vive fomentando las relaciones pacíficas, respetando y apreciando a los demás. Quien aclara adecuada y oportunamente las situaciones de conflicto, respetando los espacios de responsabilidad de cada quién. Quien renuncia a la venganza y prefiere ganar perdiendo, así como quien se niega a ser esclavo de sus emociones renunciando al rencor. Quien se ocupa de vivir y relacionarse así, es una persona plena y gozosamente libre del poder de sus emociones y de la incongruencia de los demás.
Desde luego, para poder amar al prójimo así, como nos amamos a nosotros mismos, uno debe tener la intención de hacerlo. Intención es la determinación de la voluntad. Es decir, en conformidad con nuestro tema, la inclinación en favor del otro. Es importante que determinado es quien tiene el valor, la osadía de hacer algo especial. Amar al prójimo requiere valor, que tengamos el atrevimiento de hacerlo.
Tener tal intención nos hace sensibles y la sensibilidad nos hace vulnerables. Porque, en no pocos casos, amar al prójimo nos resulta cuesta arriba. Nos expone a riesgos que no podemos controlar. Nos coloca bajo la influencia del otro y puede hacernos víctimas colaterales de lo que el otro es y hace. Pero, es precisamente en tal vulnerabilidad que encontramos el poder de Dios para amar al otro. Porque, sobre todo en la vulnerabilidad, nos identificamos y nos hacemos uno con Dios en eso de amar al otro.
Dios es sensible a la condición de los hombres que viven sin fe y sin esperanza. Romanos 5.8 Pero, sobre todo, por amor a nosotros Dios se ha hecho vulnerable en Jesucristo. Y lo sigue siendo cuando nos busca, cuando nos llama, cuando, nos ama. Se expone a ser tratado como acostumbramos hacerlo. Su amor por nosotros no le garantiza ni que le amemos, ni que le correspondamos. Tampoco le garantiza que cambiemos y vivíamos para él. Se expone a nuestra indiferencia, a nuestro rechazo, a nuestra traición. Y, aun así, sigue amándonos.
Y, al amarnos así, Dios sigue siendo Dios, sigue teniendo la libertad de ser quien es. De la misma manera, nosotros podemos acabar con la prisión de nuestro espíritu cuando empezamos a amar a los otros como Dios nos ama a nosotros. Cuando no permitimos que lo que los demás no son, nos impide ser lo que nosotros sí somos. Cuando, corriendo el riesgo de la no correspondencia del otro, correspondemos a Dios en su disposición, su valor y su riesgo mostrados al amarnos como él lo hace.
Sí, vale la pena que amemos a nuestro prójimo como nos amamos a nosotros mismos.
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21 diciembre, 2014 a 18:18
Mi siempre bien apreciado amigo recibe un abrazo y saludos de la familia Mendoza Colin. Atte. Lic. Angel Mendoza Rodríguez
21 diciembre, 2014 a 20:47
MI SIEMPRE BIEN RECORDADO Y ESTIMADO ADONIRAM GAXIOLA, RECIBE UN SALUDO DE LA FAMILIA MENDOZA COLIN, DIOS ES AMOR, Y ESTOY DE ACUERDO EN QUE SI FALTA EL AMOR NO SE CONOCE A DIOS. RECIBE UN ABRAZO.TU COMPAÑERO DE SECUNDARIA.LIC. ANGEL MENDOZA RODRIGUEZ.5549721754 MOVISTAR5536490166 TELCEL.