La Necesidad de Orar Siempre y no Desmayar
Lucas 18.1-8
Una de los primeros nombres que recibieron los seguidores de Jesús, fue: los del camino. Desde luego, esto se refería a la autodefinición de Jesús mismo, cuando dijo yo soy el camino, la verdad y la vida. Pero también se debe a la comprensión del hecho de que seguir a Jesús es un proceso, con muchas etapas, equiparable al encontrarse siempre en camino.
El apóstol Pedro llama a los creyentes extranjeros y peregrinos. Reforzando así la idea de que nos caracterizamos por un avanzar constante. Quienes hemos viajado sabemos que los muchos días de viaje producen, ineludiblemente, cansancio. Hecho que es provocado tanto por las cosas negativas del viaje, como por la emoción y la tensión de aquello nuevo que vamos descubriendo y enfrentando.
El pasaje que hemos leído forma parte de una serie de enseñanzas de Jesús acerca de la tensión resultante de vivir como extranjeros, como extraños a los otros, nuestra fe. Ir por la vida sosteniendo valores distintos a los de quienes nos rodean; ir por la vida creyendo en la realidad de cosas que no vemos y que los demás desestiman; ir por la vida contra corriente, luchando con nosotros mismos, todo ello termina por cansarnos y desanimarnos.
Lucas dice que Jesús les enseñó sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar. Con esta declaración el Señor asume que la posibilidad del desánimo es un hecho que el creyente no debe ignorar o menospreciar. El día malo, el valle de sombra, de muerte, siempre están viniendo a nuestra vida, forman parte de nuestro caminar en Cristo. De hecho, sería un error considerar que quien está en Cristo no se cansa, no se desanima. De ahí la necesidad, entendida aquí como el deber hacer de la oración. Podemos establecer un símil, una comparación: respirar es igual a orar. Así como estamos obligados a respirar, así también tenemos la necesidad de orar, estamos obligados a hacerlo. Este deber orar está determinado por las circunstancias, además de ser una condición básica para poder conseguir lo que deseamos.
En el dicho de Jesús orar es la condición para no desmayar. Esta palabra se refiere a la condición en que la persona pierde el ánimo, entendiendo este como la intención y el valor de hacer algo. Curiosamente este término enkakeo, también es usado por Pablo cuando dice: no os canséis de hacer el bien. 2 Tesalonicenses 3.13. Nosotros frecuentemente caemos en una trampa: cuando nos cansamos de hacer lo bueno, de insistir en creer y seguir a Jesús, reforzamos nuestro quehacer de las cosas buenas. Es decir, nos dedicamos intensamente a hacer lo bueno. Pero, como el cansarnos de hacer el bien también pasa por el dejar de orar, el resultado más frecuente es un nuevo fracaso y con él, una mayor frustración. Entramos así en una espiral del hacer lo bueno, cada día con menor ánimo y cada vez más lejos de la comunión con el Señor.
Jesús dice: deben orar para no perder el ánimo y dejar de hacer el bien. Deben mantener el vínculo, el lazo con Dios. Deben mantenerse ligados a Dios. Si no lo hacen, van a desmayar. De hecho es esta la idea que el Señor desarrolla en Juan 15 cuando nos asegura que separados de él nada podemos hacer. El fruto de la rama no es resultado sólo del esfuerzo de la misma, sino de la salud que resulta de su vinculación con el tronco.
Como podemos ver lo que provoca nuestra falta de ánimo no es el tamaño de los problemas, o nuestra carencia de recursos. En la parábola es una viuda la que se enfrenta a un juez (hombre, poderoso, insensible, sin temor a Dios ni a los hombres). Aún así no desmayó, no perdió el ánimo ni careció de valor. Se mantuvo, indudablemente, porque la sostenía su vínculo con Dios. De este y no de las circunstancias es que brotaba el poder, el valor y la capacidad de resistencia que le llevaron a obtener justicia.
Orar es mucho más que hablar, pidiendo, con los ojos cerrados. Es creer en la realidad de las promesas que se nos han hecho en Cristo Jesús. Pero también es echar el resto en la conquista de lo nuevo. El compromiso y la búsqueda de lo nuevo nunca tienen como consecuencia natural la pérdida del ánimo, del entusiasmo. Es la permanencia de lo viejo, de lo rutinario, lo que nos sume en el desánimo y la frustración. Por ello, oremos siempre y en toda circunstancia y así no daremos lugar al desánimo en nuestra vida, sino que seguiremos siendo más que vencedores por medio de aquel que nos ha amado, nuestro Señor Jesucristo.
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