Dios Conoce
La vida está llena de situaciones que conllevan un potencial de destrucción increíble. Enfrentamos cosas y circunstancias que no sólo dañan en lo inmediato, sino que pueden convertirse en los disparadores de procesos destructivos que van más allá de aquello en lo que se iniciaron. Por ejemplo, sabemos de no pocos casos en los que la muerte de un hijo ha destapado una serie de conflictos y situaciones difíciles entre sus padres, mismos que les han llevado a separarse. También conocemos de muchos casos en los que la enfermedad de los padres ancianos, y la pérdida de sus capacidades para valerse por sí mismos, terminan distanciando y hasta enfrentando entre sí a los hijos que antes se amaban y procuraban el uno al otro. En fin, podríamos referirnos a muchas y muy diversas situaciones en las que podemos testimoniar el potencial de destrucción de las circunstancias de vida que enfrentamos.
En nuestro pasaje de referencia (Mateo 5.25-34), nuestro Señor Jesús se ocupa de la manera en que nos enfrentamos a lo que cotidianamente nos ocupa y nos preocupa. Con una impresionante precisión, nuestro Señor se refiere a los dos asuntos que más fácilmente nos sacan de control, nos ponen fuera de quicio: lo que tiene que ver con la comida y la bebida, y lo que tiene que ver con el vestido. Más aún, nuestro Señor se ocupa de lo que se refiere a la vida y lo que se refiere al cuerpo. Vida y salud. Con tales referencias, el Señor pone el dedo en la llaga, literalmente. Porque bien sabe que los seres humanos hemos hecho de la vida y de la salud, objetos de culto a los cuáles dedicamos nuestros más sentidos afanes y nuestros más sacrificados esfuerzos. Queremos vivir, desde luego, y queremos vivir bien, queremos vivir sanos.
Y, ¿qué tiene de malo ello?, se preguntarán algunos. Nada, amar la vida y procurar la salud del cuerpo no tienen, en sí, nada de malo. La clave para comprender la enseñanza de Jesús se encuentra en la repetida expresión: no os afanéis. Literalmente, Jesús exhorta a sus oidores a que no enfrenten de manera ansiosa las necesidades vitales. Resulta interesante destacar aquí que el término bíblico ansiedad proviene de la misma razón que la palabra meteoro, y que esta significa en medio del aire, levantado alto.
Jesús sabe que muchos de nosotros permitimos que las circunstancias de vida que enfrentamos en el día a día nos sacudan al extremo de levantarnos en el aire y no permitirnos actuar con firmeza, prudencia y sabiduría. No sólo perdemos la calma, sino que también perdemos el control de nosotros mismos y empezamos a actuar impulsiva y neciamente, terminando por complicar mucho más la circunstancia que dio origen a nuestra preocupación.
Resulta muy interesante el argumento con el que nuestro Señor Jesús da sustento a su llamado a que no estemos ansiosos. En Reina-Valera la exhortación completa se lee así: No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Primero, nuestro Señor se refiere, por contraste a nuestra identidad en Cristo, somos diferentes de los gentiles, de los que no son pueblo de Dios. La enseñanza implícita es que quienes estamos en Cristo tenemos el deber de enfrentar los retos y las necesidades de la vida de manera diferente a los que, diría Pablo, no tienen esperanza.
Precisamente, la razón de nuestra esperanza es que Dios es nuestro Padre y que él sabe que tenemos necesidad de las cosas que nos preocupan. Dios está al tanto de nosotros y de nuestras necesidades, es la razón que nuestro Señor nos da para que no permitamos que las cosas que necesitamos tomen el control de nuestra vida. Porque cuando dejamos que las cosas nos controlen, hacemos a Dios a un lado e impedimos que él permanezca en control de nuestra vida y circunstancias.
Tal parece ser la preocupación de nuestro Señor, puesto que nos exhorta a que busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia. Es esta una expresión toral, a la cual debemos prestar especial importancia. La misma nos remite al hecho de que cuando permitimos que las necesidades cotidianas nos alteren, nos vuelvan ansiosos y nos mantengan en el aire, estamos dispuestos a solucionarlas de cualquier forma y a cualquier precio… aún a costa de nuestra integridad y testimonio cristiano.
Por ejemplo, hay quienes ante las presiones económicas y la ansiedad resultante de la incapacidad para resolverlas en Cristo, se abren a la posibilidad de participar en prácticas no éticas, ni morales. Mienten, roban, estafan, engañan. Esto es algo que está sucediendo con mayor frecuencia en nuestro país, la pobreza parece justificar la participación de muchos en actividades ilegales y hasta delincuenciales. O, consideremos a aquellos que estando enfermos no encuentran ni en la medicina, ni en la oración, alivio para sus males. Algunos, desesperados por la enfermedad y los temores que la acompañan, de plano buscan la salud en las prácticas de hechiceros y brujos. Lo hacen porque están convencidos de que lo más importante es la salud; pues, dicen, teniendo salud uno puede enfrentar lo que sea. Otro ejemplo de algo que sucede con desafortunada frecuencia, es el de mujeres cristianas que, atemorizadas por la soledad de la vejez, se comprometen en relaciones con hombres que no son miembros del cuerpo de Cristo, la Iglesia. Así, se unen en yugo desigual con los impíos, con lo que complican su vida y la de sus hijos, todo porque enfrentaron afanosamente el problema de la soledad.
Cuando nuestro Señor Jesús nos llama a buscar primeramente el reino de Dios, es decir, a hacer lo que es justo delante de Dios, destaca la importancia que nuestra fidelidad a Dios tiene por sobre cualquier otra cosa en la vida. Parecerá una exageración, pero es mejor permanecer fiel aún a costa de nuestra salud física, o permanecer firme en nuestro propósito de santidad y servicio, aún a costa de nuestra soledad y tristeza. Cuando buscamos el reino de Dios sintonizamos el todo de nuestra vida con la voluntad del Señor. Como las águilas, sólo extendemos nuestras alas para que sea el viento del Espíritu Santo el que nos guíe a toda verdad y a toda justicia. Es decir, quien está dispuesto a sacrificar lo inmediato en aras de lo eterno obtendrá, siempre, la gracia redentora de su Señor y Salvador.
Día a día enfrentamos la dura realidad de la vida. A veces, nuestra enfermedad es superada con la salud, nuestra pobreza con la abundancia y nuestra soledad con el don de la alegría compartida. Otras veces, la enfermedad, la pobreza y la soledad permanecen. Cosa difícil esta, es cierto. Pero, la fe nos hace saber y la experiencia en Cristo nos permite recordar que en todas las cosas somos más que vencedores. Que dado que en nuestra debilidad se manifiesta el poder de Dios, podemos estar seguros que nuestro destino es la victoria. Y que, mientras estamos luchando, atrapados en los valles oscuros de la vida, la vara y el cayado de nuestro Dios no dejan de traernos aliento. Vivimos en esperanza, sí, pero también vivimos en la comunión y la gracia fieles de nuestro Padre. Por ello es que podemos enfrentar en la paz de Cristo las circunstancias que vivimos. Por ello es que podemos permanecer confiados en medio de las dificultades. Es que el amor lleva a nuestro buen Padre Dios a guardar en completa paz a aquel cuyo pensamiento en persevera en él; porque en él ha confiado. Isaías 26.3
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