Hablemos de la Doctrina de la Salvación

La de la salvación, es una de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Trata del rescate que Dios hace de nosotros respecto del poder del pecado, así como de la comunión y la salud resultantes del sacrificio, muerte y resurrección de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. La soteriología, o Doctrina de la Salvación, se ocupa también de la regeneración de quien, redimido por Jesucristo, está en condiciones de servir y practicar toda clase de bien.

El presupuesto que nos permite comprender la razón, el cómo y el propósito de la salvación es que Dios el Señor, al crear al hombre, estableció que este debía honrarlo, vivir en comunión perfecta con él y ser copartícipe en la administración y cuidado de todo lo creado. Isa 43.7; Gn 1.26-30 La gracia de la salvación tiene como propósito último la recuperación de tales condiciones y permite, por la obra de Jesucristo, que el ser humano honre a Dios, que viva en armonía perfecta con él y que cumpla con la tarea que el Señor encarga a cada uno en particular.

Dado que Dios ha creado a los seres humanos a su imagen y semejanza, estos son libres y aptos para ejercer su libertad. Sobre todo, la libertad de elección. Dt 11.26-28 Por la actividad satánica, los hombres son atraídos al pecado. Las concupiscencias (los deseos desordenados de cada quién), son el espacio donde se da la atracción al pecado.  Stg 1.13,14 En Adán encontramos la explicación de tal atracción, así como las consecuencias de elegir el desobedecer a Dios, antes que honrarlo. Quien practica el pecado, se vuelve esclavo del pecado. Ro 5.14; 1Co 15.22 Cada vez menos libre para elegir entre el bien y el mal, la persona sufre y participa de una degradación integral. Su entendimiento se oscurece, su corazón se endurece y en su práctica del mal, quien está bajo el poder del diablo, se lastima a sí mismo al mismo tiempo que daña a sus semejantes. Ro 1.18ss

Dios estableció que la paga, la consecuencia del pecado, es la muerte espiritual de la persona. Ro 6.23 Entendemos esta como el distanciamiento de Dios que es fruto y origen de la enemistad con el Señor. Ro 5.10 Quien decide desobedecer a Dios se vuelve un enemigo de él. Al fin esclavo, el pecador resulta incapaz de pagar el precio de su rescate y, por lo tanto, no puede hacer nada para recuperar su condición original y estar en comunión con el Señor. Gál 3.10 Pareciera estar condenado a la separación eterna, definitiva, de Dios y de hecho lo está. Si lo único que puede redimirlo es su propia muerte, luego, entonces, quien muere para pagar el precio de su pecado no obtiene beneficio alguno. Pues, habiendo muerto, ya no queda esperanza de vida para él.

La Biblia enseña que Dios es amor y que él nos ha amado aún en nuestra condición de pecadores y, por lo tanto, de muertos espiritualmente. Mt 26.28; Ro 3.25 Conviene destacar el hecho de que la Biblia enfatiza que el amor y la compasión divinos no implican la absolución del pecador. El que Dios nos ame no significa que él nos libere del tener que pagar el precio por nuestra redención. La salvación requiere del pago de sangre establecido por Dios. Heb 9.22 Lo que sí hace el amor divino es proveer un sustituto, uno que ocupa nuestro lugar y muere en sustitución nuestra. En efecto, Dios, según San Pablo, al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios. 2Co 5.21 Y, todo esto, lo hizo por amor a nosotros, tal como lo establece el Evangelio de Juan (3.16): Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Por qué es que Dios actúa así, cómo es que él está dispuesto a ofrecer a su propio Hijo como el pago de nuestra redención, qué explica que quien ha sido rechazado por los hombres ame a estos hasta tal extremo. Estas y muchas otras consideraciones son asumidas en el texto bíblico como parte del misterio que nos es revelado en Jesucristo a quienes somos regenerados por él. La comprensión de tal misterio requiere de la fe y de la obediencia. Fe en Dios, en tanto confianza y entrega a él; y obediencia, en cuanto a la determinación de vivir una forma de vida que le honre y le sea útil en su propósito redentor.

La gracia de Dios, el trato que animado por su misericordia nos da el Señor, permite que aún estando muertos en nuestros delitos y pecados, podamos tener conciencia y elegir el responder positivamente al llamado de su amor en Cristo. Ef 2.1 Por ello es que la salvación es una obra de gracia, es un don gratuito que Dios hace el hombre. Ninguna obra buena, ningún mérito humano son suficientes para la salvación. La misericordia divina opera en aquellos que tiene fe. Por eso es que la Biblia asegura que el justo vivirá por fe. Ro 1.17

El amor de Dios manifestado en Cristo reclama una respuesta de nuestra parte, la de nuestra conversión, para que tal amor pueda cumplir su propósito. De acuerdo con la economía de la salvación (lo que Dios ha dispuesto como el qué y el cómo de la salvación), la conversión requiere del arrepentimiento, es decir, del repudiar el pecado para volverse a Dios. La conversión tiene una doble dinámica: el creyente se aparta del pecado y, el creyente se consagra a Dios. Es en tal sentido que, enseña Pablo, el cristiano muere para sí y vive para Cristo. Una vez salvo, el creyente es llamado a vivir para Dios. Esto no lo limita, por el contrario, lo empodera en el sentido de que vive, hace y se relaciona en conformidad con la voluntad de Dios, que es buena, agradable y perfecta. Efesios 2.10 La idea de Pablo es que el creyente que se ha reconciliado con Dios participa del quehacer divino de manera plena, propositiva y fructífera. La sintonía con Dios le ubica en una perspectiva y desata capacidades en él que son animadas por la sabiduría y el poder del Espíritu Santo.

Hablar del Reino de Dios es hablar del orden divino que se hace presente en la vida del creyente y, al través suyo, en la sociedad que le rodea. Quien es salvo tiene el Reino de Dios en sí mismo, vive a la luz de un orden diferente y fructífero, a diferencia del orden presente. Desde luego, el creyente vive una constante tensión pues quienes le rodean y están bajo el orden satánico procurarán atraerlo de nueva cuenta al mismo. Simultáneamente, el llamado viejo hombre, incita desde su interior al creyente para que nuevamente se aleje de Dios. De ahí que la vida cristiana se considere como un estado de guerra espiritual que el cristiano no puede, ni debe, enfrentar solo. Se requiere del apoyo, la intercesión y la dirección de otros creyentes, con los otros miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Heb 10.24,25

La Iglesia es el espacio en el que las personas son llamadas a salvación y experimentan la experiencia salvífica en una dimensión comunitaria. En este sentido la Iglesia se convierte en un espacio de vida alternativo al de quienes van sin esperanza y sin Dios. La Iglesia da testimonio de la comunión existente entre Dios y los suyos, da testimonio fehaciente de la realidad del amor. Al ser una comunidad de amor, que vive y testimonia el significado pleno de la salvación, es que la Iglesia actúa efectivamente como sal y luz del mundo. 2Co 2.14 Con su testimonio previene el deterioro de la sociedad en la que se encuentra y a la que sirven, al mismo tiempo que la guía a Cristo.

Si bien la salvación tiene que ver con el aquí y el ahora, también contiene una dimensión escatológica. Es decir, la salvación también afecta lo que podemos llamar la eternidad venidera. Ap 2.10 En el cumplimiento de los tiempos, Cristo habrá de reunir todas las cosas bajo el gobierno eterno de Dios. Ef 1.10 Quienes hayan sido salvados por Jesucristo habrán de gozar de la comunión eterna del Señor en su presencia. Jn 10.28 Libres ya de todo dolor, todo pecado y todo riesgo pues, como verán a su Señor, serán como él es. 1Jn 3.2

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que este se arrepienta. Ez 18.23 DHH Por ello, nuestro Señor Jesucristo vino al mundo a buscar y a salvar lo que se había perdido. Lc 19.10  El llamado a la salvación no se ha agotado, hoy podemos ir hasta la presencia del Señor, confesar nuestros pecados, convertirnos a él y gozar de una nueva vida, una vida abundante, en Cristo Jesús, Señor nuestro. Jn 10.10

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