Retos de los padres
Durante este mes estamos reflexionando sobre el tema Fe y Familia. Sin embargo, hoy quiero invitarles a detenernos y reconsiderar algunas cuestiones que resultan especialmente relevantes a la luz de la celebración del Día del Padre. Si Dios nos lo permite, el domingo próximo nos ocuparemos de la adoración como una forma de vida que sana y empodera a nuestras familias.
La verdad es que la paternidad es una institución en crisis. Entre otras razones, porque, aunque cada día aumenta el número de los que procrean hijos, cada día hay menos padres. Es decir, cada día hay menos hombres que aman a sus esposas, lideran a sus familias y que forman a sus hijos. Cada día hay menos hombres que se hacen presentes en la vida de los suyos.
Las consecuencias de ello son evidentes, dolorosas y con un potencial de dolor y daño que provoca temor y tristeza. Al mismo tiempo que, a quienes hemos tenido el privilegio de un padre amoroso, fiel y congruente, nos mueve la gratitud por tan precioso don recibido.
Corriendo el riesgo de caer en una posición simplista, déjame proponerte hoy tres cosas que, creo yo, son de las principales causas que explican la crisis de la institución paterna. Creo que el lastre que muchos padres manifiestan, encuentra su razón en alguna o en la combinación de las causas que aquí te propongo. Cabe la pena aclarar que esta propuesta resulta de mi experiencia pastoral durante los últimos años:
Inmadurez del padre. La Biblia muestra diversos ejemplos de cómo padres inmaduros condujeron a sus familias al fracaso. Abraham, Isaac, Jacob, David, etc., son muestra de ello. Algo que tal tipo de padres tiene en común es que provienen de entornos familiares disfuncionales. De familias que no animaron en sus hijos un carácter firme, responsable y comprometido.
Lo mismo se repite en nuestros días. Cada vez más, quienes forman una familia provienen de familias disfuncionales. Van por la vida carentes de identidad y, por lo tanto, no tienen la capacidad para actuar de manera íntegra y son esclavos de sus temores y pasiones. Se trata de padres que carecieron de modelos paternos sanos y dignos de ser imitados. A la falta de capacitación para ser padre, se agregan las carencias, las heridas y los anhelos insatisfechos en su propia experiencia como hijos.
Menosprecio de la esposa. Alguien ha dicho que muchas mujeres han pasado de la sumisión al menosprecio del marido. Menosprecio es poco aprecio, poca estimación. No siempre, el poco aprecio es resultado del desamor de quien ama o de la condición desventajosa del menospreciado. Mical, la hija de Saúl, estaba enamorada de David –héroe valiente, hombre con fama y poder, exitoso por sobre todos-, y, sin embargo, lo menospreciaba.
Me parece que, en términos generales, el menosprecio del marido tiene que ver más con la mujer que con el esposo. Primero, porque muchas mujeres han mamado el menosprecio al marido de sus propias madres. Dado que les resulta tan natural el no apreciar al marido, no sólo tienen dificultad para tomar conciencia de ello, sino que lo transmiten sistemáticamente a sus hijos. El esposo menospreciado termina siendo un padre menospreciado.
Además, el menosprecio hacia el esposo resulta, en no pocos casos, de las expectativas no cumplidas de la esposa respecto de su marido. La decepción engendra el menosprecio. Desde luego, no toda la responsabilidad respecto de las expectativas recae en la esposa. También el marido contribuye a su menosprecio cuando no cumple con lo que el es propio, dada su identidad y capacidad en Cristo.
Ingratitud. La tarea de los padres y las madres, ni tiene precio ni debe ser pagada, cierto. Pero, se espera que sea agradecida. Es decir, que se responda debidamente al beneficio recibido. Muchos padres varones, si no la mayoría, llegan al momento en que perciben la ingratitud de los suyos. Hay señales, actitudes, sobre todo, que les muestran que lo que hacen ha dejado de ser correspondido por su familia.
Como en el caso de Absalón, el hijo del rey David, se trata de que el quehacer del padre se asume, por la esposa y por los hijos, como una obligación absoluta y por lo tanto no merecedora de aprecio y valoración. Lo cotidiano del servicio paterno, como del materno, provoca que se estime como natural, cuando es una expresión extraordinaria y valiosa del amor del esposo y del padre. Quizá en las familias en las que tanto la esposa como los hijos, desde edades tempranas, contribuyen al gasto familiar, las expresiones de ingratitud sean menores, dado que debido a su esfuerzo pueden valorar mejor el significado del aporte paterno al bienestar familiar.
Cuando una, o las dos últimas causas aquí señaladas, se suman a la primera, no resulta raro que el padre entre en crisis. Su inmadurez empodera el efecto del menosprecio y la ingratitud percibidos. Pero, aún en el caso de los hombres maduros, el enfrentar el menosprecio y la ingratitud de los suyos les dificulta el mantener su entrega como padres. Quienes de plano no renuncian a ella la realizan cuesta arriba, desgastándose más y más cada día.
¿Qué es, entonces, lo que el marido y padre comprometido necesita hacer para cumplir con su tarea como cabeza de la esposa y la familia? Permíteme proponer aquí, coincidentemente, tres cosas:
Caminar cotidianamente el camino de la conversión. El hombre sensible a la dirección del Espíritu Santo desarrolla una conciencia de Dios que le revela sus debilidades y le anima y dirige a abundar en sus fortalezas. Sin embargo, la acción del Espíritu Santo no es suficiente. Se requiere que el esposo y padre se convierta cada día al Señor, que a cada momento haga lo que le corresponde. Que, siendo guiado por el Espíritu Santo, identifique las áreas que requieren de su madurez y se comprometa en la tarea de crecer integralmente.
Toda crisis, aún aquellas que parecen ser, o son, fruto de la injusticia de los demás, conllevan el beneficio de la reflexión. Nos animan a reflexionar y, por lo tanto, a valorar la importancia y las áreas de la conversión requerida. Jacob se convirtió a Dios, luchó con él y se convirtió a él. Dejó de ser el usurpador, para ser uno que gobernara a su casa como Dios gobierna a su pueblo.
Asumir el reto de la autonomía. Los padres somos lo que somos, no lo que los demás quieran hacer de nosotros. El esposo y padre debe procurar pensar, sentir y actuar en función de lo que es en Cristo y no estar sometido a los afectos y tratos circunstanciales de los suyos. Como líder de la familia enfrenta el reto de ejercer la doble tarea de marido y esposo animado por la visión que Dios le ha dado para los suyos.
En tal tarea no siempre contará ni con la comprensión ni con el acuerdo de su familia, pero habrá de discernir con la ayuda del Espíritu Santo lo que mejor conviene. Por lo tanto, deberá asumir la cuota de incomprensión familiar resultante. Así como deberá asumir las inconsistencias afectivas y aún la soledad que es propia de su condición de líder. Como David, el esposo/padre cristiano debe estar dispuesto a confesar sus faltas y a pedir fervientemente que Dios lo limpie de toda impureza y le dé un espíritu (una manera de pensar), renovado cada día.
Permanecer fiel a la visión recibida. Los hijos son don de Dios, por lo tanto, quien los recibe también recibe una visión para ellos. El padre fiel ve en sus hijos lo que Dios ve en ellos y acompaña al Señor en la tarea de cumplir el propósito que él tiene para cada uno. En este sentido, el padre fiel es llamado a asumir la doble dimensión del discipulado cristiano. Él mismo debe permanecer siendo un discípulo de Cristo, amando aún a aquellos los de su familia que le son ingratos, que le lastiman, que se vuelven sus enemigos circunstanciales o permanentes.
La primera responsabilidad del padre cristiano no es para con sus hijos, sino para con Cristo, su Señor y Salvador. Por ello es que, por amor a Cristo y en gratitud por la salvación recibida, ama y sirve a los suyos de la misma manera en que Cristo lo hace con él.
Ello, al mismo tiempo que no renuncia a la tarea de discipular a los suyos, a su esposa y a sus hijos. Puede hacerse esto aún en medio de la ingratitud y el cuestionamiento injustos, cuando se tiene presente el objetivo que Dios ha animado en el corazón del esposo/padre para cada uno de los suyos.
La tarea paterna es una cuestión práctica, sí, pero una que se hace en esperanza. No siempre ve resultados inmediatos ni responde a lo que el padre enfrenta o recibe. Por ello es por lo que resulta de especial valor comprender y tener presente lo que la Madre Teresa de Calcuta dice a los padres:
Para los padres
Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.
Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.
Sin embargo… en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño,
perdurará siempre la huella del camino enseñado.
A esto los animo, a esto los convoco. ¡Feliz Día del Padre!
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