Bautismo en agua y salvación
Marcos 16.16; Hechos 2.32-39
Una de las declaraciones más contundentes de nuestro Señor Jesucristo la registra el Evangelio de Marcos 16.16: El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que se niegue a creer, será condenado. Lejos de ser una expresión aislada, tal declaración es consistente con la enseñanza bíblica respecto de la estrecha relación que existe entre el bautismo en agua y la salvación.
Como ya hemos visto, nuestro Señor Jesús le indicó a Nicodemo que nadie puede entrar en el reino de Dios si no nace de agua y del Espíritu. Juan 3.5 Con tal declaración nuestro Señor se refiere a la obra del Espíritu Santo, quien regenera al creyente y le da nueva vida. Pero, destaca también, en primer orden, el nacimiento de agua. Hemos dicho que, de manera unánime, los estudiosos de la Biblia asumen que con tal expresión el Señor se refiere al bautismo.
La salvación es, desde luego, una obra de gracia; pero no es una cuestión unilateral. No es suficiente con que Dios esté dispuesto a remitir los pecados por la sangre derramada por Jesucristo, su Hijo; se requiere que el creyente exprese de manera pública y suficiente su fe y, por lo tanto, la aceptación que hace de la obra de gracia ofrecida por Dios y su compromiso para vivir en consecuencia.
De acuerdo con la enseñanza paulina, es por el bautismo en agua que estamos en Cristo, que somos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte. Ello se debe al hecho de que en el bautismo morimos a nosotros mismos y renacemos para vivir para Dios. Romanos 6.3-14
De tal suerte, el bautismo en agua es la expresión contundente de la fe del creyente. A quien, insisto, no le es suficiente el creer, sino que debe expresar pública y de manera contundente, decisiva, tanto lo que cree respecto de la obra redentora de Jesucristo, como lo que se propone hacer en consecuencia.
En este sentido, el bautismo es, además de una ordenanza establecida por el mismo Señor Jesucristo, debido a su autoridad (Mateo 28.19ss), un sacramento. Es decir, señal evidente del quehacer salvífico de Dios, así como de la conversión a él del creyente.
La respuesta que da Pedro a quienes habiendo oído las buenas nuevas de Jesucristo preguntaron: ¿qué debemos hacer?, es sumamente reveladora del propósito, el cómo y la obra del bautismo en agua. En efecto, el Apóstol Pedro exhorta: Cada uno de ustedes debe arrepentirse de sus pecados y volver a Dios, y ser bautizado en el nombre de Jesucristo para el perdón de sus pecados. Entonces recibirán el regalo del Espíritu Santo. Hechos 2.37,38.
Lo primero que destaca de tal declaración es el hecho de que la conversión tiene que ver con lo que se piensa y no con lo que se siente. El término usado por Pedro, metanoeo, se refiere a un cambio de opinión o de propósito. Del contexto se desprende que la persona que no está en Cristo simplemente no puede vivir en comunión con él, ni tener en sí misma el Espíritu Santo de Dios.
Quien no está en Cristo, está en pecado y es, por lo tanto, enemigo de Dios. Santiago 4.4 Nadie puede, por sí mismo, cambiar su condición de enemigo a ser uno con Cristo. Romanos 3.20 Por lo tanto, se requiere de la gracia divina que opera en favor del creyente mediante la remisión de sus pecados. Es decir, mediante el perdón de los pecados.
Aquí conviene recordar que Biblia declara que todos los seres humanos hemos pecado y, por lo tanto, nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. Romanos 3.23 NTV Otra traducción, La Palabra, lo expone así: puesto que todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios. Este estar privados de la gloria de Dios, no sólo separa a la persona del Señor, sino que la hace esclava de Satanás. Juan 8.34; Romanos 6.16-20 NTV
Como esclavos bajo el poder del diablo, sólo tenemos una mayor degradación integral de nosotros mismos, misma que afecta a los nuestros y termina por destruir el todo de la vida. Jesucristo, según su propio testimonio, ha venido para liberarnos del poder del pecado y para destruir las obras del diablo. Juan 10.10; 1 Juan 3.8 Él ha pagado el precio de nuestra redención y por lo tanto tiene el poder para perdonar nuestros pecados.
De acuerdo con Pedro, es el bautismo el medio establecido por Dios para el perdón de los pecados. Según Pedro, el arrepentimiento no es suficiente; a este ha de seguirle el bautismo en agua. Conviene aquí citar a J. W. McGarvey (1829-1911), quien explica que el perdón de los pecados no tiene que ver con la convicción interior de la persona, sino con la determinación de Dios mismo. Al respecto, McGarvey dice:
[Pero] el perdón no es un acto que se verifique dentro del alma del culpable; ocurre en la mente del que perdona, y esto no puede ser conocido por quien ha sido perdonado, sino por algún medio de comunicación.
El medio por el cual Dios comunica su perdón es, precisamente, el bautismo en agua. Dado que la Iglesia, el cuerpo de Cristo, es quien lo realiza en el nombre (la autoridad del Señor), la misma tiene el poder para testimoniar que Dios ha perdonado los pecados de quien ha sido bautizado. Es tal sentido que debemos entender lo que Pablo dice a Tito (3.5): Él nos salvó, no por las acciones justas que nosotros habíamos hecho, sino por su misericordia. Nos lavó, quitando nuestros pecados, y nos dio un nuevo nacimiento y vida nueva por medio del Espíritu Santo.
Que el bautismo en agua sea para el perdón de los pecados, plantea un serio cuestionamiento a la razón y validez del bautismo de los infantes. Primero, porque los niños son sin pecado y así, ya es de ellos el reino de Dios. Mateo 18.3; 19.14 La Biblia asegura que Dios no imputa, es decir, no hace responsables a los hijos del pecado de los padres, ni viceversa. Ezequiel 18.20
En segundo lugar, porque para que el bautismo sea válido se requiere de la fe de quien se bautiza. El bautismo en agua es mucho más que un mero símbolo, que un mero rito. Es un pacto, compromiso, que requiere tanto de la voluntad de Dios ya expresada en Jesucristo, como de la voluntad del creyente que se manifiesta, precisamente, en el acto del bautismo. 1 Pedro 3.21
Y, en tercer lugar, porque en el bautismo el creyente confiesa sus pecados, así como su propósito de honrar a Dios el resto de su vida.
Quienes fueron bautizados de niños, no se bautizaron, los bautizaron. Por el contrario, la forma imperativa de la instrucción petrina contenida en Hechos 2.38, así como la indicación dada a Saulo para su propio bautismo: ¿Qué esperas? Levántate y bautízate. Queda limpio de tus pecados al invocar el nombre del Señor. (Hechos 22.16), son evidencia de la necesidad de que el bautismo en agua sea resultado del arrepentimiento, la conversión y la decisión personales, antes que de la fe y la buena intención de padres y padrinos.
La manera en que la Iglesia Primitiva realizó la ceremonia bautismal nos proporciona un modelo a seguir. Para empezar, debemos tomar en cuenta que la palabra bautismo viene del término baptisma, que se refiere al proceso de inmersión, sumersión, y emergencia [salir a la superficie]. De ahí que, siguiendo la práctica neotestamentaria, nosotros practicamos el bautismo por inmersión; es decir, sumergiendo por completo en agua a la persona. Desde luego, no consideramos que sea la cantidad de agua la que determine la validez del acto. Pero, consideramos conveniente imitar a la Iglesia Primitiva en esta práctica cuando ello resulta posible.
Por otro lado, y de indudable superior importancia, durante la ceremonia bautismal invocamos la autoridad de nuestro Señor Jesucristo sobre el creyente, utilizando la fórmula bautismal que la Iglesia Primitiva utilizó de manera recurrente en el primer Siglo de la Era Cristiana. El libro de los Hechos de los Apóstoles, registra que la Iglesia Primitiva bautizó utilizando la fórmula en el nombre de Jesucristo, o alguna de sus variantes. Hechos 2.38; 8.12,16; 10.48; 19.5
Desde luego, esto no contraviene lo establecido por nuestro Señor Jesucristo en Mateo 28.19, pues, tal como lo comprueba Lucas 24.47, nuestro Señor enseñó que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones… RVR1960
Al respecto conviene hacer dos precisiones. Aunque nosotros recuperamos la fórmula bautismal utilizada por la Iglesia Primitiva, reconocemos la validez de los bautismos realizados utilizando la fórmula, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Primero, porque la misma aparece en labios de nuestro Señor Jesucristo. Además, porque entendemos las razones doctrinales-históricas que hicieron necesario que la Iglesia Primitiva desarrollara tal fórmula –en las postrimerías del primer Siglo-, ante los embates heréticos que atentaban contra la doctrina de la doble naturaleza de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Resulta importante recuperar lo que el conocido y respetado teólogo católico Hans Küng, declara al respecto:
¿Qué quiere decir ¨en nombre de Jesús¨? Nombre, en este contexto, es un concepto jurídico que significa autoridad y ámbito jurídico. Al pronunciarse sobre el neófito el nombre de Jesús, pasa a ser propiedad del Señor resucitado, es sometido a su señorío y protección. Se torna propiedad del Señor resucitado y participa así de su vida, de su espíritu y de su relación filial con Dios. Tiene parte en el Señor mismo. En este sentido, la fórmula trinitaria sólo atestiguada en Mt 28,29 es desarrollo de lo contenido en la fórmula cristológica… Este es también el sentido de la fórmula bautismal trinitaria: El bautismo se administra en el nombre de aquel en quien, por el Espíritu, Dios mismo está con nosotros.
Finalmente, Lucas, autor del libro de los Hechos de los Apóstoles, suma suficientes evidencias que muestran que el bautismo es oficiado por los líderes espirituales de la comunidad cristiana. Pedro, Silas, el mismo Pablo, entre otros, fueron los encargados de oficiar las ceremonias bautismales de la Iglesia Primitiva. Por ello es por lo que nosotros imitamos esta práctica y son los ministros de la Iglesia quienes, en ceremonia pública y frente a ella, ofician tan importante ceremonia. Así, la Iglesia es testigo fiel de la conversión –la muerte al pecado y el nacimiento a una nueva vida del creyente-; al mismo tiempo que por la autoridad que le ha sido conferida, la Iglesia declara en el nombre de Jesucristo que los pecados del neófito han sido perdonados.
En el libro citado, Hans Küng declara que el bautismo es más que un mero signo de fe y de confesión, destinado solamente a confirmar la fe… pero, el bautismo no da sin más solidez a la fe; la fe no es simplemente resultado natural o fruto automático del bautismo.
Esta propuesta destaca la importancia de que quienes han venido a Cristo y creído en su evangelio, se bauticen de manera voluntaria y consciente. Así, al nacer de nuevo por el poder de la sangre de Jesucristo, podrán caminar en comunión perfecta con el Señor y se le unirán en la magna tarea de la evangelización y la diaconía, siendo así testigos de Cristo en medio de una generación que vaga sin Dios y sin esperanza. Así es como se cumplirá en nosotros la promesa de nuestro Señor Jesucristo:
… recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acera de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra.
A quienes ya hemos sido bautizados y vivimos bajo la autoridad de nuestro Señor, al igual que a quienes escuchan su evangelio y quieren vivir la novedad de vida a la que él les llama, es que les animo a que nos propongamos ser aquellos en quienes el propósito de Dios se cumple y seamos partícipes de la tarea de hacer discípulos de Cristo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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