Nacer de nuevo
Juan 3.1-17 DHHDK
En tratándose de las cosas espirituales, Nicodemo nos representa bien a muchos de nosotros. Sincero, interesado, sensible a las cosas de Dios. Sin embargo, ignorante, con una percepción parcializada y limitada respecto de quién es Jesús y cuál la tarea que ha venido a cumplir. Como a muchos que buscan a Jesús en el marco de sus suposiciones intereses, a Nicodemo Jesús lo confronta, lo sacude, con una declaración inesperada: Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
En este interesante diálogo podemos descubrir que no es suficiente con creer en Dios, ni reconocer su poder, no. El interés divino, manifestado en Jesús, es que las personas se reconcilien con él. Como bien asegura Pablo: en Cristo, Dios esta reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta sus pecados. 2 Corintios 5.19 Es decir, el meollo, el centro del ministerio de Jesús no son las señales que realiza, sino el traer la salvación, la reconciliación de los hombres con Dios.
Para ser salvo, para dejar de ser enemigo de Dios y ser reconciliados con él, no basta con reconocer que existe, ni que puede hacer y hace milagros. Jesús afirma que sólo puede ver el reino de Dios, quien ha nacido de agua y del Espíritu. El término que se traduce como ver, significa, entre otras cosas percibir, apreciar, comprender y estar bajo su influencia. Es decir, sólo puede ser transformado en su naturaleza, ser perdonado y reconciliado, quien está bajo el dominio, el orden de Dios.
Es el pecado, en tanto desobediencia, el no vivir consciente e intencionalmente para Dios, lo que no sólo nos separa del Señor sino que nos convierte en enemigos suyos. En esto consiste la muerte espiritual, pago del pecado, en la separación enemistada de Dios. Condición espiritual esta que nadie puede revertir con sus propios recursos ni por su propia mano. Quien está bajo el orden de este mundo, el orden de Satanás, es esclavo del pecado y como tal nada puede hacer para obtener salvación.
Para Dios, como para Jesús, esta es la cuestión central, determinante, en el cómo de la relación de Dios con los hombres. Se puede ser instruido, sincero, sensible, interesado en conocer a Jesús, como Nicodemo. Pero, si no se nace de nuevo, de agua y del Espíritu, no se puede comprender a Dios ni ser parte de su reino, no se puede estar en comunión, en sintonía, en la misma onda, con él.
Ante el desconcierto de Nicodemo, quien se pregunta cómo se puede nacer de nuevo y trata de explicarlo en función de su humanidad, es que Jesús usa la expresión: el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos. Fijémonos que en su primera declaración, nuestro Señor dice que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios. En su explicación va más allá y establece que el nuevo nacimiento es requisito indispensable para entrar en el reino de Dios.
Al confundido Nicodemo, Jesús le ayuda haciendo referencia a un pasaje que indudablemente, como maestro de la ley, este hombre conocía bien, Ezequiel 36.22-28. En este, Dios reclama haber sido ofendido por su pueblo entre las naciones donde han ido. Les advierte que lo que hará será por su santo nombre, es decir por quien él es, por su amor. Ellos y las naciones reconocerán que él es el Señor porque los liberará de la esclavitud a que están sometidos los suyos. Los lavará con agua pura… pondrá en ellos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Quitará ese corazón duro como piedra y les pondrá un corazón dócil. Pondrá en ellos su espíritu, y hará que cumplan sus leyes y decretos… serán su pueblo y él será su Dios. Y todo esto lo hará, no porque lo merezcan, deben sentir vergüenza y confusión por su pecado, y reconocer que él es santo y fiel a sus promesas.
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha coincidido que la frase de Jesús implica tanto la acción divina, la del Espíritu, como la humana, la del agua, en la regeneración del hombre y su reconciliación con Dios. Alguien ha dicho que el don, el regalo de la salvación, encuentra su origen en el amor divino, pero que su posesión depende de la fe del beneficiario. Así, la acción de Espíritu no es suficiente, se requiere de la respuesta adecuada al amor divino manifestado en Jesús, por parte de quienes reciben la buena nueva del evangelio.
Nacer de nuevo sólo es posible por la acción de Dios. El término nacer, viene de la expresión engendrado de arriba, de Dios. Por eso hablamos de la regeneración, la que el Diccionario Enciclopédico de Biblia y Teología, define como el cambio espiritual realizado en los corazones de las personas en las que su naturaleza pecaminosa inherente es cambiada y que estas [las personas] son capacitadas para responder a Dios en fe. Este cambio espiritual, este cambio de naturalezas -de la naturaleza pecadora a la naturaleza espiritual, sólo es posible por la acción de Dios en Cristo.
Es obra del Espíritu al través de Jesucristo. Jesús advierte a Nicodemo que él mismo será levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Vs 13-15 Jesús se refiere a su sacrificio vicario en la cruz. Él derramará su sangre para que los que crean en él tengan vida eterna. Ya nos ocuparemos del porqué era necesario que Jesús muriera en nuestro lugar y ofreciera su sangre como sacrificio vicario por nuestros pecados.
Conviene detenernos en la consideración de los versos quince y dieciséis de nuestro pasaje. En el primero, Jesús dice que el Hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. En el verso 16, tan bien conocido por nosotros dice: Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Estudiosos de la Biblia destacan que aunque pareciera que estamos ante una repetición de los mismos conceptos, el hecho es que en cada declaración hay un énfasis diferente.
El verso quince destaca el origen de nuestra salvación, es la obra del Hijo del hombre, levantado en la cruz del Calvario. En tanto que el verso dieciséis, destaca que la obra redentora requiere de la fe de la persona, quien hace de Jesús en la cruz el objeto de su fe. Sin la obra de Jesús no hay salvación posible. Pero, sin la respuesta adecuada de parte de la persona, la obra de Jesús no puede cumplir su propósito en ella. Sólo hay una respuesta válida, adecuada al quehacer del Espíritu, esta es el reconocimiento de Jesús como Señor y Salvador por parte nuestra.
Volviendo a la expresión de agua y del Espíritu, la Iglesia ha considerado desde sus inicios que la expresión absoluta de la fe, del creer en Jesús y hacer propio el don de la salvación, se manifiesta mediante el bautismo. Mt 28.29; Mc 16.15ss; Hch 10.47,48; 1 Co 12.13; Tit 3.5 (Te recomiendo que revises las notas de esta reflexión y leas con atención los pasajes aquí anotados.)
El bautismo nos hace uno con Cristo, tanto en su muerte como en su resurrección, asegura Pablo en Romanos 6. ¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.
En el Día de Pentecostés, después de escuchar el mensaje de Pedro, la gente le preguntó qué era necesario hacer en consecuencia con la obra de Dios en Jesucristo. Pedro respondió de manera tajante: Vuélvanse a Dios y bautícese cada uno en el nombre de Jesucristo, para que Dios les perdone sus pecados, y así él les dará el Espíritu Santo.
El bautismo es la respuesta del hombre, la forma en la que la persona hace públicos su fe y su compromiso con Dios en respuesta a la gracia manifestada en Jesús. Es la expresión de que la persona se vuelve a Dios para recibir el perdón de sus pecados, estando en la condición necesaria para recibir el Espíritu Santo, el sello de su salvación.
Desde luego, conviene destacar aquí que el bautismo requiere tanto de la comprensión, como de la determinación y el compromiso personales de quien es bautizado. Aunque la vida en Cristo es una vida corporativa puesto que al ser salvos somos incorporados al cuerpo de Cristo, la iglesia, se requiere de que cada quien haga suyo el sacrificio de Cristo, invocando su nombre, es decir, reconozca su autoridad sobre el todo de su vida y se comprometa a vivir en pureza y consagración a Dios, siendo instrumento de alabanza y servicio en las manos de su Señor.
Jesús ha venido para que quienes estábamos muertos espiritualmente, enemistados con Dios y esclavizados por el pecado, recibamos vida eterna y seamos libres para el Señor. Ha venido para salvarnos del poder del pecado y para que estemos en comunión con Dios. Esto resulta tan importante para Dios que no dudó en entregar a su Hijo único, para que todo aquel que en el cree en él no muera.
Somos llamados a responder a tan incomparable y excelsa muestra del amor divino. Quien no ha venido a él y en respuesta a su amor manifestado en Jesús, no le ha entregado su vida, es tiempo de que lo haga. Alguien ha dicho que quien no se vuelve a Dios y le entrega su vida no tiene un problema de incredulidad, sino de desobediencia, haciéndose así merecedor de ser considerado eternamente como enemigo de Dios, con las consecuencias que ello implica.
Quienes, por gracia hemos respondido al llamado de Dios en Cristo, tenemos la privilegiada tarea de no descansar proclamando las buenas nuevas de salvación a quienes permanecen esclavos del pecado. Si Dios estuvo dispuesto a entregar a su Hijo único para que los hombres sean salvos, nosotros también somos llamados a consagrar nuestra vida en la proclamación de tan buenas nuevas y ocuparnos de hacer discípulos hasta que el Señor venga.
A esto los animo, a esto los convoco.
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