Excelencia, valor-bravura.

2 Pedro 1.3-11

Construir una casa sin cimientos lleva a la ruina. Pero, construir sólo los cimientos no hace la casa, y la inversión inicial termina convirtiéndose en pérdida total. En asuntos de la fe sucede algo similar. Quien construye su fe en meras experiencias, sensaciones, sentimientos o emociones, corre el riesgo de terminar confundido, defraudado y en fracaso.

Quien sólo llega al primer escalón del caminar cristiano, la fe, pronto encontrará que la misma no es suficiente para hacer la vida al estilo de Jesús, ni tiene sentido vivirla a menos que se siga adelante en el conocimiento y servicio de Cristo.

Para Pedro, desde luego, no es suficiente con tener fe. A esta hay que agregarle otros valores. El primero de ellos es la virtud. Es este un término interesante. Su primer significado es [el] estado de una cosa [mismo] que constituye su excelencia propia y la capacidad para realizar bien su función.

Los Padres de la Iglesia, sucesores del liderazgo apostólico, consideraron como virtudes cardinales, es decir las principales, las siguientes cuatro: prudencia (sabiduría), fortaleza, templanza y justicia. Dado que según el diccionario virtud es también la autoridad para actuar, entendemos que los creyentes hemos sido capacitados para actuar con excelencia en el cultivo de tales virtudes esenciales.

Por lo tanto, si somos capacitados, también somos llamados para practicar tales virtudes en el día a día de nuestras vidas. Las distintas esferas vitales son espacios en los que urge que desarrollemos las virtudes cardinales. En particular cada vez más, el espacio de las relaciones familiares requiere, exige, para empezar, de nuestra prudencia.

Es decir, de nuestra sabiduría al tomar decisiones. La de con quién haremos la vida, por ejemplo. También necesitamos sabiduría para responder a los estímulos o, de plano, las provocaciones, de los nuestros. Necesitamos sabiduría para convivir la dinámica familiar dando testimonio de nuestra identidad en Cristo.

Desde luego, las mismas relaciones requieren de nuestra fortaleza ante los retos: decepción, tristeza, abandono, etc., que la relación familiar plantea. Como hemos visto, las luchas espirituales se pelean frecuentemente en casa, con los nuestros. Somos cimbrados por tantas cosas que nos provocan para que renunciemos a nuestra fe.

También requieren de nuestra templanza, es decir, de nuestra moderación en la administración de nuestra vida. La vida es finita, se acaba, por ello hay que administrarla bien. A veces descuidamos a los que amamos o los lastimamos porque suponemos que siempre estarán ahí y que tendremos tiempo y oportunidad para restaurar las heridas abiertas.

Pero ¿quién tiene la promesa del mañana? Y, aún si vivimos más tiempo ¿qué nos asegura que los que hemos lastimado seguirán a nuestro lado o mantendrán el interés de relacionarse con nosotros?

Y, nuestros espacios familiares reclaman también de nuestro hacer el bien, de la práctica de la justicia en el cómo de nuestra relación con los nuestros. Hacer el bien por lo que somos en Cristo y no en función de las circunstancias que enfrentamos.

Conviene tomar en cuenta, también, que la palabra utilizada por el Apóstol Pedro y que se traduce como virtud, es arete. Este término conlleva dos acepciones: además de excelencia; también significa valorbravura. Si a tales significados añadimos la exhortación para que añadamos a cada virtud otra más, podemos comprender mejor el llamado que la Palabra de Dios nos hace.

En primer lugar, Pedro hace a los cristianos los sujetos de su propio progreso en Cristo. Es decir, el Apóstol no nos invita a que pidamos a Dios que sea él quien agregue virtud sobre virtud en nuestra vida. Así, del llamado petrino resulta que el crecimiento, el ir adelante en la vida cristiana depende fundamentalmente de la decisión y del compromiso del creyente. De la determinación con que se empeña en desarrollar las virtudes recibidas en obediencia al llamado y la capacitación recibidos.

La segunda cuestión a destacar, es que el término usado por Pedro, añadir, implica la generosidad, es decir la disposición para invertir voluntaria y abundantemente todo lo que sea necesario para nuestro crecimiento personal. Se trata de un añadir generoso, es decir que no se conforma con lo mínimo sino que procura el desarrollo máximo, el más perfecto, de las virtudes antes enumeradas.

Este llamado apostólico implica la necesidad de equiparnos adecuada y excelentemente para cumplir la tarea que se nos ha encomendado. Este equiparnos incluye el celoso cultivo de la oración en tanto diálogo constante con nuestro Dios. Somos llamados a desarrollar la capacidad para escuchar al Señor en nuestros momentos de oración, somos llamados a hablar menos y a escuchar más cuando oramos.

Nuestro equipamiento requiere de nuestro abundar en el conocimiento de la Palabra de Dios. Jesús indicó a sus discípulos que debían enseñar a los creyentes a obedecer, les dijo, todo lo que les he mandado a ustedes. Lo que el Señor nos revela, lo que el Señor espera de nosotros está en su Palabra. La misma nos dirige, nos alimenta espiritualmente y nos fortalece para que cumplamos con la tarea recibida.

Y, desde luego, nuestro equipamiento requiere de la participación de nuestros hermanos en la fe. Pasa por el fortalecimiento de nuestras relaciones, dentro y fuera de los cultos y del lugar donde nos reunamos. Es el cultivo de la comunión proactiva con nuestros hermanos, la participación gozosa en las actividades congregacionales y el sabernos responsables primarios de la salud del Cuerpo de Cristo, lo que contribuye a nuestro mejor equipamiento espiritual.

Así que, en síntesis, Pedro nos llama a hacernos responsables de nuestro propio crecimiento; a que invirtamos generosamente en el mismo y que lo hagamos de una manera excelente. Es decir, nos llama a progresar, a avanzar. Equipara nuestro caminar cristiano al avance de un ejército en el campo de batalla.

William Barclay reflexiona al respecto: En la vida cristiana tiene que haber un avance moral constante. Moffatt cita un dicho: «La vida cristiana no debe ser un espasmo inicial seguido por una inercia crónica.» Desgraciadamente, eso es lo que es a veces: un momento de entusiasmo, cuando uno se da cuenta de la maravilla del Cristianismo, y luego un fracaso en poner por obra la vida cristiana mediante un progreso continuo.

Crecer, caminar, avanzar, ¿hacia dónde? Otra vez, el diccionario viene en nuestra ayuda cuando define virtud también como: Integridad de ánimo y bondad de vidaDisposición constante del alma para las acciones conformes a la ley moral.

De lo que se trata es que nos ocupemos de mantener nuestro ánimo, nuestra disposición, que permanezcamos firmes en la práctica de las cosas que Dios ha establecido como buenas. Es decir, que perseveremos en hacer el bien.

Hacer el bien, lo que Dios ha establecido como justo, es una tarea que requiere de nuestra fe y de nuestra entrega personal. De nuestra fe porque sabemos, conocemos y actuamos conforme a lo que Dios ha establecido. Solo la fe hace posible que, ante situaciones adversas, perseveremos haciendo lo bueno. Pero, a la fe debemos añadir nuestro esfuerzo, nuestra determinación, nuestra lucha constante.

En la lucha, es la respuesta que recibo de un amado hermano cuando le pregunto cómo está. Luchando, no estando dispuesto a permitir que las circunstancias de la vida nos detengan en nuestro servicio a Dios, ni, mucho menos que nos hagan retroceder.

No es suficiente conocer, confiar, conducirse inicialmente de cierta forma. Es indispensable avanzar y crecer en Cristo. No basta con haber empezado el caminar cristiano, como no basta con echar los cimientos cuando se pretende construir una casa.

Todos los cristianos tenemos áreas comunes a las que debemos atender en nuestro caminar. Pero, cada uno tiene sus propias áreas de reto, sus propios espacios de oportunidad. Y nadie puede crecer por el otro. Cada uno debe añadir, por sí mismo, a su propio crecimiento.

Hay algunos a quienes las circunstancias los frenan y, como dejan de luchar, los hacen retroceder. Se apartan, se rezagan y terminan deslizándose fuera del espacio de oportunidad de Dios. Se apartan del camino. Hebreos 2.1 DHHK

La razón de su fracaso está en aquello en que han puesto su mirada, tal como lo evidencia la historia de Eliseo y Giezi, su siervo ¿recuerdas la historia?

Una mañana, Giezi el siervo de Eliseo, salió al campo y descubrió que estaban rodeados por los sirios. Desesperado, preguntó: ¿qué haremos? Eliseo pidió a Dios: “Te ruego Jehová que abras sus ojos para que vea”. Y, cuando Dios lo hizo, el criado miró que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo. 2 Reyes 6.17 LBLA

Permanecer mirando a Cristo, siguiendo a Cristo, nuestro ejemplo y meta, es garantía de nuestra permanencia y, por lo tanto, de nuestra victoria en él. Cristo permanece siempre al frente, nuestra tarea es permanecer mirándole y siguiéndole a él.

Esto requiere de nuestro esfuerzo, de nuestra concentración y de nuestro propósito, desde luego. Cosa difícil, pero posible puesto que, aunque nuestros ojos estuvieran cerrados, el monte sigue estando lleno de gente de a caballo y nos protegen los carros de fuego que están a nuestro alrededor.

A esto los animo, a esto los convoco.

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