Rebeca, una esposa decepcionada
Ana Delia, mi esposa, me ha compartido su sentir de que en nuestra reflexión anterior no he considerado de manera suficiente las causas que explican la violencia de género en contra de las mujeres. Si Dios permite, nos ocuparemos de ello con mayor empeño en nuestra siguiente reflexión dominical. Por ahora, como un aporte a la consideración integral acerca de la importancia de las relaciones de pareja en el proceso de la restauración de la familia, conviene que nos hagamos una pregunta: ¿Los hombres sufren de violencia doméstica?
Bueno, el gobierno mexicano reconoce que el 25% de las denuncias de violencia doméstica son hechas por hombres. Pero, advierte, el número puede ser mucho mayor, ya que se trata de una violencia silenciosa. Los hombres encuentran más difícil denunciar la violencia sufrida por cuestiones tales como: vergüenza, dificultad para ser creídos, negación del problema, etc. Diversos estudios muestran que, aunque menos frecuente, la violencia física contra los hombres resulta más letal. Además, al abuso sexual, que va del exigir desempeños sexuales determinados hasta le privación de cualquier relación sexual o afectiva. Al menosprecio por razones de carácter, constitución física y la falta de logros alcanzados. A las falsas denuncias de abuso, tanto en el ámbito familiar como en el legal. Etcétera.
Tratemos aquí de entender algunas de las causas que propician la violencia de género en contra de los hombres, al interior de las relaciones de pareja.
Nuestra historia es una de esas que no deberían estar en la Biblia. El levita de nuestra reflexión anterior era uno más de los hombres de Israel. Pero, hoy nos ocupamos de uno de los patriarcas, de los fundadores del pueblo de Dios. Nos ocupamos de Isaac, el hijo de la fe. Y nos ocupamos de Rebeca, la mujer que sería madre de muchos millones, según profetizaron sus hermanos. Génesis 24.59 Al ocuparnos de Isaac y Rebeca, nos ocupamos de una historia de traición, engaños, violencia y, sobre todo, de decepción. En efecto, el eje de nuestra historia es una mujer decepcionada, Rebeca.
Recordemos cómo fue que empezó la historia de Rebeca e Isaac. Abraham, el padre de Isaac, decidió que su muchacho ya estaba en edad de casarse, después de todo ya tenía cuarenta años. Abraham sabía que su muerte estaba próxima y, dado que Sara había muerte, Isaac estaba solo. Así que el bueno de Abraham no sólo decidió que su hijo debía casarse, sino que decidió conseguirle una esposa. Para ello envió al más viejo de sus siervos a que escogiera una mujer para su hijo entre sus parientes en Nahor, Mesopotamia.
El siervo cumplió su tarea buscando la dirección de Dios. Cuando estuvo seguro de que Rebeca era la indicada, la halagó con joyas y muchas riquezas. La impresionó. Viajaba en el equivalente a diez Suburbans último modelo, blindadas y acondicionadas a todo lujo. Así que cuando sus parientes le preguntaron a Rebeca si quería ir a casarse con un perfecto desconocido, dijo que sí. Después de todo, si el criado de la familia era tan educado, poderoso y próspero ¿cuánto más sería el hombre con el que le proponían que se casara?
El primer encuentro de Rebeca con Isaac resulta revelador. Rebeca lo vio cuando Isaac había salido a dar un paseo al anochecer. Reina Valera dice que Isaac había salido a meditar al campo, a la hora de la tarde. Un hombre cuarentón que sale a meditar al campo ¡cuánto nos dice esta descripción del carácter de Isaac! El ritmo del relato del capítulo 24 del Génesis resulta muy interesante. Isaac sale al encuentro de la caravana en la que viaja Rebeca. El siervo de le cuenta a Isaac lo que había hecho. Luego Isaac llevó a Rebeca a la tienda de campaña de su madre Sara, y se casó con ella. Isaac, dice el pasaje, amó mucho a Rebeca, y así se consoló de la muerte de su madre.
No sé a cuantas mujeres les gustaría pasar la noche en la recámara de su suegra muerta. Y me pregunto cómo se habrá sentido Rebeca sabiéndose la que llenaba el vacío del corazón de Isaac, dejado por Sara. ¿Cuánto tiempo habrá pasado antes de que Rebeca se decepcionara de Isaac? ¿Cuánto tiempo habrá pasado antes de que aparecieran los problemas provocados por una mujer fuerte y un hombre de carácter débil? Isaac ni siquiera fue capaz de decidir con quién se casaría, mientras que Rebeca estuvo dispuesta a dejar todo para casarse con un hombre a quien no conocía y hacer la vida lejos de su familia, de su casa, de sus costumbres, de su espacio.
Con variantes de tono, grado y circunstancias esta es una situación que se repite frecuentemente. Una y otra vez encontramos los mismos elementos: mujeres fuertes con grandes expectativas respecto del hombre con quien se casan. Hombres de carácter débil, más cercanos a sus madres que a sus padres con historias de vida y posiciones existenciales en conflicto. Ambientes familiares y sociales generadores de tensiones y conflictos. Estoy seguro de que tú conoces este tipo de historias hechas realidad.
La historia que nos ha leído Samara resulta el colmo de una relación difícil y mutuamente decepcionante. Ya dije antes que no debería estar en la Biblia. He dicho que al ocuparnos de Isaac y Rebeca, nos ocupamos de una historia de traición, engaños, violencia y, sobre todo, de decepción. Una historia protagonizada por personas que conocen, aman y sirven a Dios. Una historia trágicamente contemporánea. Al respecto, Joey Cochran dice, quien hizo un estudio sobre personajes relevantes en la historia de la iglesia contemporánea: El patrón demasiado común que descubrí es este: grandes figuras evangélicas a lo largo de la historia a menudo tenían vidas personales y familiares trágicas.
Isaac, como muchos hombres que, aprovechándose de su fuerza, recursos y poder abusaron de sus esposas, en su vejez se vuelven vulnerables. Rebeca pudo y supo cómo aprovechar la vulnerabilidad de Isaac. Esta no sólo resultaba de su ceguera, sino de la división de la familia. Isaac y Esaú, por un lado. Rebeca y Jacob, por el otro. Isaac y Esaú representaban el poder: el esposo, jefe de la familia y el hijo mayor, el primogénito, el cazador. Rebeca y Jacob representaban el lado débil de la familia. La esposa, mujer sin riquezas ni poder propios, Jacob, el hijo de mamá, el hijo menor, el que realizaba quehaceres domésticos. Puras apariencias.
En esta familia disfuncional, los débiles eran los fuertes. Rebeca controlaba a Isaac, lo vigilaba, lo espiaba. Estaba atenta a lo que hacía y decía. Tenía una razón para ello, fortalecer su poder, su ascendencia y así proteger a su hijo favorito, Jacob. Aquí conviene apuntar que cuando las relaciones de pareja se deterioran, la familia como un todo sufre las consecuencias, la primera de ellas, la división. No sólo Rebeca e Isaac estaban separados, no sólo ellos ejercían violencia mutua. Sus hijos también vivieron marcados por el odio, el resentimiento, el temor, el distanciamiento.
En familias así, no es raro encontrar el que haya quienes estén dispuestos a sufrir ellos mismos, con tal de lograr su venganza. Como Rebeca, que cuando Jacob temeroso de que su padre descubra el engaño y lo maldiga, Rebeca exclama: ¡Entonces que la maldición caiga sobre mí, hijo mío! Tú simplemente haz lo que te digo. Paradójicamente, la mayor maldición no fue para ella, sino para sus hijos. Al engañar a Isaac puso en riesgo la vida de su hijo más amado, pues como dice el verso 41: Desde ese momento Esaú odió a Jacob. No dejó de amar a su padre, aunque este no le había dado bendición alguna, sino que se propuso esperar a que Isaac muriera para no entristecer su corazón. Pero, se propuso que cuando su padre muriera, él mataría a su hermano Jacob.
Obviamente la descomposición de esta familia no fue responsabilidad exclusiva de Rebeca. Isaac fue un hombre inmaduro, apocado y dispuesto a sacrificarla en aras de su propio bienestar. Isaac ejerció violencia en contra de Rebeca. Pero, sobre todo, Isaac decepcionó a Rebeca. Lo hizo una y otra vez. Rebeca, la esposa de Isaac, era y siguió siendo extranjera en casa de su marido. Nunca se sintió parte de la familia, del país, de la cultura de Isaac. Por ello, eligió un hombre en el que pudiera hacer realidad sus sueños. Este fue su hijo Jacob. Por Jacob traicionó a Isaac y por Jacob robo a Esaú, su hijo mayor, de su herencia paterna. AG
Decepción es el pesar por un desengaño. Así que si Isaac decepcionó a Rebeca le causó pesar. Pero ¿la decepción en el matrimonio sólo es fruto de uno de los cónyuges? He propuesto a ustedes que muchas mujeres se vuelven facilitadoras y corresponsables de la violencia sufrida, mediante la sumisión y la agresión. Creo que la sumisión resulta de la expectativa de los seudo beneficios que resultan de sus expectativas. Como Rebeca, quien estuvo dispuesta a relacionarse con Isaac no por lo que este era, sino por lo que ella esperaba que fuera.
Las expectativas, la esperanza de obtener algo, facilitan la sumisión en las relaciones abusivas. Pero, quien ha invertido tanto, como a sí misma, llega al momento de la decepción e incapaz de respetar al esposo, suele optar por la agresión como el instrumento equilibrador de la relación familiar. Como Rebeca, quien sintiéndose agraviada, relegada, menospreciada por Isaac, terminó castigando a este con su deslealtad y su traición, dando el tiro de gracia a la unidad de su familia.
Rebeca representa a las mujeres a quienes les resulta tan difícil el mandato bíblico a las esposas: que respeten a sus maridos. Efesios 5.33 Es decir, que los traten con amabilidad, consideración y buena educación. Porque ¿cómo ser fácil de amar a quien la ha lastimado? ¿Cómo ser atenta con quien la ha menospreciado? ¿Cómo ser leal a quien la ha traicionado? Es tan difícil respetar a quien no merece respeto y tan fácil agredir a quien ha decepcionado tanto.
Como en el caso de la violencia contra las mujeres, la violencia contra los hombres requiere de la participación de unos y otros ya sea por omisión o por acción. De igual manera, la restauración de la relación de pareja requiere tanto de la participación del hombre como de la de la mujer. He propuesto a ustedes que es la paciencia, el permanecer haciendo el bien, la tarea a la que somos llamados en el cómo de nuestras relaciones de pareja.
En el caso del trato de la mujer al esposo que la ha decepcionado, hacer el bien empieza, me parece, porque la mujer se comprometa consigo misma para mantener su identidad en Cristo. A que luche contra las fuerzas internas y externas que la presionan para que sea otra, diferente, a quien es en Cristo. Esto empieza por el no permitirse el permanecer en un modelo de relación indigno. Que no permita que su dignidad sea menoscabada por cualquier forma de violencia en su contra. Así como la dinámica de la violencia es de menos a más, así el deterioro de la dignidad siempre va de más a menos. Mientras mayor violencia se permite, menor dignidad se conserva.
Y no sólo se pierde dignidad por el maltrato recibido, sino por la calidad de la respuesta dada a la violencia recibida o percibida. Hay mujeres que a la pérdida resultante del maltrato recibido, suman la pérdida de su propia dignidad al no actuar de manera congruente con su identidad en Cristo. La agresión al esposo sea pasiva o violenta, siempre atenta contra la dignidad de la mujer que la ejerce. Por ello, el respeto al esposo depende mucho más de la identidad de la mujer digna, que del merecimiento que este tenga. El respeto al esposo no es un derecho de este, sino una concesión de gracia de la mujer que está en Cristo.
Difícil tema es el que nos ocupa. Pero, a reflexionar en la presencia del Señor, a la luz de su Palabra y a disponer nuestro corazón para honrar a Dios les invito. A ocuparnos de examinar nuestro aporte personal a nuestra relación de pareja y a replantear el cómo de la misma, perdonando y pidiendo perdón cuando sea pertinente. A permanecer haciendo el bien, lo que es propio de nuestro estar en Cristo.
A esto los animo, a esto los convoco.
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