Una nueva manera de ser esposo
¿Por qué abusamos los hombres de las mujeres? Es esta una pregunta difícil. Podemos acercarnos a esta de manera genérica, lo cual difícilmente responde al interés de quien la plantea. Porque, creo, lo que importa es, a fin de cuentas, la cuestión objetiva, inmediata: ¿por qué abusa de mí el hombre a quien amo? se pregunta la mujer abusada. Y, el abusador llega siempre al momento en el que se pregunta a sí mismo por qué es que abusa de la mujer a la que, con toda seguridad, ama.
En algún momento he propuesto a ustedes que hay tres factores que son comunes a los patrones de abuso de género en contra de las mujeres, de parte de los hombres. Primero, el carácter que se reconoce al hombre en función de su género. La segundo, la condición de propiedad que se otorga a la mujer, la que consciente e inconscientemente se considera un bien al servicio del hombre. Y, tercera, la cultura patriarcal que religiosa, ideológica y socialmente, legitima modelos de relación sustentados en los dos primeros factores.
También he propuesto que a tales factores masculinos, por así llamarlos, han de sumarse dos que aportan, consciente e inconscientemente, las mujeres en relación con hombres abusadores. El primero la sumisión, es decir la aceptación consciente e inconsciente, voluntaria e impuesta, de la condición superior del hombre respecto a su propia inferioridad. El segundo, la agresión como mecanismo de defensa y de reubicación en la dinámica relacional de la pareja.
He pedido a Samara que nos leyera el pasaje de Génesis 3, porque en el ambiente religioso del cual participamos, resulta ser el pasaje clave para el pretendido sustento del principio de sumisión de la mujer ante la autoridad de su marido. Es la traducción Reina Valera, del verso 16, la más conocida y más utilizada en tal sentido: … tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti. Para que tal declaración pueda ser considerada como fundamento de la autoridad total del hombre sobre la mujer, doctrina que desarrollan Pablo y Pedro en el Nuevo Testamento, habría que considerar la misma como un decreto, es decir como una decisión tomada por Dios a favor del hombre y en contra de la mujer.
Sin embargo, la traducción leída por Samara, la NTV, da otra dimensión a la declaración que nos ocupa: Y desearás controlar a tu marido, pero él gobernará sobre ti. La traducción DHHDK dice: Pero tu deseo te llevará a tu marido, y él tendrá autoridad sobre ti. La Palabra, dice: Tendrás ansia de tu marido y él te dominará. Menciono por último la traducción Nueva Biblia Viva NBV: Y a pesar de eso, seguirás deseando a tu marido, y él tendrá dominio sobre ti. Volviendo a NTV, Dios hace una declaración, no establece un decreto. Describe, que no ordena, cómo será la relación de las parejas que sufren las consecuencias de su propio pecado. Es decir, de su hacer la vida equivocadamente, de no hacer lo que conviene.
Veamos que el Señor se refiere a una relación en conflicto, conflicto que se da consciente e inconscientemente. Por un lado, está el deseo, la necesidad de la mujer, de controlar a su marido y, por el otro nos encontramos al marido quien, dada su ascendencia y apoyado por la cultura dominante, impone su gobierno sobre la mujer. Nada más lejos del propósito de Dios al crear al hombre y la mujer en la cualidad de iguales. Iguales en dignidad, iguales en autoridad, iguales en derechos y obligaciones. Más aún, nada parecido al principio de complementariedad establecido por Dios al crear a Eva para que esta contribuyera a que Adán fuera quien era. Es decir, para que se complementaran mutuamente como la imagen y semejanza de Dios que son como personas.
Una vez salvos, los cristianos seguimos luchando contra los patrones de pensamiento, las fortalezas espirituales, que nos eran propias antes de Cristo. 2 Corintios 10.3,4 Llamo tu atención al hecho de que lo que Pablo llama fortalezas, espirituales, según algunas traducciones, se refiere a cualquier cosa en la que uno confíe, de los argumentos y razonamientos por los cuales un contendiente se esfuerza por fortalecer su opinión y defenderla contra su oponente.
Así, dado que es una nueva criatura en Cristo, el creyente, sea hombre o mujer, enfrenta el reto de rendir su pasada manera de pensar a su nueva condición de hijo de Dios. Ello le lleva a replantear los presupuestos de vida que ha aprendido sobre sí mismo y sobre los demás, en particular respecto de quién es su cónyuge.
Esto implica un proceso de ajuste interior y del ajuste de los presupuestos de sus condicionantes relacionales. Los hombres agredimos a nuestras mujeres porque hemos aprendido a hacerlo, porque estamos convencidos de quiénes somos y gozamos del derecho que tenemos sobre ellas. Tales nuestras fortalezas espirituales, la manera de pensar en la que confiamos y que nos esforzamos por fortalecer e imponer. Esta es una cuestión que se da tanto consciente como inconscientemente. Gracias a la cultura familiar, a los patrones aprendidos, a la consideración recibida, nos sabemos superiores y, por lo tanto, consideramos que nuestra esposa debe someterse a nuestra voluntad, caprichos e imposiciones.
Sólo Cristo y sólo en Cristo es que podemos romper tales fortalezas espirituales, tales patrones de pensamiento. El cómo del trato a nuestra esposa evidencia el grado de nuestra comunión e identidad con Cristo. Mientras menos Cristo en nosotros, más machos somos. Ello, porque Cristo es luz que alumbra nuestra vida y nos guía, empodera y acompaña en el proceso de aprender a ser nuevas criaturas. Según Pablo a los Efesios, Cristo hace que todo el cuerpo encaje perfectamente. Y cada parte, al cumplir con su función específica, ayuda a que las demás se desarrollen, y entonces todo el cuerpo crece y está sano y lleno de amor. Esta declaración paulina referente a la Iglesia, como cuerpo de Cristo, es totalmente válida y aplicable a la relación de los esposos cristianos quienes, también, son el cuerpo de Cristo.
Desde luego, la condición espiritual del esposo cristiano, su comunión con Dios y su consagración a Cristo, resulta el fundamento del cómo de su papel y relación conyugal. Pero, pecaría de simplista si considerara que todo se trata de la abundancia o la falta de comunión, de santidad, de consagración, etc. La condición espiritual de la persona determina el cómo piensa esta, de los intereses que busca satisfacer en sus relaciones, de los principios que gobiernan su vida y, en consecuencia, del cómo de su relación con las personas que forman parte de su vida.
La condición espiritual afecta la sicología, la cultura, las capacidades y la cosmovisión de la persona. Afecta el cómo se ve a sí mismo el esposo cristiano. Pablo nos llama a no tener mayor opinión de nosotros mismos que la que conviene, Romanos 12.3 NTV nos anima a que ninguno se crea mejor de lo que realmente es. Sean realistas, dice Pablo, al evaluarse a ustedes mismos, háganlo según la medida de la fe que Dios les haya dado. Cosa difícil para los hombres que hemos sido creados y cultivados por nuestras madres como los especiales, los que valen, los importantes. Particularmente de nuestras madres y de nuestros entornos familiares hemos aprendido que, en la cola de la vida, nosotros vamos primero. Práctica materna que, en no pocos casos, se da aún a costa de la propia dignad y a expensas de la integridad, el confort y el derecho de la madre.
Los hombres que hemos crecido en un entorno evangélico, o llegado a él ligados a la influencia de nuestra madre, hemos disfrutado de una cultura que sobrevalora al hombre y relega a la mujer. Esta cultura eclesial fortalece las culturas familiares y provee de una cosmovisión en la que hombre es sinónimo de derechos, poder y liderazgo, en tanto que mujer es sinónimo de relegamiento, aceptación y seguimiento. Lo más terrible y conflictivo de esta cultura es que recurre a presupuestos supuestamente espirituales para justificar esta dinámica verticalista de las relaciones entre quienes, dice la Biblia, sin distinción de género, son imagen y semejanza de Dios.
Antes he dicho que dado que es una nueva criatura en Cristo, el creyente, sea hombre o mujer, enfrenta el reto de rendir su pasada manera de pensar a su nueva condición de hijo de Dios. Ahora debo decir que el reto sólo lo enfrenta quien tiene consciencia de que su pasada manera de vivir no tiene razón de ser en su aquí y ahora. Si hemos aprendido tan bien lo que hemos aprendido respecto de nuestra superioridad de género ¿cómo podemos tomar consciencia de lo inadecuado de la misma al estar en Cristo? Si nos parece tan normal que nuestra esposa -dado que es mujer- recoja la mesa, levante nuestra ropa, acceda a nuestras exigencias, tolere nuestras faltas ¿cómo podremos estar en condiciones de iniciar el camino de nuestra conversión en lo que a nuestra relación conyugal se refiere?
Yo propondría aquí que el primer paso es concedernos a nosotros mismos el beneficio de la duda y preguntarnos si estamos siendo hombres al estilo de Cristo. Dignos, íntegros, libres. A que, como el salmista hizo, corramos el riesgo de poner delante de Dios los pensamientos que nos inquietan, para que nos señale cualquier cosa que en nosotros le ofenda y nos guíe por el camino de la vida eterna. Salmo 139.23,24
El segundo paso, abunda en el primero. Para que nuestra manera de pensar carnal ceda ante el pensamiento de Cristo debemos abundar en nuestra relación con él mediante la oración y el estudio de la Palabra, particularmente en el tema de nuestra identidad y del cómo de nuestras relaciones. Primero las nucleares, como esposos y padres y después las otras de las que participamos. El agua sucia de nuestra mente sólo será expulsada cuando llenemos nuestro corazón de quien es la Palabra, Cristo, y permitamos que esta como ríos de agua viva en nuestro interior.
El tercer paso es delicado, doloroso y difícil de ser transitado. Porque es un paso en el que hay que identificar qué es lo que se puede podar, a fin de que haya nueva vida y qué es aquello que se debe arrancar porque ya no existe vida en ello. También porque es un paso que requiere de la participación de nuestra esposa. Por más sincero e interesado que este el hombre en transformar su modelo de relación conyugal no podrá hacerlo, nunca, sin la participación voluntaria, consciente y responsable de su esposa. Así como el abuso conyugal resulta de la participación, por acción o por omisión, de ambos, la restauración de la pareja requiere de la participación de quienes la componen.
No sólo el hombre debe ocuparse del desarrollo de su identidad en Cristo, también la mujer debe hacerlo. Que esta decida hacerlo presenta una dificultad proporcional al abuso sufrido. Ello porque el abuso provoca como una de sus consecuencias más importantes la incredulidad y la desconfianza. Si se cree, se cree incrédulamente. Lo mismo aplica cuando es el hombre quien ha sido abusado, desde luego. Pero, ahora hablamos del abuso de la mujer y de su dificultad para correr el riesgo de confiar, de caminar al lado de quien tanto dolor y daño le ha provocado.
A reserva de que podamos ocuparnos de esto con mayor detenimiento, quisiera aquí invitar a mis colegas hombres, maridos que hemos abusado de nuestras esposas, a considerar que la restauración de la relación de pareja no se impone, se propone y se sustenta en la propia conversión. En el recuperar la consciencia de quiénes somos para así reconocer, motivar y facilitar la recuperación de la identidad de la mujer que amamos. Así como Cristo, dice Pablo, entregó su vida por ella (la Iglesia, su esposa). De esta manera, no habrá arruga ni mancha en nuestra esposa que resulte de nuestro mal cumplir nuestro papel de esposos.
A eso los animo, a esto los convoco.
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6 marzo, 2022 a 15:15
Bendiciones, gracias Pastor. Rescato la importancia de no creer, que en el rescate de una relación conyugal, conforme las enseñanzas de Cristo, sea sólo una de las partes quién tenga la responsabilidad.
¿Cómo saber el qué, cómo, cuándo? Creo que es lo primero que, individualmente se debe encontrar, para iniciar el camino de restauración de la pareja.
Nuevamente gracias, hay mucho más v la a lo que nos invitas a reflexionar.
7 marzo, 2022 a 11:13
Se sabe el qué, el cómo y el cuándo, cuando, a la luz de la Palabra, la pareja examina su modelo de relación y aquello que construye la identidad personal de sus miembros.
6 marzo, 2022 a 15:15
Bendiciones, gracias Pastor. Rescato la importancia de no creer, que en el rescate de una relación conyugal, conforme las enseñanzas de Cristo, sea sólo una de las partes quién tenga la responsabilidad.
¿Cómo saber el qué, cómo, cuándo? Creo que es lo primero que, individualmente se debe encontrar, para iniciar el camino de restauración de la pareja.
Nuevamente gracias, hay mucho más v la a lo que nos invitas a reflexionar.