Viva y poderosa

Hebreos 4.12 NVI

iCP meditaciones agosto 19

Hemos dicho que la Biblia es un libro conflictivo, tanto para quien pretende creer que la misma es la Palabra de Dios y actual y pertinente en su aquí y ahora, como para quienes no creen tales cosas. También hemos dicho que el asumir la actualidad y pertinencia de la Biblia resulta del hacer propio que Dios existe y que es el Señor de todo lo que él ha creado. También hemos dicho que el sustento toral de tales convicciones es la fe, asumiendo que esta requiere de nuestra decisión de asumir como verdadero aquello que confesamos creer. Ciertamente, la fe es don -regalo- de Dios, pero toca a quien le es dado el aceptarlo y decidir vivir en conformidad con lo que tal regalo implica. Efesios 2.8, 10; Juan 1.12-14

En alguna ocasión recordamos a San Agustín, quien asegura: La fe es creer en aquello que no se ve; la recompensa de la fe está en ver lo que crees. Es este un principio válido para acercarnos a la consideración de la Biblia como la Palabra de Dios. Debemos empezar diciendo que a quien no quiere creer, ningún argumento o prueba -histórica, filosófica, arqueológica, etc.-, le será suficiente para aceptar que Dios es el inspirador de lo que llamamos Biblia o Sagradas Escrituras. Pero, también debemos prevenir respecto que ninguno de tales argumentos o de tales pruebas es suficiente razón para creer en el texto bíblico como Palabra de Dios. El creyente que basa su fe, entendiendo esta como aceptación de la inspiración divina en los argumentos o pruebas referidos, más pronto que tarde encontrará que tal fe es endeble e insuficiente para abundar en el conocimiento de Dios.

El elemento fundamental de la fe bíblica es la revelación que Dios hace de sí mismo, mediante su Palabra, a quienes lo buscan en obediencia, confianza y sinceramente. Podemos decir que la lectura y el estudio de la Biblia son una especie de lugar de encuentro entre Dios, quien quiere revelarse, y la persona que busca conocer mejor a Dios y entender lo que el Señor tiene para su vida. Ni la lectura ni el estudio de la Palabra por sí mismos provocan tal conocimiento mutuo entre Dios y el hombre. Este requiere, como hemos apuntado, de una disposición mutua para el encuentro al que llamamos comunión.

Estudiosos de la Biblia han acuñado el término revelación progresiva, para tratar de explicar el cómo de la revelación divina a la humanidad. Aunque no deja de ser un término polémico, el mismo nos ayuda a comprender cuál ha sido la revelación del propósito divino en su relación con los hombres. Pablo se refiere a este asunto como el misterio que Dios le ha revelado. Efesios 3  Misterio que no es otra cosa sino la revelación del quehacer divino respecto de la Ley y la Gracia, de la formación del pueblo de Israel y de la obra redentora de Cristo, etc. Wikipedia nos recuerda que otros estudiosos llaman a esto Economía de la Salvación: En la teología cristiana, se entiende por economía de la salvación, ​también llamada economía del misterio o economía del Verbo encarnado, al plan de Dios dispuesto para la salvación del género humano, ​y la administración que de los bienes espirituales y de la gracia ha confiado a la Iglesia.

De la misma manera que el misterio de Dios se ha revelado a lo largo de los siglos, en un proceso siempre interesante, aunque a veces difícil de comprender y de asumir, el creyente que se acerca a la Palabra buscando conocer a Dios y entender su voluntad para su vida, recorre un camino siempre interesante, retador y no exento de experiencias sobrenaturales y de circunstancias dolorosas y desalentadoras. Sin embargo, el propósito de Dios, hacerse conocer, se cumple en aquellos que, por gracia, se mantienen firmes en su propósito de conocer, alabar y servir a Dios en el todo de sus vidas.

Es en este sentido que nuestro pasaje se vuelve especialmente relevante. Describe con acierto las características innatas de la Biblia y la manera en que estas se hacen evidentes. Primero, dice que la Biblia es viva y poderosa. Tiene el poder para provocar a quien la lee. Por eso decimos que no se puede leer la Biblia impunemente y que quien la lee no vuelve a ser la misma persona. Ello, porque la Palabra exige, siempre, una respuesta de quien la lee. Y, dependiendo de esta es que la vida del lector evolucionará, ya sea para vida eterna, ya sea para muerte. Tal es el sentido de poderosa, es decir, activa. Nunca es pasiva, siempre genera algún tipo de reacción.

Esto explica el que podamos definir la lectura bíblica como una lectura dialogante. Cuando la leemos reaccionamos diciendo cosas como: ¡Claro! No, no puede ser cierto. ¡Esto es lo que yo buscaba! ¿Será? Ya lo había pensado, pero… Etcétera. Algunos, sin mayor rigor exegético definen esto como el rhema de Dios, es decir, como la aplicación particular de tal o cual pasaje bíblico en la experiencia del lector. De cualquier modo, quien abunda en la lectura y el estudio de la Palabra comprende bien aquello de que, esta, penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu… juzga los pensamientos y las intenciones de corazón y, aún provoca sensaciones físicas… hasta la médula de los huesos. Creo que pocos lectores de la Biblia no se han llenado de gozo o han llorado abundantemente al leerla en los distintos tiempos de oportunidad de sus vidas.

Pero, creo que la declaración de que la palabra de Dios es poderosa también tiene que ver con el hecho de la permanencia de su verdad, no obstante, los esfuerzos que, como lectores, podamos hacer para relativizar, ignorar o menospreciar los preceptos bíblicos. En no pocas circunstancias hacemos todo lo posible para manipular la Palabra a nuestra conveniencia. Quitamos, añadimos, damos forma, de acuerdo con lo que nos parece y lo que no. En la práctica pretendemos reescribir el texto sagrado pues, creemos el engaño del diablo a Eva en el sentido de que seremos como Dios, conocedores del bien y el mal. Génesis 3.5

Desde luego, quien pretende ocupar el lugar de Dios decidiendo qué está bien y que no, rompe su comunión con el Señor. Paradójicamente, lo que sabe de la Palabra, lejos de acercarlo a Dios, lo separa. Esto porque la Biblia reclama obediencia. Después de todo, es la Palabra de Dios. Y él nos ha dado su palabra para que la creamos y para que la obedezcamos. Jesús encarga a sus apóstoles: Ustedes vayan y hagan más discípulos míos en todos los países de la tierra… Enséñenles a obedecer todo lo que yo les he enseñado. Mateo 18.20 TLA Se trata de que quien lee la Palabra no sólo la lea, sino que sea un hacedor de la misma. Santiago 1.22-25

Leer, estudiar y practicar la Palabra es un riesgo, un peligro, que vale la pena correr. Quien abunda en ello se involucra en un proceso en el que cada día conoce más de Dios, de sí mismo y de la vida toda. Aprende a vivir en función de la eternidad y no sólo de su aquí y ahora. Se sincroniza con Dios puesto que conoce más del Señor, de su carácter, propósito y formas de actuar. Por ello es que hay una relación directamente proporcional entre el abundar en la lectura, el estudio y la práctica de la Palabra y el crecimiento espiritual del creyente.

Por eso digo que la Palabra es un riesgo, porque cambia, transforma la vida. Desde luego, es un riesgo de fe en el que la revelación va siendo progresiva conforme nos proponemos permitir que el poder de la Palabra afecte el todo de nuestra vida. Como propone Agustín, empezamos sin entender lo que leemos, pero, por pura gracia, llega el momento en el que lo oculto se revela y las promesas se hacen ciertas.

A esto los animo, a esto los convoco.

 

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