Pasó ahí la noche
1 Reyes 19.1-18
La vida tiene sus noches y las noches de la vida siempre resultan complejas y plantean la necesidad de superarlas. Quien se siente atrapado en alguna de las noches de la vida anhela ansiosamente la llegada del amanecer. Asume que la oscuridad de su noche no es espacio en el que conviene permanecer y permanece inquieto hasta que la luz se hace presente y la noche da paso a un nuevo día.
Elías descubrió que las noches de la vida siguen también a los días felices, a los días de victoria. En su caso, el triunfo obtenido en nombre de Dios por sobre sus acérrimos enemigos no evitó el que su noche llegara. Elías también descubrió que las noches de la vida no responden a ninguna lógica u orden razonable. Descubrió que a la embriaguez de la victoria bien puede seguir la resaca del miedo. Es más, descubrió que el abatimiento poco tiene que ver con lo que sucede en los otros o alrededor nuestro, pero, que mucho tiene que ver con lo que sucede en nuestro interior, en nuestra mente y en nuestro corazón.
Contra toda lógica o sentido común, Elías huyó ante la amenaza de una mujer después de haber derrotado a cientos de hombres. Alejarse de Jezabel resultó la única alternativa válida para el profeta. Con tal decisión podemos constatar la verdad de la declaración bíblica que nos asegura que Elías era tan humano como cualquiera de nosotros. Santiago 5.17 En la vida de tan destacado personaje, mismo que algunos creyeron ver reencarnado en Jesús (Mateo 16.14,14), encontramos algunas cuestiones que nos ayudan a enfrentar las noches de nuestra vida. Si Dios nos lo permite, dedicaremos los domingos que restan de septiembre para ocuparnos en detalle de cada uno de los enunciados siguientes.
Primero, encontramos que no hay una relación directa entre santidad, servicio a Dios y la ausencia de las que podemos llamar circunstancias depresivas. Es decir, que no es verdad que mientras más y mejor sirvamos al Señor menos expuestos estaremos a situaciones internas y externas que nos conduzcan a estados de profunda tristeza, decaimiento anímico, baja autoestima, pérdida de interés por todo y disminución de nuestras funciones mentales. En Elías descubrimos que tales circunstancias no siguen una lógica comprensible ni siempre son resultado de procesos identificables ni, mucho menos, predecibles. Como en el caso de Elías, a veces las noches de la vida siguen a o son preámbulo de días maravillosos.
Lo segundo que quiero destacar es que, me parece descubrir en la historia de Elías, Dios comprende nuestras huidas y las respeta. Nuestra historia revela un periplo de tres etapas. Elías, huye al desierto. Allí se acostó y se durmió. Después de alimentarse y dormir un buen, fue despertado por el ángel del Señor y caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al monte Sinaí. Buscó una cueva y en ella pasó la noche. Finalmente, al día siguiente se encuentra, por fin, con Dios. Sólo entonces Dios lo confronta y lo saca del derrotero seguido hasta entonces. ¿Por qué Dios no se le apareció en Beerseba o en el desierto? ¿Por qué lo alimentó para que pudiera seguir alejándose? Quizá porque Dios comprende que, a veces, en las noches de la vida, necesitamos y debemos huir al desierto y quedarnos a solas.
Creo que Dios respetó el derecho de Elías a considerarse cansado, harto y sin ganas ni fuerzas para seguir siendo aquel quien se esperaba que fuese. Pero, también creo que Dios dio a Elías la oportunidad de descubrir que lo que lo agobiaba no estaba en el territorio donde Jezabel se encontraba. Es más, que ni siquiera Jezabel misma era la causa de su condición depresiva. Todo estaba en él mismo. Así que, a donde fuera, llevaría aquello que lo oprimía al grado de hacerle huir. Aquí recupero un poema de Constantino Kavafis, La Ciudad:
Dices: “Iré a otra tierra, hacia otro mar
y una ciudad mejor con certeza hallaré.
Pues cada esfuerzo mío está aquí condenado,
Y muere mi corazón
lo mismo que mis pensamientos en esta desolada languidez.
Donde vuelvo los ojos sólo veo
las oscuras ruinas de mi vida
y los muchos años que aquí pasé o destruí”.
No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.
Algo que conviene que asumamos es que la ciudad irá siempre en nosotros. Es decir, que hay cosas en nosotros que son parte de lo que somos y que tendremos que aprender a vivir con ello, donde estemos. Y que, en tratándose de nuestros excesos u omisiones, estos o sus consecuencias irán con nosotros a donde quiera que vayamos.
Lo tercero que encuentro en esta historia de Elías es la permanencia de Dios y la del llamado recibido. En Samaria, en el monte Carmelo, en el desierto y en el Sinaí, dondequiera que estuvo Elías, Dios estuvo presente. Sin hablar, pero actuando. Nuestras huidas no nos alejan de Dios porque no importa a donde vayamos él permanece. Pero, permanece siendo él y no quien nosotros pensamos es ni quien deseamos sea. La experiencia de Elías a la puerta de la cueva en Sinaí así lo demuestra. Viento fuerte e impetuoso, terremoto, incendio. Signos, todos ellos, del lado que Elías conocía de Dios, pero que no agotaban lo que Dios era. Porque Dios es también un suave susurro que habla al espíritu agobiado, le trae paz y lo empodera para la nueva etapa de la vida. Porque la vida no se agota en las noches de la misma, estas siempre dan paso a nuevos días.
También permaneció el llamamiento recibido. Pero, quiero invitarles a considerar algo que puede resultar importante y significante para nosotros, el llamamiento permaneció, pero su forma cambió. Después del suave susurro al pie de la cueva, Elías dejó de ser el practicante, el taumatólogo, para convertirse en un instrumento para comisionar a otros ejecutores: Hazael, Jehú, Eliseo. Las noches de la vida afectan nuestro carácter y transforman nuestras tareas.
Sirva esta introducción para animarnos en la consideración del tema. Quiera Dios ayudarnos a identificar, enfrentar y superar las noches de la vida desde la perspectiva de la fe. Mientras tanto tengamos presente que, en todo, Dios está presente y que en él nuestra victoria es absoluta. Romanos 8.37
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Etiquetas: Depresión y fe, Las Noches de la Vida
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