Y hace con ellos lo que quiere
Lucas 8.26ss; 2 Timoteo 2.25,26
La historia que da lugar a nuestra reflexión es difícil, dramática y, para no pocos, atemorizante. Presenta un claro ejemplo del poder destructor del diablo. Sobre todo, hace evidente dos cosas importantes: No hay tregua en la lucha espiritual, y, al diablo nada le resulta suficiente, siempre va por más de nosotros hasta que logra su objetivo último: Destruirnos a nosotros por completo. Lucas hace evidente la degradación infligida al hombre de nuestra historia. Destaca que vivía en el cementerio y que andaba desnudo. Me parece que Lucas destaca así que era un vivo que vivía como muerto y donde los muertos, aislado cada vez más de los vivos. Vivo físicamente, pero espiritualmente muerto. Además, en la Biblia la desnudez es signo de la pérdida de la identidad. Al ser poseído por el diablo, había dejado de ser quien era y se había convertido en un esclavo al servicio de quien sólo buscaba su total destrucción.
Mucho se discute sobre la realidad de la posesión satánica. Es cierto que, en no pocos casos, conductas parecidas a las que nuestro relato registra son resultado de enfermedades psiquiátricas. De ahí, la importancia del ejercicio del discernimiento y de la consideración integral de cada caso. La experiencia, sin embargo, nos permite identificar algunos elementos que distinguen la posesión de una cuestión puramente psiquiátrica. En la historia de los poseídos aparecen diversas prácticas de ocultismo y, en algunos casos, de pactos con el diablo. Además, se trata de personas que viven en pecado y que, o lo relativizan o lo ocultan, aparentando una vida piadosa que les resulta ajena. La rebelión consciente, la disposición a desobedecer lo establecido por Dios lleva tanto al riesgo de la posesión desde un principio, como a que aquello que empezó como un problema meramente siquiátrico se convierta en un asunto de carácter espiritual.
No obstante, lo dramático de la posesión satánica con manifestaciones tan impactantes como las que leemos o de las cuales hemos sido testigos, propongo a ustedes que no es ni la más frecuente, ni la más destructiva. En nuestro segundo pasaje, el Apóstol se refiere a aquellos que cayeron en la trampa del diablo. A todas luces, se trata de creyentes que han descuidado su espíritu y con ello han dado lugar al diablo dándole la oportunidad de tentarlos, de aprovechar sus deseos desordenados. Efesios 4.27 Obviamente no se trata de personas que viven en el cementerio, andan desnudos y rompen cadenas. Se trata más bien, de personas normales, quienes hacen su vida normal.
Pero, tal normalidad sólo es una apariencia, asegura Pablo. Aún cuando no se note: El diablo los tiene prisioneros y hace con ellos lo que quiere, es decir, los posee. Muchos niegan que esto sea posible puesto que, señalan, el creyente le pertenece a Cristo. Además, aseguran, los espíritus satánicos no pueden poseer a quien es poseído por el Espíritu Santo. El hecho es que sucede y la explicación es sencilla: El creyente que da lugar al diablo renuncia, rechaza, se vacía, del Espíritu de Dios que ha recibido. La desobediencia aleja de Dios a quien desobedece y, en consecuencia, lo deja a expensas del poder y la influencia satánica. El Apóstol Pedro nos advierte (1 Pedro 5.8,9), que el diablo, como león hambriento, anda buscando a quién destruir. Y, por ello nos exhorta a que estemos atentos y listos, para así, poder resistir sus ataques.
Creo que esos de estar atentos y listos respecto de la acción satánica en nuestras vidas incluye el que nos ocupemos de identificar las obras del diablo y de preguntarnos si no se están realizando en nuestras vidas. Muertos en vida, desnudez y control temporal. Depresión, confusión, reinicios frecuentes, serían, me parece, los términos con los que ahora identificamos los elementos de la posesión satánica. Quien se aferra a su pecado, termina aislándose de los que le aman, los lastima y desarrolla una insatisfacción vital que cada vez le agobia más. No encontraron vida en su pecado. Al mismo tiempo, ya no saben quiénes son ni quienes son aquellos con los que se relacionan en pecado. Mi amigo, no; mi novio, no; mi esposo, no; mi pareja. Si no sabemos quiénes somos, tampoco sabremos quienes son aquellos que forman, hacen, nuestra vida. Y, característica de quienes son poseídos por el diablo son los múltiples reinicios frustrantes. Los familiares del gadareno le ponían cadenas, una y otra vez, pero, una y otra vez este las rompía. Así nosotros, queremos encadenar los espíritus que nos dominan: Terapias, alianzas, rompimientos y nuevas relaciones (1,2, ul), hasta medicamentos. Pero, una y otra vez, las cadenas se rompen y hay que volver a empezar de nuevo: Cada vez más muertos en vida, cada vez más confundidos.
Pero, como en el caso del gadareno, también para nosotros opera un factor de cambio: Jesús. Lucas hace un contraste entre el hombre que salió al encuentro de Jesús, tenía muchos demonios, y el hombre sentado a los pies de Jesús, estaba vestido y se comportaba normalmente. Era el mismo hombre, la diferencia es que estaba sentado a los pies de Jesús. Es decir, se había colocado bajo la autoridad del Señor. En las tareas de exorcismo las personas son liberadas cuando se invoca sobre ellas el nombre, la autoridad, de Jesucristo. En el caso de quienes están prisioneros y haciendo lo que el diablo quiere, el camino de la liberación pasa, necesariamente, por el arrepentimiento y la conversión, conscientes y comprometidas. Es decir, ante la posibilidad de la misericordia, tal vez Dios les dé la oportunidad de arrepentirse, dice Pablo a Timoteo, el creyente que ha caído debe salir al encuentro de Jesús y ponerse a sus pies.
El diablo no está interesado en destruir lo que tenemos, quiere destruirnos a nosotros. Y lo puede hacer si le damos la oportunidad. En cada cosa que nos quita, cada pérdida que provoca es un avance en nuestra destrucción integral. Pero, nuestra vida no tiene que ser la que está siendo, ni lo que el diablo quiere que sea, seguimos teniendo a Jesús y él ha venido para destruir las obras del diablo. 1 Juan 3.8 Por ello, quiero animarlos a que nos volvamos a Jesús, a que resistamos al diablo y a que recorramos el camino del arrepentimiento y la conversión. Si bien es cierto que recorrer este camino implica el que perdamos muchas cosas que nos resultan valiosas, conviene recorrerlo porque, después de todo, ¿cuál es el beneficio de ganarlo todo y perder el alma? Mateo 16.26
Es tiempo de volvernos a Jesús. A ello los invito, a ello los convoco.
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