Con todo lo que piensas
Deuteronomio 6.5 TLAD
Mito es definido por el diccionario como: Historia fabulosa de tradición oral que explica, por medio de la narración, las acciones de seres que encarnan de forma simbólica fuerzas de la naturaleza, historia imaginaria que altera las verdaderas cualidades de una persona o de una cosa y les da más valor del que tienen en realidad. Respecto de la religión, quienes asumen que la divinidad es un mito necesario proponen, como lo hiciera Freud (El futuro de una ilusión): [la religión es una] neurosis obsesiva universal de la humanidad; ésta surgió, igual que la neurosis obsesiva de los niños, del complejo de Edipo, de la relación con el padre. Joseba Louzao explica esto diciendo que Freud pensaba la religión como: Una ilusión que intentaba cubrir los deseos más primitivos de los seres humanos. El Dr. Louzao afirma que: Para el médico vienés la religiosidad era una amenaza para la libertad y la verdad, en última instancia, para la felicidad de los seres humanos.
Para Arnaldo Kraus, como para muchos otros no creyentes, La noción y la fortaleza acera del concepto Dios proviene del miedo. El pasado, nunca lejano cuando se habla de fe, explica la necesidad de Dios. Los desastres provocados siglos atrás por la Naturaleza, así como el daño producido en las comunidades por la misma madre Naturaleza —inundaciones y terremotos—, infundían temor en el hombre primitivo. Invocar una imagen todopoderosa era necesario. Él, y sólo Él, podría detener las agresiones de la Naturaleza. Desafortunadamente, tales posiciones que son valoradas en función del reconocimiento académico y social, casi dogmático, que se da a sus autores no sólo afectan a los no creyentes sino que provocan una especie de fe vergonzante en los propios creyentes… cuando estos desconocen los fundamentos de su fe.
Propongo a ustedes que el fundamento de la fe judeo-cristiana es el conocimiento. De hecho, el pasaje fundamental acerca del quién es Dios y del cómo se nos llama a relacionarnos con él (Deuteronomio 6.4,5), pide que lo amemos con todo el corazón (RVR60). La palabra hebrea que se traduce como corazón, lebab, significa: Hombre interior, mente, voluntad, psique, entendimiento. Una de sus principales acepciones incluye: Conocimiento, pensamiento, reflexión, consciencia y memoria. La nuestra es una fe que se razona, es decir: Que establece una relación entre ideas o conceptos distintos para obtener conclusiones o formar un juicio.
Si es cierta la tercera ley de Newton: Por cada fuerza que actúa sobre un cuerpo (empuje), este realiza una fuerza de igual intensidad, pero de sentido contrario sobre el cuerpo que la produjo. Y de ser válida su aplicación más allá de la física, resulta comprensible el que la fe cristiana trate de entender y explicar el origen último de las cosas partiendo de aquello que resulta de tal origen o fuente. En un ejercicio de sentido común, (entendiendo este como: Una facultad que posee la generalidad de las personas, para juzgar razonablemente las cosas. Trout y Rivkin), lo que existe es el punto de partida que lleva al creyente a preguntarse no sólo sobre el qué, el cómo y el para qué de las cosas, sino también sobre el quién de las mismas. Y, al considerar que el origen último de todo es Dios, el Creador, el sentido común lleva al creyente pensante a plantearse el cómo y el para qué de la relación con la divinidad.
Es en tal sentido que podemos asegurar que la fe cristiana es, sobre todo, una fe pensante. No en balde fe es pistis, es decir tanto conocimiento como convicción moral, que se sustenta en la renovación del conocimiento: cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir. Hebreos 11.6; Romanos 12.2 DHHD La experiencia religiosa que se sustenta en sensaciones, pensamientos mágicos y experiencias de terceros no es, de ninguna manera, fe cristiana. El creyente examina los espíritus haciendo uso de los recursos de su inteligencia, su conocimiento, así como del sentido común y de la confrontación con los hechos y el contexto de los mismos. A mayor ejercitación de tales recursos, mayor y mejor fundamentada la fe del creyente.
Hemos visto que, según Louzao, para Freud –y aquí diremos que para muchos otros-, la religión no sólo resulta un peligro para la verdad sino también para la libertad del ser humano. Una de las principales razones que argumentan los milenaristas que rechazan a Dios es que asumen que la religión es represiva. Dios aparece como insensible e impositivo, controlado y revanchista contra los que no se someten incondicionalmente a sus ordenanzas. Aquí debemos asumir que a lo largo de la historia los creyentes hemos sido víctimas y culpables de la utilización y manipulación de la religión para controlar, someter y cooptar a muchos animados por prejuicios, intereses políticos-económicos, fama, etc. Philip Yancey y David Kinnaman, tienen mucho qué decir al respecto.
Sin embargo, propongo a ustedes que en el origen mismo de la creación del ser humano la libertad del mismo –libertad para elegir, para decidir y para hacer-, resulta la conditio sine qua non de la relación entre Dios y la humanidad. Más allá del cómo y del cuándo de la Creación, lo que resulta fundamental es el comprender el para qué de la misma. El testimonio bíblico nos dice que Dios creó al hombre para estar en relación, en comunión, con él. Si bien ello no implica una relación entre iguales sí requiere de un marco común que facilite tal relación. Este marco común es el la libertad que ambos interlocutores –Dios y el hombre-, tienen para elegir, decidir y hacer en el marco de su relación.
Siguiendo a C.S. Lewis –Mero Cristianismo– si bien los seres creados no pueden decir no a las leyes de la naturaleza tales como la ley de la gravedad o las leyes de la herencia o las leyes de la química, en tratándose de lo que él llama la ley de la naturaleza humana el hombre puede elegir entre obedecerla o desobedecerla. Lewis se refiere a lo que podemos llamar las leyes o pautas morales que Dios ha establecido como válidas para el hombre a quien él ha creado. A este respecto el autor asegura que ninguno de nosotros guarda la ley de la naturaleza. Esto es así porque Dios a nadie impone su voluntad, ni su propósito ni sus principios.
El fundamento establecido por Dios acerca del cómo de su relación con el hombre es eminentemente propositivo y nunca impositivo. Conviene prestar al hecho de que sea el Deuteronomio –el libro de la Ley-, el que contiene el llamado que se repite una y otra vez a lo largo del texto bíblico: Escojan, pues, la vida. A diferencia de los padres y madres sobreprotectores, Dios no manipula ni controla la libertad del ser humano, la respeta y aún, podemos decir, la anima. Aun cuando prevé las consecuencias resultantes de tal ejercicio de libertad. Si la libertad es un derecho humano y los derechos humanos son inherentes a la identidad de la persona ello se explica porque de otra manera la relación entre Dios y los seres humanos no podría resultar complementaria, un ejercicio de libertad que dignifica a sus protagonistas. Hablaremos más de esto en su momento.
Termino animándonos a conocer mejor nuestra fe, sus fundamentos y sus para qué. Y a que ante las diversas y retadoras alternativas que se nos abran, usemos de nuestra libertad para elegir, decidir y hacer de tal manera que Dios sea honrado en nuestras vidas y nuestra comunión con él se fortalezca y produzca frutos de bendición para muchos.
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