Permaneció allí toda la temporada de la cosecha
Después Rizpa, la hija de Aja y madre de dos de los hombres, extendió una tela áspera sobra una roca y permaneció allí toda la temporada de la cosecha. Ella evitó que las aves carroñeras despedazaran los cuerpos durante el día e impidió que los animales salvajes se los comieran durante la noche. 1 Samuel 21.10
Ante los noventa años de mi madre, debo empezar dando gracias. Gracias a Dios por haberla creado. Gracias a la vida porque en sus caminos cruzados permitió que nos encontráramos en las profundidades de su ser mujer, co constructora de vida en colaboración con Dios. Y, desde luego, gracias a ella por haberme incorporado en la mejor familia que he podido conocer; la que formaron ella y mi padre y en la cual nos reunieron a Gloria, Manuel, Miriam y a mí. Mejor espacio para ser y hacer la vida no podríamos haber encontrado por nosotros mismos.
He tenido la oportunidad de leer a Christina Baker Kline en su libro El Tren de los Huérfanos. Se trata de una de esas lecturas que se dan inesperadamente en el momento adecuado. Creo que me ha ayudado a comprender, o a pretender hacerlo, lo que significan los noventa años para Mamá y para los que estamos a su alrededor. En algún momento, la protagonista dice: Tengo noventa y un años, y casi todos los que alguna vez formaron parte de mi vida son ahora fantasmas. Y define a los fantasmas, como aquellos que nos acechan, los que nos han dejado atrás.
Se trata, dice Vivian, de que las personas que importan en nuestras vidas se quedan con nosotros, acechándonos en la mayoría de momentos ordinarios. Están con nosotros en la tienda de comestibles y cuando doblamos una esquina charlando con un amigo. Ascienden a nosotros a través del suelo, nuestras suelas las absorben.
Y es aquí donde me parece encontrar la importancia de mi Madre a sus noventa años. Ella fue, cuando la familia empezó, el centro de la misma. Fue razón de ser y expresión del amor, de los sueños y de la esperanza que animó su relación de pareja y la aparición de los hijos. Por muchos años ha sido compañera de nuestras vidas, a veces testigo mudo e impotente del derrotero de las mismas. Y, como todos, ha evolucionado y ahora se ha convertido en portadora de muchos de nuestros recursos de identidad personal y familiar.
Difiero de Vivian cuando dice que a los que se fueron nuestras suelas los absorben. Creo que, más bien, se hacen presentes en los que permanecen a nuestro lado siendo nuestros y siendo ellos, al mismo tiempo. Son portadores de los que nos precedieron y fueron y son nuestros referentes vitales. Porque quiénes somos se explica y se entiende gracias a los que formaron parte de nuestro origen y del proceso en el que hemos aprendido a ser nosotros. Los muchos nosotros que habitan en, y explican, nuestra vida.
Mamá lleva en sí misma a su esposo, nuestro padre, y nos lo recuerda cuando lo revela en lo cotidiano. Lo que ella es y la forma en la que enfrenta sus noventa años, da testimonio de la imbricación existente entre ellos dos. Da testimonio de la razón de la fe que anima y animó sus vidas. Da testimonio de su amor que superó retos, decepciones y tragedias. También da testimonio de la capacidad que ambos desarrollaron para asumir como propios a hijos tan diferentes y, a veces, tan alejados y confrontados, con la propuesta de vida que sus padres siguen representando.
Y, qué decir de Chofita, hermana-madre y tía-madre que nos explica a muchos y en muchos sentidos. O de tantos otros familiares, vivos o muertos; o de los hermanos en la fe que son, han sido y seguirán siendo nuestra familia y poderosos referentes de lo que hoy somos y de lo que no somos. Sí, Mamá es portadora de muchos que son nuestros referentes y que se hacen presentes en las vicisitudes de nuestras vidas.
Por ello es que la historia de Rizpa, ese carbón encendido, me pareció apropiada para hacer a ustedes una propuesta de vida. Como sabemos, Rizpa fue la madre de dos de siete hombres asesinados injustamente. Como tantas madres que en nuestros días se niegan a que la memoria de sus muertos se desvanezca, Rizpa se convirtió en testimonio viviente de la realidad presente de los que ya no estaban entre los suyos.
No sé cuánto tiempo dura la temporada de la cosecha. Pero, permítanme hacer una comparación de la misma con la etapa de la vida en la que los hijos, los descendientes, de quienes iniciaron la familia, se ocupan de ir cosechando de la vida el fruto de su ser y su quehacer. En tal quehacer no resulta raro que se pierdan los puntos de referencia y se pueda olvidar quién se es. Y, desde luego, cuál es la vocación, el llamamiento de vida, que cada uno ha recibido de Dios, de la vida misma.
Sin ignorar las zonas grises del carácter, las actitudes y los hechos de mi Madre (¡mi planta!, gritó cuando su hijo menor rodó por la escalera y estuvo a punto de derribar una maceta), puedo compartir mi convicción de que ella permanece entre nosotros para ayudarnos a recordar quiénes somos y para qué hemos venido a la vida. Ella hace presente a esa enorme multitud de testigos de la vida de fe (Hebreos 12.1), por la que estamos rodeados. A veces, sobre tela áspera y sobre rocas, a veces con gozo y alegría, a veces a gritos y a veces silenciosamente, nos llama a permanecer fieles a nuestra identidad y llamado.
En medio de nuestros aciertos y de nuestros errores. En medio de nuestras fidelidades y de nuestras rebeldías. En medio de nuestras cercanías y distancias. Nos resulte grato o nos resulte incómodo. En medio de todo ello, no podemos ignorar que nuestro llamamiento permanece. Romanos 11.29
Sin falsa modestia puedo asegurar que, los Gaxiola Figueroa y sus agregados, somos una familia privilegiada en muchos sentidos. Los dones que hemos recibido son muchos, valiosos y trascendentes. Como Pablo, nosotros podemos decir: Hay dolor en nuestro corazón, pero siempre tenemos alegría. Somos pobres, pero damos riquezas espirituales a otros. No poseemos nada, y, sin embargo, lo tenemos todo. 2 Corintios 6.10
En medio de tantas cosas que hemos vivido, los dones que disfrutamos han permanecido. Y con ellos, nuestro llamamiento. Desde luego, cada quien administra los dones como quiere y puede. Y, cada quién responde a su llamamiento de acuerdo con sus convicciones. Pero, la respuesta ni da razón al llamamiento ni lo invalida. Porque este permanece inquietando, confrontando y, aún, empoderando.
El amor de Rizpa, como el amor de Gloria, son ejemplo. Pero, también, son llamado. Y con esto termino. A veces lo que mi Madre es y a quienes nos recuerda me resultan incómodos. Pero, las más de las veces, me ayudan a permanecer firme en medio del desequilibrio y a reencontrar el camino cuando me he extraviado. Así, que, si empecé dando gracias, permítanme terminar haciéndolo de nuevo. Gracias, Madre, por ser quien eres.
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14 mayo, 2016 a 20:56
¡Qué hermoso! ¡Por supuesto que damos gracias por la vida de la hermana Gloria! ¡cuántos frutos ha dado y sigue dando su vida!
«Las personas que importan en nuestras vidas se quedan con nosotros acechándonos en momentos ordinarios » gracias a Dios por la vida de la familia Gaxiola, gracias a Dios por tu vida Adoniram.
3 septiembre, 2016 a 12:37
fue 2 de samuel 21 ver 10 y no el que señalan
3 septiembre, 2016 a 17:37
Gracias, Nancy. Haremos la revisión. Bendiciones