Serían no familia

Salmos 127

En no pocas ocasiones, al hablar de la familia, resultamos insensibles y hasta ofensivos. Partimos, generalmente, de un presupuesto no del todo sustentado: que hay un modelo ideal de la familia. Esta, aseguramos, es aquella que está formada por papá, mamá y los hijos. Ante la aparición de modelos alternativos de familia, diversos sectores sociales, especialmente los religiosos, han asumido la tarea de demostrar, convencer y hasta imponer que familia es: el núcleo social fundamental inscrita en la naturaleza humana, cimentada en la unión voluntaria del hombre y de la mujer por el acuerdo vitalicio del matrimonio. Si esto es así, cuando menos el 27% de las familias mexicanas no son familia, pues en ellas es la mujer la jefa de las mismas.

El problema es mayor si consideramos que, en México, la diversidad de modelos familiares está representada por las siguientes cifras: el 52 por ciento de parejas con hijos, 9% de padre o madre con hijos, 7% de parejas sin hijos, 2% compuestos, 23% de familias extensas, 6% unipersonales, 0.7% del mismo sexo. Así, 48% de las familias mexicanas serían no familia.

Serían no familia. Esta es una declaración compleja, dolorosa e injusta. No solo describe una realidad sociológica que afecta a millones de personas en nuestro país. Especialmente cuando se trata de hogares con jefatura femenina, esto implica situaciones de pobreza, menores oportunidades educativas para los hijos, mayores riesgos de accidentes y/o abusos a los hijos que permanecen solos en los hogares, marginación y discriminación social, etc. La pretensión de que quienes no pertenecen a un núcleo en el que conviven padre, madre e hijos, no son, cuando menos, una familia normal, conlleva una serie de conflictos de identidad, autoestima y capacidad relacional para sus integrantes.

En efecto, quienes enfrentan la tragedia de la desintegración familiar, provocada por cualquiera de los muchos factores conocidos: muerte de alguno de, o de ambos, los padres; separación o divorcio, embarazos (deseados o no), en condiciones de soltería, etc., también aprenden a llevar el peso del estigma, de la vergüenza que llega hasta el extremo de hacerles sentir culpables, o cuando menos indignos, ante el resto de la sociedad. No solo tienen que enfrentar el precio de las pérdidas familiares, sino a ello sumar el dolor de no ser considerados normales.

Dado que en la mayoría de los casos los hogares monoparentales, el progenitor ausente es el padre, toca a las mujeres la tarea de formar a los hijos. La mayoría de las jefas de familia son viudas (39.3%), más de la tercera parte son separadas y divorciadas (34.7%), 16% son solteras y el 10% restante son mujeres casadas o unidas. Quizá ello explique, entre otras cosas, que, en México, casi cada tres embarazos sean de madres adolescentes. Muchas de ellas solteras y otras participantes de relaciones inmaduras y, a la postre, codependientes, en su mayoría.

Al interior de la comunidad cristiano-evangélica, las cosas no parecen ser diferentes. Basta con observar la composición familiar de las distintas congregaciones. La tercera parte de la membresía está conformada por mujeres. Un número significativo de las cuales es jefa de familia, ante la ausencia –activa y/o pasiva-, del esposo. Sin embargo, el acercamiento que las iglesias hacen a la cuestión familiar parece ignorar tal realidad. Con frecuencia se organizan eventos para la familia. Se invita a actividades de parejas. Se predica sobre el cómo debe funcionar la familia cristiana. Se presume, con sincero pero desinformado optimismo, que las familias cristianas son más sanas, más estables y más apegadas a los ideales bíblicos que las no cristianas.

Otra vez, también quienes forman parte de la familia cristiana y, al mismo tiempo, integran familias atípicas, tienen que añadir a su pérdida, el temor, la vergüenza y aún la culpa. Sí, desafortunadamente, ante ciertas exigencias de fe, la persona que ha orado, que ha desgarrado el alma ante el altar pidiendo la reconciliación de los padres, la vuelta del marido ausente, la paz familiar, sin lograrlo, fácilmente llegan a la conclusión de que la falta de respuesta se debe a su poca fe o, quizá, a algún pecado o falta que no alcanzan a identificar y/o comprender.

Susan Faludi, periodista y feminista norteamericana, descubrió que muchos hombres sufrían aún en su edad adulta, por la ausencia del padre vivida en la infancia. Por este motivo, le criticaban y odiaban, haciéndolo responsable de su pérdida de identidad. Recuerdo las palabras de una muchacha, ya en sus veintes, quien me decía: no sabes lo que es subir al metro e irte preguntando si ahí te encontrarás a tu padre. Ver a hombre que te mira y preguntarte si te ha reconocido como su hija. La pérdida y/o ausencia de alguno de los padres, con la correspondiente pertenencia a una no familia, es fuente de muchas tragedias, dolores y vacíos existenciales. Poco se puede hacer, ciertamente, para paliar el dolor, la melancolía de lo que no fue, la soledad acumulada y la ira ante la vida, que enfrentan quienes han pasado por tan especial experiencia. Pero hay algo que se puede hacer.

Lo primero, tomar conciencia de que no hay tal como un modelo de familia único y exclusivamente válido. No lo ha habido a lo largo de la historia de la Humanidad. Las diferentes culturas desarrollan diferentes modelos familiares. Es más, los modelos familiares se van transformando conforme la cultura va cambiando. Lo que fue no es y lo que es, no necesariamente habrá de ser. Pensemos en algo tan sencillo como el número de integrantes que hacen a la familia. Hoy, en México, el promedio es de casi tres hijos por familia, más bien tirándole a dos. Dentro de no pocos años, se nos dice, el número de hijos por familia se reducirá a uno. Mi bisabuelo paterno tuvo 41 hijos, su tercera esposa fue madre de 17 y crió a 14 de las dos primeras mujeres. ¿Cuál es el número ideal de hijos?

Pero, más importante para nosotros es saber que la Biblia no establece un modelo, una estructura familiar, como la ideal o como el patrón al cual debemos ceñirnos. A lo largo de la historia bíblica encontramos como corren de manera paralela diversas formas de organización familiar, todas ellas legítimas… en su tiempo y circunstancias. El relato de Adán y Eva no tiene como propósito establecer un patrón familiar. Destaca, primero, que Dios es el creador de la vida y de la Humanidad. Además, refleja el pensamiento sacerdotal judío acerca de la relación entre el hombre y la mujer. Pero sería un trabajo de eixégesis (agregar al texto), y no de exégesis (extraer del texto), el suponer que, en Adán, Eva, Caín y Abel, tenemos un modelo de familia. Si tal fuera el modelo familiar a seguir, vano sería ante las circunstancias y consecuencias de su historia. Abraham, Sara, Isaac, Agar, Ismael, ¿los recuerdan?, eran familia. ¿Modelo a seguir? ¿Qué decir de David, de Salomón y de muchas otras familias bíblicas?

Ni siquiera Pablo establece el modelo familiar propio de su tiempo, como el modelo familiar a seguir. Si así fuera, no sería familia aquella que no incluyera a los siervos –esclavos-, dentro de su estructura y modelo de relación. De hecho, en la Roma clásica, el término familia fue inicialmente referido a los sirvientes y raramente incluía a los padres e hijos.

Creo que Dios ama y bendice a quienes, unidos por lazos de parentesco consanguíneo, independientemente de la composición, estructura y número de integrantes que participen de tales lazos. Creo que tan legítima es una familia compuesta por la madre y sus hijos, como lo es aquella que cuenta con la presencia del padre. Más aún, creo que es familia aquella formada por parientes: hermanos, abuelos, nietos, sobrinos, etc., aún cuando no haya una pareja matrimonial entre ellos.

Pero, más importante es el hecho de que, en Cristo, somos familia de Dios. Dios es nuestro origen último, nuestro padre, nuestro vínculo con la vida y con nuestros semejantes. Él es la fuente de nuestra identidad y, por lo tanto, de nuestra dignidad. Dios que ha provisto todo, también suple lo que hemos perdido o lo que la vida nos ha negado. Lo que no podemos encontrar en nuestros padres, en nuestra familia consanguínea, lo tenemos en Dios. Amor, respeto, sentido de pertenencia, compañía, aprecio, etc., todo ello es posible y está en Dios.

Como todo niño, pasé por momentos de dolor ante el miedo de que mis padres no regresaran de alguno de sus muchos viajes. Pero, pronto aprendí a orar el Salmo 27, especialmente la parte aquella: Aunque mi padre y mi madre me abandonen, tú, Señor, te harás cargo de mí. Sí, en realidad nuestra familia siempre es y siempre está completa. Está completa la mujer sin esposo, no falta nada a su dignidad. El hijo, o la hija, abandonados por su padre o su madre, no han perdido dignidad. Siguen siendo ellos, siguen siendo familia, siguen siendo.

Pero, aún más, en Cristo, sí, en Cristo, recuperan la paternidad perdida. El Espíritu Santo da testimonio a su espíritu de que son hijos de Dios. Esto es mucho más que una idea y más aún que una mera convicción: es una realidad experimentable. Es esta una realidad que tú, que me escuchas y te sabes comprendido, puedes experimentar hoy mismo. Susan Faludi, dice que: “el único camino para recuperar su identidad de hombres era perdonar al padre y perdonarse a sí mismos, pero esto no era posible sin abrirse a la fe en un Dios Padre. Dios, el Padre, no es insensible a tu condición. Él viene a ti en su Hijo Jesucristo, el primero de tus hermanos, para restituir, recuperar, lo que la vida te ha arrancado.

Ven, vayamos juntos a él en oración…

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One Comment en “Serían no familia”

  1. alvaro marquez barrales Says:

    HERMOSA Y MUY REAL REFLEXION..LOS Q HEMOS SUFRIDO EL ABANDONO VOLUNTARIO DE NUESTROS PADRES DESDE Q ERAMOS PEQUEÑOS, GOZAMOS DEL PRIVILEGIO DE SER ADOPTADOS, RESCATADOS, PROTEJIDOS POR EL INMENSO AMOR DE NUESTRO AMOROSO DIOS…GRACIAS PADRE BENDITO


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