El amor que nunca decae*
1 Corintios 16.14
La historia de nuestras vidas hace evidente la dificultad que tenemos en lo que se refiere a desarrollar relaciones humanas complementarias y funcionales. Ello, desde luego, pervierte y erosiona el sentido y el cómo de nuestra relación con los que amamos. Pero, tal dificultad no sólo afecta nuestras relaciones, termina por destruirnos a nosotros mismos, desgastando nuestra estima propia, amargándonos y, en consecuencia, nos lleva a desarrollar mecanismos de defensa y manipulación que evidencian nuestra necesidad de equilibrio y, sobre todo, la de ser amados.
Porque todos necesitamos saber y sentir que somos amados. Tanto como necesitamos amar y hacerlo saber a quienes nos sabemos unidos, precisamente, por los lazos del amor. Sin embargo, descubrimos que eso a lo que llamamos amor, tanto el que recibimos como el que damos, no siempre resulta ni suficiente ni adecuado a nuestras necesidades e intereses de amar. Hay en nosotros la sensación, la percepción, de que el amor es o requiere de algo más de lo que obtenemos y damos.
Quizá ello se daba al hecho de que nuestro amor se extiende pero no se hace más profundo. Dadas las circunstancias de la modernidad cada día estamos en relación con un mayor número de personas… y de cosas a las cuales podemos amar y de las que esperamos amor y satisfacción. Nuestro éxito en el amor lo medimos en cantidad y no tanto en intimidad, en profundidad. Algunos dicen que ahora se llega al matrimonio habiendo tenido un número mayor de parejas sexuales que lo que era común diez, veinte o treinta años atrás. Crece el número de divorcios, sí; pero, también crece el número de quienes vuelven a intentar la vida en pareja. La infidelidad, en sus diferentes variantes: sexual, afectiva, emocional, etc., es cada vez más común y más aceptada como normal. Pero, el hecho es que la sensación de soledad, la de no pertenencia y/o identificación, la insatisfacción relacional son cosas que crecen día a día.
Y es que, hemos descubierto, el amor perdura cada vez menos, el amor decae. Como tantas otras cosas, la fecha de caducidad de eso que llamamos amor es más inmediata y su vigencia más vulnerable. Parejas que fracasan, familias que se dividen, amigos que se pelean, sociedades en guerra, etc. Todo ello confirma tan lamentable diagnóstico. ¿Qué falta? ¿Qué podemos añadir a la sinceridad, a los sueños, a la entrega, a la esperanza… a la necesidad de amar y ser amados?
De acuerdo con nuestro pasaje a nuestras emociones y sentimientos debemos agregar la caridad. Esa expresión del amor que no depende de lo que sentimos, sino de nuestra intención y nuestra reflexión. Es decir, de nuestra disposición a considerar nueva o detenidamente algo, a la luz de valores y referentes superiores y absolutos. Ágape, el término utilizado por Pablo significa tanto afección como benevolencia. El primer sentido se refiere al estar inclinados, predispuestos, en favor de la persona que hemos decidido y con la que nos hemos comprometido a amar. Decisión y compromiso son elementos indispensables en la construcción y el fortalecimiento de relaciones complementarias y funcionales. No se trata de sólo una decisión inicial, de un evento quizá animado por cuestiones químicas y/o emocionales. Se trata de un continuo decidirse en favor de la persona… a pesar de. Por otro lado, la razón del compromiso no está en el otro, lo que es o hace, sino en nosotros. Somos nosotros quienes adquirimos la obligación de amar al otro. Por ello, toca a nosotros perseverar en tal propósito no por lo que el otro es, sino por quien nosotros somos.
El ágape no puede ser entendido ni asumido si no se considera el carácter y el quehacer divino. Todos recordamos lo que asegura 1 Juan 4.19: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Sin embargo, la NTV nos ayuda a comprender mejor el sentido de tal declaración cuando traduce: Nos amamos unos a otros, porque él nos amó primero. El pecado impide a las personas amar a las personas. Da al amor un sentido utilitario, lo convierte en un mero toma y daca. Sólo quien ha sido redimido por la sangre de Jesucristo y vive la dimensión de la gracia, puede amar a su prójimo de manera plena, con amor ágape. Puede ser benevolente con el ser amado, es decir, puede fortalecer y prolongar su simpatía y buena voluntad hacia el otro a pesar del otro.
Dije antes que el ágape es un amor reflexivo. Que nos lleva a considerar nueva o detenidamente algo, a la luz de valores y referentes superiores y absolutos. Tal consideración tiene que ver con la forma en que nosotros somos amados por Dios: incondicional y comprometidamente. Me sé amado por Dios sin dejar de saber quién soy y cómo soy. De tal consideración resulta la convicción de que soy amado por Dios a pesar de mí mismo. Puedo reconocer la permanencia del amor de Dios en medio de la inconsistencia de mi amor y fidelidad a él.
Aunque Dios odia mi pecado, Dios me ama. Aunque Dios se duele por mi pecado, Dios me ama. Aunque Dios me castiga por mi pecado, Dios me ama. Y es que Dios también se rige por un valor absoluto: su compasión. Él se sabe lento para la ira y grande en misericordia: El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y está lleno de amor inagotable… Y aunque no condona nuestro pecado, el Señor: No nos castiga por todos nuestros pecados; no nos trata con la severidad que merecemos. Salmos 103.8; 10 NTV
El que Dios esté lleno de amor inagotable se debe a quien es él y a la obligación que él ha contraído consigo mismo para amar a los suyos incondicionalmente. Ante tal ejemplo y frente a los retos relacionales que constantemente estamos enfrentando nos queda el elegir entre una de dos alternativas. Podemos unirnos a lo que les gusta hacer a los que no tienen a Dios: inmoralidad y pasiones sexuales, parrandas, borracheras, fiestas desenfrenadas y abominable adoración a ídolos. 1 Pedro 4.3 O podemos, recordando que y cómo somos amados, negarnos a unirnos al desenfreno de quienes no tienen a Dios y disponernos a amarnos de la misma manera en que somos amados por el Señor.
Porque, quien es amado así, así puede amar a los suyos.
*Tomado de William Barclay
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24 mayo, 2015 a 19:49
ME GUSTO MUCHO GRACIA PASTOR