Dominio Propio, Capacidad para Hacer el Bien

Pedro 1.3-11

Dominio propio es el cuarto elemento que añaden a su servicio los cristianos. Conviene recordar aquí que quienes no crecen como cristianos, son igual que ciegos que olvidan las misericordias recibidas de Dios. Tomar en cuenta esto es especialmente importante al considerar el tema del dominio propio, puesto que la presencia o ausencia del mismo pone en evidencia el grado de compromiso del creyente.

Quizá convenga decir aquí que el dominio propio tiene mala fama y mala suerte. Mala fama porque a nadie le agrada que se le exija o recuerde que debe tener dominio propio. Especialmente, porque casi siempre se asocia la falta de este con las debilidades de carácter, las adicciones y/o las decisiones o promesas incumplidas. Y, ¿a quién le gusta que le recuerden o reclamen que no puede controlar sus pasiones, instintos o actitudes?

Tiene mala suerte porque es algo de lo que muchos se habla, y poco se entiende. Y es que, hablar de dominio propio conlleva un problema intrínseco. Platón (427-347 aC), se preguntaba:

¿Y no es verdad que “ser dueño de sí mismo”, es una expresión ridícula? Quien sea dueño de sí mismo será al mismo tiempo esclavo de sí mismo y el que sea su propio esclavo será también su amo, puesto que todas estas expresiones se refieren a la misma persona. (La República)

Tal consideración resulta de primordial importancia porque no pocos entienden que el dominio propio tiene que ver con nuestra capacidad para gobernarnos a nosotros mismos. Hemos aprendido que basta con que nos propongamos y esforcemos, para que podamos controlar los deseos desordenados que ponen en riesgo nuestra salud física, espiritual y relacional.

Pensar así presupone dos problemas de origen: el primero, considerar que podemos cambiar a voluntad. Que tenemos la capacidad para gobernar nuestras fuerzas internas negativas con nuestras fuerzas internas positivas. Esta es una mentira animada por un humanismo inspirado por Satanás: seréis como dioses, prometió. San Pablo, lleno del Espíritu Santo, hace evidente la incapacidad humana para lograr tal propósito: trato de obedecer la ley de Dios, pero me siento como en una cárcel, donde lo único que puedo hacer es pecar. Romanos 7.16

El segundo problema es que hemos aprendido que el dominio propio tiene que ver exclusivamente con el control de lo malo. Es decir, asumimos que el dominio propio es la capacidad para superar, detener, controlar, las cosas malas. En contraste, pocas veces, consideramos que el dominio propio tenga que ver con el cultivo y la práctica del bien.

Aquí conviene tomar en cuenta que la Biblia se refiere al dominio propio, primero, como fruto del Espíritu y como un espíritu o mentalidad nuevos, recibidos de parte de Dios, un don. Ello implica que el dominio propio no consiste en el control que tenemos de nosotros mismos, sino en nuestra subordinación a la voluntad y acción del Espíritu Santo para que actúe en nosotros. Es nuestra entrega integral al dominio de Dios para que él obre en nosotros el bien que se ha propuesto lograr en y al través nuestro.

En segundo lugar, conviene tomar en cuenta que Dios no se ocupa primordialmente de evitar el mal, sino de hacer el bien. Dios no es un bombero, es un creativo. Dios obra el bien en y al través de sus hijos. Así, somos llamados a mostrar nuestra entrega, nuestra renuncia a nosotros mismos, practicando el bien antes que meramente dejando de practicar el mal.

Quien no practica el mal no necesariamente es hacedor del bien. Y, mientras en menos hacedores del bien nos convertimos, más propensos estamos a la esclavitud del mal. Por ello quiero proponer tres áreas en las que debemos esforzarnos en abundar en el dominio propio:

Personal. Tenemos que ejercer el espíritu de dominio propio, en nuestro crecimiento personal integralmente. Hay quienes estamos cada vez más vacíos interiormente. Más ignorantes, atrapados en la mediocridad. ¿Cómo detectar tal condición? De la abundancia del corazón habla la boca, dice el Señor. ¿Cuál es nuestro alimento espiritual, intelectual, cultural? ¿En qué hemos dejado de crecer?

Familiar. Somos fruto de culturas familiares enfermas y hemos caído en la trampa de aceptarlas como naturales, propias. Tenemos que ejercer el dominio propio para amar, respetar y apreciar a nuestros familiares. No solo para no sentir odio, sino para sentir amor. En cuestiones de familia no basta con no odiar, es necesario aprender y enseñar a amar.

Eclesial. La iglesia es el espacio principal que pone en evidencia nuestra relación personal con Dios. No podemos tener mayor comunión con Dios que con su Iglesia. No podemos servir a Dios más de lo que servimos en y a la Iglesia. Paradójicamente hay quienes, entre nosotros, ejercen su dominio propio para no relacionarse, no servir, no sentir, no hacer. Convendría que permitan que Dios haga lo que se ha propuesto hacer en y al través suyo a favor de su Iglesia y de la sociedad toda. Es decir, les convendría entregar a Dios el control de sus vidas, para que así otros sean bendecidos.

Cada quien es esclavo de lo que lo domina. Y el esclavo hace lo que le mandan, ninguna otra cosa Nuestra opción no es si somos gobernados por fuerzas externas o no, solo podemos elegir entre a quién hemos de entregar el control de nuestra vida.

Quienes son animados, gobernados, por el Espíritu de Dios fructifican para bien. De ahí la necesidad de que añadamos a nuestra fe, virtud y conocimiento, el dominio propio. Es decir, la disposición para que Dios sea nuestro Señor.

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