Ser Padre es un Don, Tener un Padre es una Bendición
La paternidad inicia siendo un privilegio bendecidor: beneficia al hombre que se convierte en padre y, los padres fieles son fuente de bendición para sus hijos.
Debemos asumir, sin embargo, que por el pecado del hombre, al hablar de la paternidad siempre provocaremos alegrías y tristezas. Los padres son uno de esos temas que, tratando de lo mismo, provocan reacciones diferentes. Porque, así como hay quienes se alegran al ver y/o recordar a su padre, hay otros a quienes la presencia, o el mero recuerdo de su padre, son fuente de dolor inmensurable; es decir, de un dolor que no se puede medir. Hoy hay quienes celebran gozosos la realidad presente, aún cuando su padre ya no les acompaña, de la paternidad bendecidora con que fueron, están siendo privilegiados. Otros y otras, por el contrario, este día guardan silencio. Se apartan de quienes celebran la bendición encarnada por sus padres y rumian, tristes y molestos, expresiones de menosprecio que apenas si pueden disimular su dolor y frustración por el conflicto al que les condenó la paternidad de sus padres.
¿Cómo superar tal dualidad? ¿Tienen derecho a celebrar aquellos cuyo padre es una bendición, ante la realidad desheredada de los sin padre? ¿La paternidad doliente de muchos debe apagar la alegría de los otros? Es esta una disyuntiva que unos y otros enfrentamos y a la cual trataremos de dar respuesta.
La palabra padre, nos dicen los lingüistas, significa, entre otras cosas, raíz. Ello contribuye a explicar la importancia que tienen los padres respecto de sus hijos: son su raíz, su principio. Por ello, no importa lo que pase al través de la vida, los hijos seguimos estando unidos a nuestros padres, aún en aquellos casos en los que los hijos no conocieron a sus padres o fueron abandonados por ellos. Unos y otros, llevamos la marca de nuestros padres. Ellos nos determinan porque son nuestro origen.
Así que la falta o ausencia, física, espiritual, moral o sicológica del padre, parece convertirnos en personas sin raíces, sin punto de referencia y, por lo tanto, sin identidad propia. Por ello resultan tan dolorosas las burlas de quienes lastiman a los sin padre, diciéndoles “tú no tienes papá”. Especialmente cuando, en la infancia, tales palabras resultan armas letales en los labios de niños pequeños quienes, sin comprender el alcance de sus palabras, sí saben que la carencia del padre es desgracia casi imposible de superar. O, como resulta doloroso el silencio apenado de quienes, al preguntarnos por nuestro padre, se enteran de que este murió, nos abandonó o, simplemente, nunca supo de nosotros.
Tanto los que nos recuerdan que “no tenemos papá” o que este “no nos quiere”, como los que guardan apenado silencio ante la evidencia de nuestra relación difícil con el padre, solo vienen a ahondar en nuestra propia confusión, en nuestro dolor y, sobre todo, en nuestro coraje ante el hecho de nuestra paternidad insatisfecha.
Un personaje bíblico que siempre ha llamado mi atención es el discípulo Juan. No sabemos si este tenía papá o no. La Biblia guarda silencio al respecto, pero, algunos indicios apuntarían a que Juan no tenía padre en el tiempo de su relación con Jesús. La relación tan estrecha que el discípulo guardaba con su Maestro, además de destacar su juventud le hace ver como un joven necesitado del cariño y el cuidado paterno. Necesidades que parecen satisfacer en su relación con Cristo. En fin, no sabemos si el papá de Juan había muerto, o si, por causa de la fe de Juan, le había desconocido. Lo que sí sabemos es que Jesús le consiguió otra mamá a Juan, a María, su propia madre.
Por ello, no deja de llamar la atención el que, cuando Juan declara que los que hacen lo justo son “hijos de Dios”, haga una especie de paréntesis para enfatizar gozosamente: “Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos”. En medio de una profunda reflexión teológica, Juan termina por asumirse, en última instancia, como hijo de Dios el Padre.
Manuel y Gersom, mis hijos, dicen que soy su padre. Pero, en realidad, por causa de su fe, como consecuencia de que han sido reconciliados con Dios por Jesucristo; en realidad, repito, su raíz no soy yo, es Dios. Mi padre no es Manuel, es Dios. Sí, si has nacido de nuevo, tu padre no lo es tu papá, tu Padre es Dios.
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21 junio, 2010 a 06:45
Buenos días pastor, hace muchos años,por 1982 conocí a un pastor llamado como usted en la ciudad de Pachuca Hgo. Por ese tiempo mi padre había fallecido, y usted si es que es el mismo pastor me ayudo mucho a superar tan amargo dolor, me gustaría saludarlo y darles las gracia en persona, por favor mándeme una dirección donde lo pueda ver.
Gracias.