Para que el Mundo Crea

Para que el Mundo Crea

Juan 17.21

Como hemos visto, la vida cristiana consiste en el vivir el aquí y ahora a la luz de la realidad del Reino de Dios. Es decir, el creyente es llamado a vivir su cotidianidad en el orden divino. Este sustenta y define el cómo del ser de la persona, el cómo de su actuar y, sobre todo el cómo de sus relaciones. Hemos dicho ya que la realidad del Reino se expresa básicamente en la santidad del creyente. Entendemos esta como la pureza moral y ética, así como en el asumirnos apartados para Dios procurando vivir de manera diferente a la que nos caracterizó antes de Cristo y de quienes no son de Cristo.

Ahora debemos ocuparnos del para qué de la vida cristiana. Al plantearnos esta cuestión, asumimos que ni la santidad, en cuanto pureza, ni la vida consagrada a Dios son un fin en sí mismas. Es decir, no se trata de no practicar el pecado sólo para ser limpios. Ni se trata de hacer las cosas a las que Dios nos llama, sólo por hacerlas. No, el propósito de la vida cristiana no consiste sólo en que seamos diferentes.

Nuestro breve pasaje contiene un par de elementos fundamentales para la comprensión del qué y el para qué de la vida cristiana. Primero, nuestro Señor se refiere a la cualidad distintiva de la vida cristiana: la unidad de los creyentes como cuerpo de Cristo. Después, el Señor establece el propósito de tal clase de vida: que el mundo crea.

Como hemos visto, hemos aprendido erróneamente que la vida cristiana resulta de lo que hacemos o dejamos de hacer. Mientras más hacemos en cierto sentido, se nos dice, más cristiana resulta nuestra vida. Pero, la Palabra de Dios nos enseña que el quehacer es fruto, consecuencia del ser. Así es que nuestro Señor, pide por sus discípulos no para que hagan, sino para que permanezcan siendo. ¿Siendo qué?, siendo uno con Dios y con sus hermanos en la fe.

El término utilizado por nuestro Señor Jesús y que se traduce como uno, tiene, entre otros, el sentido de uno en contraste con muchos. Se refiere, entonces, a la unidad esencial que los creyentes gozan. La koinonía, la unidad del Espíritu. Esta no la construyen los creyentes, la mantienen. Este mantenimiento consiste y es resultado del cultivo del amor que los cristianos disfrutan y expresan en lo cotidiano de sus vidas. La sustancia de la relación de Dios con los hombres, es la misma sustancia de la relación entre los creyentes: el amor.

Como su Pastor, debo confesar que de manera significativa he caído en el error de enfatizar, convocar y aún reclamar a ustedes el que no hagan –hagamos-, lo que se debe. Pero poco he insistido y promovido en el que cultivemos el amor que nos une. Lo he hecho, cierto, pero ni he abundado en la importancia que el cultivo de la unidad que nos une merece; ni me he ocupado en lo personal del fortalecimiento bilateral de tales lazos de amor. Por ello, pido a ustedes que me perdonen y que me ayuden, no sólo a amarlos con mayor pasión, sino a enseñarlos y animarlos debidamente al amor fraternal.

La razón por la que, como Iglesia de Cristo, abundemos en el amor fraternal es sencilla y va más allá de nosotros mismos. Porque no se trata sólo de que nos amemos más o de mejor manera. Es decir, la razón del amor fraternal no somos nosotros. Según la enseñanza de nuestro Señor, la razón y propósito del amor de los creyentes, es hacer creíble a Cristo. Que se haga evidente que él es el Mesías, que él es el mismo Dios que habita entre los hombres.

De tal suerte, la vida cristiana encierra un misterio salvífico. La unidad de los creyentes, al ser fruto de la unidad de Dios con ellos, se convierte en una fuerza poderosa que transforma, no sólo a los que ya creen, sino a quienes permanecen incrédulos respecto de Dios, de su amor y de su propósito.

Quiero animarlos, pues, a que estemos dispuestos a recorrer el todavía virgen sendero del amor y la unidad del cuerpo de Cristo. A que nos ocupemos de mantenernos unidos en lo cotidiano de la vida. Para ello se requiere que estemos dispuestos a mostrarnos vulnerables unos con otros, compartiendo nuestra cotidianidad y haciendo nuestras las alegrías y los motivos de llanto mutuos. Se requiere, también, que salgamos de nosotros mismos y vayamos al encuentro del otro. A que tomemos la iniciativa dinámica de involucrarnos y ser involucrados en el día a día de nuestras vidas. Y, desde luego, se requiere que fortalezcamos la conciencia de que los lazos que nos unen como creyentes son más fuertes y trascendentes que cualquier otra clase de lazos relacionales en los que participamos.

En el cultivo de la unidad que hemos recibido, encontraremos el poder para testificar y descubriremos como nuestra unidad se convierte en un argumento irrebatible a favor de la realidad de Dios en Jesucristo. Es decir, seremos testimonio viviente del amor y la intención salvífica con los que Dios se relaciona con los hombres.

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One Comment en “Para que el Mundo Crea”

  1. Adriana Says:

    Buenas noches Pastor, sé que no te lo digo con mucha frecuencia, pero tus palabras se sienten tan inspiradas por Dios, me da la sensación de que no podrían haber sido dichas o pensadas por un hombre «común», sino sólo por aquel que busca constantemente al Señor.

    También siempre implican un reto, yo amo a los hermanos que se reúnene en Casa de pan, pero muchos de ellos no lo saben porque no me he dado el tiempo de decírselos y demostrárselos.

    Gracias a Dios por tu vida


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