Pescadores de Hombres
Pastor Adoniram Gaxiola
Como sabemos, el llamado a salvación conlleva el llamado al ministerio. No se trata de dos llamados diferentes, sino de dos dimensiones de uno mismo: el llamado a seguir a Cristo. Uno de los principios implícitos en el llamamiento divino es que llamamiento es destino. Tanto si se obedece, como si se ignora, aquello para lo cual hemos sido llamados determina nuestro presente y nuestro futuro.
Mateo, en su relato del llamamiento de Pedro y Andrés, descubre la estructura del llamamiento divino. En efecto, establece el “volverse a Dios” como el eje central de tal llamamiento. Además, descubre que, en la mayoría de los casos, el llamamiento al ministerio parte de un principio evolutivo; es decir, afecta la conducta, el propósito y la actitud de la persona, y le lleva a pasar de una situación (o estado), a otra. Finalmente, Mateo destaca que la única respuesta apropiada al llamamiento recibido es la obediencia inmediata y definitiva.
Nadie puede, ni tiene derecho, a ignorar la realidad y cercanía del reino de los cielos. Este debe ser entendido como el gobierno de Dios. En la economía de la salvación, Jesús indica el momento en que Dios retoma el dominio sobre la Creación toda. Jesús anuncia la derrota definitiva del diablo y, por lo tanto, llama a los hombres a que reconozcan en sí mismos la soberanía divina. Para ello tienen que cambiar su manera de pensar y asumir como propio lo que Jesús revela del Padre. Son llamados a conversión para que en ellos se haga presente y evidente el reinado de Dios en medio de una esfera de pecado.
Quienes asumen el gobierno de Dios en su vida, son llevados a un nuevo nivel, a otra esfera vital. No solo es afectado el todo de su vida que ahora está bajo el gobierno de Dios, sino que el propósito de la misma es redimensionado, elevado para estar en sintonía con el propósito mismo de Dios. Según Mateo, Jesús llama a “pescadores en activo” y les indica que seguirán siéndolo, pero ya no de peces sino de hombres. Es decir, los llama a evolucionar porque solo en un nuevo estado, definido aquí como el de “pescadores de hombres”, podrán hacerse uno con su Señor.
Los llamamientos revolucionarios, aquellos que implican que la persona no evolucione sino que ocupe un estado lateral, son los menos. A pocos se les llamó a hacer algo más que evolucionar, a que se ocupen de algo diametralmente diferente a lo que han venido realizando. Pero, a la mayoría de los discípulos de Cristo se les anima a que evolucionen a una nueva esfera de servicio, manteniendo un lazo con lo que ha sido su vocación, espacio vital y experiencia. Dejan todo, sí, pero en el sentido de que van a una nueva esfera más trascendente, más demandante y más acorde con su nueva naturaleza espiritual.
No se trata de que dejen de ser lo que son, ni que renuncien a sus conocimientos y experiencia. Se trata de que pongan todo ello al servicio de una causa superior, la causa de Cristo. Seguirán siendo pescadores, sí; pero, hemos dicho, ya no de peces, sino de hombres. Comprender esto es vital para poder entender y responder positivamente al llamamiento al ministerio. Primero, porque se hace evidente que Dios se vale de lo que somos y solo lo perfecciona y eleva a una nueva dimensión. Después, porque revela que el área de nuestro servicio es, precisamente, el área de nuestra influencia natural. Finalmente, porque eleva el nivel de compromiso, desde luego, pero añade a nuestra tarea una dimensión de trascendencia, de eternidad.
Mateo registra de manera breve, pero sustancial, la calidad de la respuesta de Pedro y Andrés: “Al momento dejaron sus redes y se fueron con él”. Quizá la brevedad de su relato sea el testimonio de su propia experiencia. Él mismo, cuando Jesús le dijo “sígueme”, se levantó y lo siguió.
Los cristianos somos salvos y llamados al ministerio. La relación con Cristo redimensiona el todo de nuestra vida. Cristo mismo nos invita a ver lo que él ve y a actuar en consecuencia. A “alzad vuestros ojos y mirad que los campos ya están listos para la siega,” nos invita. Es decir, el llamamiento que hemos recibido implica que lo mejor de nuestra tarea, de nuestro aporte en la vida, se da a partir de nuestra relación con Cristo. Sí, en y con él podemos dejar nuestras redes y, siguiéndole, hacer aquello con lo que impactaremos la eternidad.
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