En los tiempos de desierto
Hebreos 11:27
Los últimos días se han caracterizado por ser difíciles, tanto en lo personal como para nuestras familias y amistades. Enfermedades, conflictos familiares, pérdidas económicas y materiales, han estado presentes. Además, enfrentamos a nivel social la incertidumbre, el temor y la desesperanza provocadas por la violencia e inseguridad, las presiones económicas y por el cinismo de los poderosos. Alguien me decía cómo, en tales circunstancias, le resultaba difícil mantener la fe y compartir las buenas nuevas con quienes son testigos de su propia confusión y debilidad.
Lo cierto es que, con frecuencia los creyentes enfrentamos circunstancias en las que no podemos sentir a Dios, y por lo tanto dudamos de su existencia, de su interés en nosotros, de la razón para seguir sirviéndole. Estas circunstancias están asociadas a las experiencias del desierto, es decir, cuando la vida no parece tener sentido, cuando se vuelve plana y sin mayores motivaciones. Generalmente tales circunstancias siguen a circunstancias de paz, de bienestar. El sol nos brilla tanto que olvidamos lo que dice un proverbio árabe: la luz del sol produce un desierto.
Alguna vez, alguien me contaba su desazón y la confusión resultante al estar enfrentando un montón creciente de problemas. De pronto, guardó silencio por un momento e ingenuamente me retó: Pero, esto es algo que ustedes los pastores no experimentan, dijo. Cuando le compartí que es esta una experiencia común a todos y, desde luego, a nosotros los pastores, me pidió que le dijera cómo es que yo enfrento tales circunstancias. Comparto aquí mi respuesta a tal persona en la confianza de que podrá ser útil a alguno que otro de ustedes.
En los tiempos de desierto parto del hecho de que la fe no resulta de lo que se siente sino de lo que se sabe. Hebreos dice que la fe es certeza, es decir, conocimiento seguro y claro que se tiene de algo. Más que certeza, me gusta más el término convicción, seguridad que tiene una persona de la verdad o certeza de lo que piensa o siente. Ambos conceptos se refieren a aquello que uno sabe, más aún, a aquello que uno ha decidido saber… por fe. Es decir, de aquello que uno ha decidido creer. De lo que uno considera verdadero aún sin tener pruebas de su certeza o un conocimiento directo de la misma.
En mi caso, el sujeto y sustento de mi convicción es Dios mismo y no mi persona, ni mis circunstancias ni la vida. De Dios creo dos cuestiones que subyacen a todo lo que soy, vivo, pienso, siento y experimento. EL primer elemento de tal convicción respecto de Dios es que él es el Señor y que permanece siéndolo independientemente de mis circunstancias. Como Señor, Dios está en control de todo. Que, como decía el salmista: Dios gobierna en medio de la tormenta. Salmos 11.4; 107.29-30 TLA
El segundo elemento constitutivo de mi convicción acerca de Dios es que él es mi Padre y yo su hijo. Ello me permite estar seguro de que Dios me ama, me comprende y me ayuda. El salmista (Salmos 103.13 RVA), asegura que como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. DHHK, lo traduce así: El Señor es, con los que lo honran, tan tierno como un padre con sus hijos. En consecuencia, puedo acercarme a él confiadamente, sabiendo que en su amor está mi fortaleza y la seguridad de lo que soy. Del amor y la ternura divinos puedo estar seguro los sienta o no los sienta. Él lo ha dicho y yo lo creo.
A mi convicción añado la confianza. Más bien, de tal convicción es que surge mi confianza. Es decir, mi esperanza firme en que estando en el Señor podré superar las circunstancias de mi vida y, que finalmente, seré hallado fiel. No confío en mí ni en que la vida será mejor. Confío en que nada podrá evitar que Dios me ame y eso me da una convicción de seguridad, de trascendencia y de victoria sobre el todo de mi vida. Jesús dijo que la vida, es más. Más que la comida y más que el vestido. A partir de tal declaración, siempre he pensado que la vida es más que lo que soy, vivo, pienso, siento y experimento.
Confiar así me permite vivir la vida paso a paso. Vivo los tiempos buenos con gratitud y reconocimiento de que son fruto de la gracia y no merecimiento propio. Y vivo los días malos en paz, confiada y objetivamente. Sabiendo que son parte de la vida y que no pueden evitar la realidad del amor, del poder y de la presencia de Dios en mí.
Vivo los días malos pensando en que aún si los mismos son castigo de Dios por mis faltas o la simple consecuencia de mis errores graves, la gracia habrá de permitir que me transformen y no que me destruyan.
Confiar así me permite saber que mi destino no depende de lo que yo soy sino de quién es Dios. Así que puedo asumir mis debilidades en la confianza de su amor, de su comprensión y de su propósito. También en esto el sujeto de mi confianza es Dios y no yo mismo. Por eso no me esfuerzo ni me preocupo por ser hallado fuerte, sino que mi propósito y esfuerzo es por ser hallado fiel.
Aquí debo referirme a la obra de Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Primero, porque ninguna de las cosas que suceden en la vida, ni buenas ni malas, pueden contrarrestar la evidencia del amor de Dios manifestado en Jesucristo. Jesucristo es el principal argumento que comprueba la existencia, el amor y la presencia de Dios en medio de los hombres.
Sí, a veces Dios parece tan lejano que se antoja que no existe y que, si existe, no está presente. En otras ocasiones Dios resulta incomprensible. ¿Cómo es posible que permita que pasen tantas cosas tan difíciles, dolorosas y, aún, vergonzosas? El sufrimiento injusto de los niños y los ancianos. Las enfermedades que postran y denigran a tantas personas. El empoderamiento de los malvados, los que generalmente se convierten en gobernantes y señores de nuestras sociedades. ¿Le importa a Dios?, podemos preguntarnos.
Pero Jesucristo nos dice tres cosas que son ciertas, independientemente de nuestras circunstancias. La primera, que él es Emanuel, es decir, que en él Dios es con nosotros y nos asegura que estará con nosotros siempre, hasta el fin del mundo. Mateo 28.2’ NVI La segunda cosa que nos dice Jesucristo respecto de Dios, es que, si bien en el mundo tendremos aflicción, él ha vencido al mundo. Es decir, en Jesucristo, Dios trae su orden en medio del caos que el pecado y la vida presente contienen. Por ello, asegura Pablo, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Romanos 8.37
La segunda cosa que Jesucristo me dice es que Dios se comunica conmigo como lo ha hecho con tantos otros. A unos les habló en el desierto, a otros en la montaña, a otros más en las noches de la vida. A veces explicando, a veces reclamando, a veces consolando. Hebreos asegura que Dios, que en el pasado nos habló muchas veces y de diversas maneras, ahora nos habla en Jesucristo.
Nada que yo haya vivido, o lo que hayan vivido ustedes, es extraño a Dios en Jesucristo. En Jesús, Dios se hizo hombre y en tanto hombre, es capaz de comprender lo que enfrentamos en los tiempos de desierto. Y lo que Jesucristo me dice es que es posible permanecer fiel aún cuando tengamos todo en contra. Así, Jesús se convierte en testimonio y en ejemplo que soy llamado a seguir.
La tercera razón que tengo para tener presente a Jesucristo en los tiempos de desierto, es que su resurrección es testimonio y aviso de que los afanes de esta vida tienen fecha de caducidad. Esto me lleva a tener presente que la vida es mucho más que sólo la vida terrenal. Y que cuando resucitemos a la vida plena con Cristo, limpiará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y la muerte no será más; y no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas son pasadas. Apocalipsis 21.4 JBS
En Cristo, Dios se hace presente. Además, también en Cristo, Dios cumplirá todas sus promesas y nos llevará para vivir con él por toda la eternidad. Alguien pudiera pensar que quienes creemos tales cosas nos engañamos con utopías o sueños imposibles para paliar la cruda realidad actual. Pero Cristo es real y todo lo que la Biblia dice de él es verdadero, lo creamos o no.
Me he referido a la convicción y la confianza como lo que subyace a todo lo que soy, vivo, pienso, siento y experimento. He descubierto que tales elementos son un buen fundamento para vivir tanto la alegría como la tristeza, para lo bueno y para lo malo de la vida. Ello, porque convicción y confianza son cimientos que equilibran, soportan y dimensionan el día a día de la vida y dan razón a nuestra esperanza.
Termino recordando que sólo estoy compartiendo mi experiencia personal. Lo hago como testimonio de mi estar en Cristo. Pero, también me atrevo a hacerlo como propuesta, como una humilde propuesta a quienes caminan conmigo los caminos complejos de la vida en Cristo. De aquellos que, como Moisés y como yo, caminan la vida como si pudieran ver a aquel que no se ve, al Invisible. Hebreos 11.27
A esto los animo, a esto los convoco.
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