Como Dijo
Mateo 28.1-10
Los ángeles se sientan. Esta es una cuestión que destaca el relato de Mateo. Y no es una cuestión menor, revela el carácter de aquellos que conocen, creen y esperan el cumplimiento de lo que Dios dice.
Como en otros casos, nuestro relato está lleno de contrastes. Un gran terremoto provocado por un ángel que se sienta. Mujeres que permanecen atentas a lo que pasa, al lado de fieros soldados que quedan como muertos. Un ser con aspecto de relámpago, que tiene palabras de consuelo tales como: no teman. Y, en el centro del relato, la clave que nos permite comprenderlo:
Yo sé que están buscando a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, sino que ha resucitado, como dijo. (vs. 6)
La objetividad con que el ángel del Señor encara un momento tan trascendente, la tranquilidad que le lleva a sentarse sobre la piedra removida, tiene una sola y sencilla razón: la resurrección de Cristo no sorprende al ángel porque esta era un hecho anunciado… y el ángel creía en la palabra de quien lo había dicho. Ha resucitado, así como dijo. Ante tal hecho, solo queda ver el lugar donde estaba puesto y que ahora ha quedado vacío.
Por otro lado, el hecho de la resurrección de nuestro Señor Jesús hace evidente que, en tratándose de cuestiones espirituales, la verdad no siempre es lo que vemos, sino lo que Dios ha dicho al respecto. Es esta una de nuestras convicciones más profundas. Convicción que, obviamente, nos coloca en el terreno de la fe.
Terreno que tiene que ver con lo que no se ve, y que requiere de una relación particular con Dios para su total comprensión. Como en el caso de María que creyó estar ante una complicación mayor de la pérdida sufrida. No sólo había visto morir a su Jesús en la cruz, no sólo había acompañado al cuerpo de su Maestro en el camino al sepulcro. Ahora, también el cuerpo, su última evidencia de que Jesús había sido cierto, había desaparecido.
Sin embargo, cuando escucha su nombre en los labios de aquel que le parecía un desconocido, reconoce a su Señor. Para María, nadie pronunciaba su nombre como Jesús lo hacía. Porque, insisto, el sustento de lo que creemos, de nuestra fe es, precisamente, nuestra relación con Dios. Es esta la que nos da: la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hebreos 11.1
La resurrección de Cristo, que celebramos hoy, da lugar a nuestra redención, a nuestra salvación. Pero abre, también, la puerta para una muy especial relación con Dios, una relación de fe. Es decir, una relación en la que somos llamados a ir paso a paso, comprobando la veracidad y actualidad de todo aquello que Dios ha dicho respecto de nosotros.
Primero, lo que tiene que ver con su llamado a que vivamos de una manera digna de nuestra vocación. Es decir, que vivamos de tal modo que, en lo que somos y hacemos, Dios sea glorificado. Somos llamados a santidad, a la comunión y al servicio amoroso al prójimo.
Nuestra santidad tiene un origen y un propósito. Es fruto del sacrificio de Cristo, él es quien nos hace santos, apartados para Dios y limpios del pecado que nos había convertido en enemigos del Señor. Al hacernos santos, Cristo le ha dado un sentido (una dirección), y un propósito a nuestra vida. Pablo dice que, vivos o muertos, somos del Señor. Es decir, vivimos en función de él y para él.
Pero, también somos llamados a colaborar con la redención de muchos otros, anunciando el evangelio y haciendo discípulos de Cristo. La razón principal por la que esta mañana hemos despertado a la vida, es para que cumplamos con esta tarea. Si no la hacemos, nuestro día no tiene razón de ser.
Además, Dios dice de nosotros y a nosotros diferentes cosas en particular. Nos ha hecho promesas, de su presencia, de su elección, de su cuidado. Nos ha hecho llamamientos especiales y particulares como colaboradores suyos en la obra de redención y edificación que él realiza en y al través de su Iglesia. También nos ha asegurado que somos más que vencedores en cualquier circunstancia que enfrentemos.
Nosotros podemos escoger el acercarnos al sepulcro como lo hicieron las mujeres, dudando de lo que el Señor Jesús les había dicho; o hacerlo como el ángel, convencidos de que no estaba pasando nada que Dios no hubiera anunciado y en lo que él no estuviera obrando.
Lo que Dios ha dicho de y para nosotros está escrito en su Palabra. Además, su Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de promesas, llamados y propósitos particulares. Oigamos, pues, con atención lo que él nos dice y creamos en ello.
Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén. Efesios 3.20
A esto los animo, a esto los convoco.
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