Lo que quieras que te hagan a ti

Mateo 7.12

En nuestros días, son muchas las esferas de la vida en las que enfrentamos la polarización, la desconfianza mutua, el resentimiento, los deseos de venganza y la violencia como respuesta a lo que no nos gusta, lo que no nos parece bien, lo que nos lastima u ofende.

Vivimos esta realidad al interior de nuestros hogares, en las calles, tanto en el transporte público como entre los que manejan. Lo vivimos en la esfera política, en las relaciones laborales. Aún corremos el riesgo de enfrentarlo al interior de las congregaciones, iglesias denominacionales y en tantos otros espacios de la sociedad.

El Apóstol Pablo asegura que nuestra predicación es locura para muchos que la escuchan. Una de las razones para ello es que el mensaje de Cristo resulta extraño a quienes han aprendido a vivir de cierta manera, a su manera. Para aquellos quienes han aprendido a considerar normal, su forma de vida. En muchos casos, aún cuando están insatisfechos por la clase de vida que viven, ello no les impide rechazar, muchas veces antes de probar la verdad del mismo, el mensaje de vida que predicamos en el nombre del Señor Jesús.

No es de extrañar, por lo tanto, que los mismos que nos advierten sobre el riesgo personal, familiar, social que representa esta escalada de violencia, de intolerancia, de simulación y mentira, se conviertan, ellos mismos, en promotores y agentes de la violencia que denuncian.

De ahí la relevancia de nuestro pasaje. La llamada regla de oro se enfrenta con un hecho absoluto en quienes no viven la realidad del Reino de Dios: se consideran como los acreedores de cuantos les rodean. Es decir, consideran que tarea de los demás es tratarlos como ellos consideran que les es debido, que deben hacer por y para ellos lo que necesitan y responder a sus expectativas, sin importar lo que ellos mismos sean o hagan.

En la práctica, se trata de personas que, por las razones que sean, van por la vida convencidas de que, si de responsabilidades se trata, estas se les deben a ellas; y si de derechos hablamos, estos le corresponden aún a costa de la dignidad, la paz y el equilibrio de los demás.

En efecto, muchos de los problemas relacionales: de pareja, filiales, amistosos, laborales, etc., se complican porque las partes en conflicto esperan que sean los otros los que hagan lo que es propio. Si de parejas se trata, se espera que el marido o la esposa cambien; si de los compañeros de trabajo, se espera que sea el otro el que se dé cuenta y haga lo que yo pienso, etc.

Nuestro Señor Jesús hace evidente que en el origen de los conflictos relacionales se encuentran necesidades insatisfechas de las personas en lucha. La falta de equilibrio interior, la ausencia de una estructura espiritual, moral y emocional explican las insatisfacciones de quienes van por la vida exigiendo que los demás los traten como ellos quieren que lo hagan.

La insatisfacción insatisfecha genera una mayor necesidad, hasta llegar al grado de que la persona necesitada resulta incapaz de controlar su frustración, su ira y deseos de revancha, lo que expresa con su intolerancia, persecución y diversas formas de agresión al otro. No solo ello, su capacidad de juicio se reduce de tal forma que se vuelve insensible a sus propios errores y propicia un mayor daño para sí misma y para con quienes está en conflicto.

El, lo que quieras que te hagan a ti de la frase de Jesús, evidencia que Dios no solo no ignora nuestras necesidades y deseos, sino que los reconoce como legítimos en la medida que los mismos son expresión de nuestra condición y naturaleza humana, de nuestra experiencia de vida.

A los conflictos relacionales, sean estos del tipo que sean, uno de los problemas que los exacerban es tanto el temor a que el otro no reconozca mis necesidades, como el efectivo menosprecio que el otro hace de las mismas. Por ejemplo, el esposo necesita que su mujer le escuche, pero también que le hable.

Sin embargo, por la experiencia vivida, puede temer que a su mujer no le interese hacer ninguna de las dos cosas. Si a ello suma la incapacidad y/o el desinterés de la esposa en comprender su necesidad, generalmente actuará exigiendo a la esposa que lo escuche y le hable.

De acuerdo con nuestro Señor Jesús, la necesidad del marido es real y es legítima. Como resulta serlo la necesidad de las esposas que demandan atención y respeto. O la de los ancianos que reclaman ser tomados en cuenta, respetados y acompañados. O la de los adolescentes, niños y jóvenes que se sienten ignorados o aún menospreciados por los suyos.

Y esto resulta fundamental comprenderlo. Todos tenemos necesidades sentidas, si algunas no tienen lógica o al otro le parecen que no son reales, siguen siendo nuestrasnecesidades. Y, nuestras necesidades y la forma y medida en que las satisfacemos determinan el cómo de nuestra relación con quienes están a nuestro lado.

Sin embargo, el de las necesidades insatisfechas de las personas no es el tema que ocupa a nuestro Señor. Él se ocupa de un modelo de satisfacción de las mismas que es propio del Reino de Dios. Es decir, del orden, de la basilea, el nuevo orden, de Dios.

En cierta manera, a lo que Jesús nos llama es a dejar de buscar la satisfacción de nuestras necesidades según la carne. Los que siguen la forma de ser en la carne, no pueden agradar a Dios Romanos 8.8 ni, por lo tanto, satisfacer plenamente sus necesidades sentidas. La carne lo único que produce es corrupción, satisfactores chatarra. Como a muchos nos consta.

De lo que se trata, según el modelo propuesto por Jesús, es que quien está en necesidad tome el control del proceso para garantizar que encontrará lo que le hace falta. En este proceso, quien necesita ser tratado de cierta manera, actúa de la misma forma para con quien puede contribuir a la satisfacción de sus necesidades.

Creo que aquí podemos aplicar uno que llamaremos principio de género. Género es la clase o tipo a que pertenecen personas y cosas. Otra forma de decirlo es: iguales atraen a iguales. En la propuesta de Jesús está presente este principio, para recibir lo que deseas debes dar el mismo género, la misma clase, de lo que esperas recibir. Porque si das una clase distinta de respuesta a lo que esperas recibir, nunca recibirás lo que estás esperando.

La realidad que enfrentamos cotidianamente exige que nos detengamos en la consideración seria de este asunto. De acuerdo con la enseñanza de Pablo a Timoteo, no tenemos derecho a esperar que las cosas puedan mejorar. El Apóstol le advierte a Timoteo que, en los últimos días, habrá tiempos muy difíciles. Las relaciones humanas irán en un deterioro continuo. El egoísmo será la regla de las relaciones humanas. Las relaciones familiares se pervertirán cada vez más.

La violencia encontrará mayores y más terribles expresiones. La mentira será el instrumento más eficaz de los que ejercen poder y autoridad sobre la sociedad y cada vez más habrá un mayor número de personas dispuestas a creerles. La división y el enfrentamiento será el ambiente en el que la vida cotidiana habrá de vivirse. 2Timoteo 3

Y esto representa un reto personal, familiar, congregacional, eclesial, para nosotros. ¿Qué vamos a hacer ante lo que estamos viviendo y lo que viviremos cada vez más frecuentemente? ¿Cómo responder al egoísmo, al abuso, a la violencia inesperada y a la violencia cotidiana que enfrentamos o enfrentaremos? ¿Promoveremos la división o contribuiremos a la reconciliación? ¿Cómo tratar a los que nos tratan mal?

Estamos condicionados por la cultura prevalente a reaccionar ante el maltrato, la violencia y la injusticia en los mismos términos con que hemos sido tratados. Más aún, hemos aprendido a guardar dentro de nosotros las ofensas recibidas para encontrar en ellas el combustible que anime nuestra venganza, resentimiento y justicia propia. Nada más diferente a lo que Jesús enseña.

Ama a tu enemigo, pon la otra mejilla, lleva la carga una milla más que la que te exigen. Vence con el bien el mal. Lo que quieres que te hagan a ti, eso es lo que debes hacer a los demás. Realmente estas son palabras incómodas del evangelio. Jesús incomoda, ciertamente. Lo hace cuando nos anima a actuar no de acuerdo con lo que los demás son o hacen, sino en conformidad con quienes nosotros somos. Somos ministros de la reconciliación, asegura Pablo. Somos diferentes, somo Iglesia, somos Cuerpo de Cristo.

Los exhortos que nos hace el Evangelio no están encaminados a que aceptemos como válidas las injusticias que vivimos. Mucho menos que participemos de estructuras de violencia, abuso, explotación contrarias a la justicia divina. No son un llamado a que permanezcamos en situaciones en las que toleremos el abuso, la violencia, la opresión. De ninguna manera somos llamados a ello, después de todo, somos pacificadores. Los que hacen la paz por medio de la justicia.

De lo que se trata es que, ante la evidencia del poder del mal sobre tantos, nosotros mantengamos nuestra condición de diferentes, de comunidad alternativa. Para que, al ser luz podamos guiar a las personas hacia Jesucristo. Y, al ser sal, podamos contribuir a la conservación de los principios y valores que son el recurso para la redención de la humanidad.

Que tratemos a los otros como queremos ser tratados implica el que el principio, la regla de nuestro trato, no sea lo que ellos son y hacen sino quiénes somos y lo que está en nosotros. No te trato por lo que eres y haces, sino por quien soy yo. Te doy lo que tengo.

Dicen que cuando Nelson Mandela animó a los sudafricanos negros a tratar a los blancos que los habían violentado tan extremamente por tanto tiempo, les dijo: Tenemos que convencerlos con la compasión. Cuando nosotros enfrentamos a quienes nos lastiman, violentan y atropellan, debemos sentirnos tristes por la terrible condición en que se encuentran y que los lleva a actuar como lo hacen.

Viendo, no ven. Están cegados por su pecado y, por lo tanto, su destino es la condenación eterna. Por ello es por lo que debemos tratarlos con la misma compasión con la que nosotros hemos sido tratados por Dios en Cristo. Así es como podremos iluminarlos con la luz de Cristo y convertirnos en una alternativa para ellos. Siendo firmes, procurando la justicia, rechazando la violencia, utilizando los recursos a nuestro alcance para garantizar nuestra seguridad, sí. Pero, actuando con compasión para quienes están en las manos de Satanás.

Al animarlos a esto me escucho y, a la luz de la cultura dominante, me escucho tonto, ingenuo. ¿Cómo sembrar el bien cuando estamos siendo apabullados por el mal? ¿Para qué sembrar paz si la violencia domina? Sin negar la realidad que vivimos, tengo presente que Jesús aseguró que en el día de la cosecha el trigo seguirá siendo trigo.

Es decir, que podemos confiar que el fruto de la justicia siempre será justicia. Que como Santiago3.18 asegura: los que procuran la paz, siembran en paz para recoger como fruto la justicia.

En la búsqueda de la satisfacción de nuestras necesidades, dejemos de actuar de la manera equivocada, mejor hagamos con los demás como queremos que hagan con nosotros. Replanteemos el modelo de nuestras relaciones, pero empecemos en y con nosotros mismos. Sí, hagamos a los demás lo que queremos que ellos hagan con nosotros.

A esto los animo, a esto los convoco.

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