Apreciada mujer ¿por qué lloras?

Oradora invitada: Ana Delia Macías Matamoros

Juan 20.11-18 NTV

La muerte de Jesús representó una gran pérdida para todos los que lo amaban, desde su madre, los discípulos, las mujeres y todos aquellos que lo siguieron y sirvieron durante todo su ministerio terrenal. Pero nadie podía imaginar siquiera, el tipo de dolor que Jesús estaba padeciendo en todos los sentidos en ese viacrucis, y sobre todo, sabiéndose inocente y tener que pasar por una situación tan degradante como la de morir en lo que era la muerte de cruz, que era reservada para los criminales más peligrosos.

Tampoco imaginamos el dolor de los que lo amaban tanto y estaban ahí presenciando impotentes todo el daño que le estaban infringiendo a Jesús. Ante ese dolor, todos aquellos que lo habían dejado todo por seguirlo, sintió y respondió de distinta manera,

En esos momentos, seguramente sintieron ira contra los que lo crucificaron, pero también ira contra Jesús mismo por haberse entregado y no haber huido y sobre todo, que lo hubiera hecho voluntariamente, y como pasa con muchas personas que pierden a sus seres amados, ellos se habrán preguntaban por qué había decidido dejarlos solos! Sin su presencia que tanto necesitaban.

Nuestro pasaje se refiere de una manera especial a María Magdalena, una mujer que había estado poseída por 7 demonios hasta antes de encontrarse con Jesús y mismos que la hacían vivir esclavizada, marginada, menospreciada y solitaria, pero después de su encuentro con Jesús, se convirtió en una mujer libre, valiente, digna, e íntegra; a partir de ese encuentro, y en agradecimiento, a él, María Magdalena, lo siguió durante su ministerio terrenal y lo sirvió junto con otras mujeres y apoyó siempre su ministerio.

Lo vio hacer milagros, y el fuego se encendía en su corazón cuando escuchaba sus palabras, su verdad; le dio propósito a su vida como nunca antes había tenido y ahora, frente a ella… la cruz y la tumba y entonces, así como sintieron los otros seguidores, vio su causa tan muerta como su cadáver.

Ante el sufrimiento por una pérdida, cuando no nos salen las palabras, cuando no podemos expresar lo que estamos viviendo, son precisamente las lágrimas las que hablan por nosotros, nos revelan ante los demás y también a nosotros mismos, y revelan lo que más nos hace sufrir en nuestro interior. El llanto es algo que no se puede gobernar y llega cuando algo del exterior nos afecta al punto que no podemos ya controlarnos.

Si bien es cierto, las pérdidas son parte inevitable de la vida, enfermedades, divorcios, pérdida de trabajo, incapacidades físicas, emocionales, mentales, etc. el dolor ante la muerte física de un ser amado, es uno de los duelos más difíciles de superar por los seres humanos, sobre todo cuando ese ser amado representó tanto en vida para los que lo pierden.

Nuestro pasaje nos dice, que todavía estaba oscuro ese domingo por la mañana cuando María Magdalena llegó hasta el sepulcro donde habían puesto a Jesús. Ella conocía muy bien el lugar, porque al igual que otras de las mujeres, había seguido a Jesús hasta el sepulcro según se lee en Mateo 27:61

Dado que el pueblo judío no embalsamaba en ese entonces a los muertos, solo los envolvían con lienzos, las mujeres planearon y esperaron la hora en que podían regresar a la tumba a buscar el cadáver de Jesús, sobre todo, porque ellas en su imaginación, pretendían que encontrarían la forma de remover la gran piedra que cubría el sepulcro, para ungir su cuerpo con ungüentos y especies aromáticas y de esa manera no solo cubrir con ello su descomposición, sino mostrar hasta el último momento así, su amor y el  profundo agradecimiento por su amado Señor.

Lo primero que sucedió cuando María llegó con las mujeres, fue que la gran piedra estaba removida y ¡oh sorpresa! oh sorpresa! el cuerpo de Jesús no estaba ahí! No estaba! todas se asustaron y se fueron pero ella fue a avisarles a Pedro y al discípulo amado; ellos regresaron con ella al sepulcro pero solo fijaron su vista en los lienzos que estaban en el suelo y el de su cabeza bien doblado y acomodado por otra parte y se fueron; pero María Magdalena se quedó allí llorando y mientras lloraba, se agachó para mirar y contemplar de nuevo el lugar donde había estado Jesús y ahí estaban dos ángeles que al verla, le hacen esa que considero yo, es una hermosa pregunta:

Apreciada mujer ¿por qué lloras? Pero como sucede cuando estamos sumidos en el sufrimiento, el llanto le nubla la vista, le impide hablar y solo logra balbucear la razón de su tristeza y cuando se da la vuelta para irse, se encuentra de frente con el que por su dolor y desesperanza no logra reconocer, a Jesús, al resucitado y clavada en su dolor lo confunde con el que cuidaba el lugar. Aunque es Jesús quien le repite la pregunta: Apreciada mujer ¿por qué lloras? no es hasta que Él la llama por su nombre, ¡María! que hace pausa a su llanto, escucha su nombre en labios de Él, y su vista se aclara, logra escucharlo bien y ya no balbucea, sino quizá hasta grita: ¡Raboni! que en hebreo significa, ¡Maestro!

El que María Magdalena haya sido la primera en ver a Jesús resucitado y se haya dirigido a ella con la palabra apreciada, que significa muy estimada, de gran valía, Jesús muestra una vez más un orden diferente dentro de su Reino; conoce bien el corazón de las personas y el cómo del orden de este mundo, y dentro de este orden, cuando todos podrían esperar que fuera uno de sus discípulos el primero que lo viera resucitado, en María Magdalena decidió romper con ese orden, y con ello mostrar el corazón del Padre, quien ama y lo hace sin distinción alguna, y además decide afirmar en la mente y el corazón de ella, ese nuevo orden en medio de una cultura que la condicionaba no solo a pensar sino de actuar con un menor aprecio de sí misma.

Para que esto quedara sellado en su corazón, en su mente y en su alma, tuvo que girar y dar la espalda al sepulcro que había contenido el cadáver que había ido buscando, y entonces poder ponerse de pie frente al que había resucitado, al que seguía vivo y que al pronunciar su nombre, la estaba no solo llamando, sino también la estaba empoderando y enviando a proclamar a sus hermanos, a los que como ella habían perdido la esperanza y quizá también como ella antes de volver a ver a Jesús, seguían llorando, que había resucitado! El sepulcro no marcó el fin, solo es el comienzo de plena libertad, plena salvación. Jesús pagó un precio alto definitivo y definitorio que le quita el poder a esos “demonios” que como a María Magdalena nos impiden ser y hacer de acuerdo a nuestra verdadera identidad, de acuerdo a la imagen y semejanza con la que Dios nos ha creado.

Jesús no solo les compartió a sus seguidores la verdad del mensaje de salvación, los hizo sus discípulos y les prometió que les mandaría al que les daría el poder para que hicieran más discípulos con este mismo mensaje, de salvación “En realidad, les conviene que me vaya, porque si no me voy el Espíritu que los ayudará y consolará no vendrá; en cambio si me voy, yo lo enviaré” Juan 16:7.

De ninguna manera este Jesús por el que lo dejaron todo, los iba a dejar solos, estaría con ellos hasta el fin del mundo, como nos dicen las Escrituras en Mateo 28:19

Leemos también en Juan 17:20-22 “Y oró al Padre por sus discípulos diciendo: No te pido solo por estos, sino también por todos los que creerán en mi por el mensaje de ellos” o sea hermanos amados, por nosotros y por los que por nosotros también creerán.

¡Bendito es Dios y su poderosa Palabra, que también a nosotros nos convoca, nos capacita y nos envía!

Dios es fiel y hoy por hoy nuestro corazón se enciende como con fuego al leer y escuchar su Palabra y ver los milagros que sigue haciendo en nuestros días en todos aquellos y aquellas que tienen un encuentro con él. Amén.

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