Dios mío, ¿no piensas hacer nada?
Salmos 35.11-17 TLAD
Una de las experiencias vitales más complejas es cuando tenemos que enfrentarnos con el hecho de que personas a las que amamos, y que nos aman, dicen cosas falsas en nuestra contra. Cuando nos levantan falso testimonio. Desde luego, las emociones dominantes parecen ser la molestia, el coraje y los deseos de revancha. Pero, creo que, en realidad, las emociones más fuertes que experimentamos cuando somos difamados son la decepción, la sensación de impotencia y, desde luego, la confusión que resulta del no poder entender el porqué de tales conductas.
El salmista expresa bien tal confusión cuando asegura: Lo que más me duele es que yo los traté bien y ahora ellos me tratan mal. Añade su estupor cuando descubre que inventan mentiras y que, sin pensarlo dos veces, aseguran: Tú cometiste eses crimen; ¡nosotros mismos lo vimos! Como hemos dicho, es esta una experiencia común a los humanos. El mismo Señor Jesús experimentó el poder complejo de los falsos testimonios, en su caso, hasta el extremo mismo de la muerte. Por ello es por lo que en él encontramos algunos principios que nos ayudarían a enfrentar tal experiencia a la manera de Cristo. Veamos,
Mantener la autonomía de la voluntad. La RAE define el concepto de autonomía de la voluntad como la capacidad de los sujetos de derecho para establecer reglas de conducta para sí mismos y en sus relaciones con los demás. Jesús mantuvo tal autonomía frente a la mala disposición, la saña, con la que sus detractores dieron falso testimonio de él. Estando en la cruz, siguió siendo él mismo, actuando de acuerdo con quien él era y no bajo la presión de sus ofensores. Jesús mantuvo la autonomía de su voluntad.
El falso testimonio que se levanta en nuestra contra se convierte en una oportunidad bajo presión para que renunciemos a nuestra identidad y actuemos de forma impropia de nosotros. Para que vea, para que sienta, etc., son algunas de las expresiones que preceden nuestro actuar bajo presión y a modo de lo que otros dicen de nosotros. Ante el falso testimonio debemos luchar, sí, luchar, por preservar nuestra autonomía. No resulta sencillo, pero podemos establecer y mantener las reglas de conducta que regularán nuestros pensamientos, sentimientos y acciones ante el falso testimonio y lo que el mismo implica.
Validar los motivos del detractor. A diferencia del salmista, nuestro Señor Jesús no pide que sus enemigos sean puestos en completa vergüenza; por el contrario, pide: ¡Padre, perdona a toda esta gente! ¡Ellos no saben lo que hacen! Lucas 23.34 TLAD ¿De veras no sabían? Jesús, ¿de veras pensaba que no sabían lo que hacían? Lo que él sabía era que aquellos maldicientes estaban bajo el poder de fuerzas que ni identificaban ni comprendían. Como muchos de quienes levantan falso testimonio en contra de los que los aman. No siempre alcanzamos a identificar ni a comprender las fuerzas que nos llevan a estar en contra de aquellos con los que también hemos estado a favor.
Enfrentar el falso testimonio nos da la oportunidad de conocernos mejor a nosotros mismos. Preguntarnos si, de alguna manera, hemos contribuido a disparar o fortalecer las fuerzas no identificadas ni comprendidas que controlan a quienes nos denigran. O, en el caso de que seamos nosotros los que difamamos, el testimonio que levantamos a sabiendas de su falsedad también nos da la oportunidad para concienciarnos respecto de nuestras motivaciones y propósitos. Además, enfrentar el falso testimonio nos da la oportunidad de tomar en cuenta de que si bien lo que se asegura sin sustento de nosotros no resulta justo, también es cierto que hay mucho de nosotros que los demás desconocen y que no habla bien de nuestra manera de ser, sentir y hacer. El falso testimonio siempre nos abre la puerta para el arrepentimiento, la conversión y las buenas obras correspondientes a nuestra identidad. Las faltas del otro son, siempre, un recordatorio de nuestra propia vulnerabilidad. Gálatas 6.1 TLAD
¡Tú me conoces mejor que ellos! Vs 22 Cuando nos sabemos difamados uno de los primeros impulsos consiste en el querer aclarar las cosas. Vana tarea. Quien nos difama está convencido de su razón, quienes han creído el falso testimonio en nuestra contra sólo hacen evidente su falta de confianza y de interés en conocer nuestra verdad. Creo que tanto Jesús como David toman consciencia de que una de las consecuencias, de los daños colaterales, del falso testimonio es la soledad de quien es malmirado. Y, entonces, asumen que es una pérdida de tiempo el querer aclarar, poner sobre la mesa, convencer a nadie. Que quien se ocupa de tal tarea muy fácilmente puede descuidar lo verdaderamente importante: Su integridad y, sobre todo, el cómo de su relación con Dios.
Tanto Jesús como David, ante el mal mirar de aquellos a los que han amado y servido, se vuelven a Dios. Jesús le encarga al Padre su espíritu, y David clama pidiendo la permanencia de Dios a su lado, para así poder permanecer bajo su cuidado y bendición. ¿Escapismo, evasión, alineación?, puede ser. Pero, el caso es que a Dios no tenemos que explicarle ni quiénes somos ni qué hemos hecho o dejado de hacer. Él sabe lo uno y lo otro, nos conoce mejor que ellos, los que aseguran conocernos mejor que nosotros mismos. Que ellos, los que pretenden poder explicarnos. Dios sabe quiénes somos y no necesita de explicaciones. Razón suficiente para volvernos a él y hablarle de lo que hay en nosotros. Él se encarga de aclararnos, a nosotros, qué es aquello que está de más y qué lo que nos hace falta. Ante la dureza del juicio que enfrentamos, a Dios podemos alabarle porque él es un Dios de bondad. Vs 28
El falso testimonio en nuestra contra nos da la oportunidad de volvernos humildemente a Dios. Hay que reconocer que no está en nuestras manos convencer a nadie de lo que somos ni, mucho menos, de lo que no somos. En tal situación de impotencia podemos clamar a Dios, como lo hizo David, preguntándole: ¿No piensas hacer nada? Y, habiendo preguntado, seguir viviendo conscientes de que nos movemos en su presencia y que es en su mano en la que están nuestros tiempos, nuestra vida toda. Salmos 31.15
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