Contar las horas cálidas del día

Salmo 90.12

1574823946634Alguna vez hemos asegurado que si podemos contar los días es porque estos son pocos. Pero, ¿será cierto? Según dicen, Einstein propuso que el tiempo es relativo porque no se cuenta con algo contra lo que se le pueda medir. De ser esto cierto, ¿la cuenta numérica tiene algún sentido? Al contar los días, ¿qué nos dice sin pocos o muchos?

En la vida he aprendido que, para muchos, lo que da sentido a la vida y dimensiona el número de días vividos no siempre son los logros o los bienes conseguidos. Son las relaciones humanas, la calidad de las mismas, las que determinan si el tiempo de vida ha sido suficiente, si se ha excedido o ha resultado falto. Así, hemos dicho, el tiempo es, siempre, un espacio de oportunidad para el cultivo de las relaciones que nos explican, que nos hacen ser. Ello, porque las relaciones trascienden al tiempo y dan sentido al mismo. Relaciones sanas, funcionales, hacen parecer insuficiente el tiempo en que se desarrollan. Mientras que las relaciones disfuncionales, dolorosas, siempre hacen que el tiempo que duran resulte un exceso.

Creo que Moisés, al tomar consciencia de que si los días tienen cuenta es porque son finitos, es que reconoce que necesita sabiduría para vivir la vida convenientemente. Y si la esencia de la vida son las relaciones humanas, entonces la sabiduría consiste en saber desarrollar tales relaciones de una manera adecuada a las circunstancias y a lo limitado de la vida. Moisés sabía bien la importancia del cultivo de las relaciones humanas sanas, fuertes y trascendentes. De niño fue arrancado del hogar paterno y entregado a extraños. De adulto, tuvo que alejarse de aquellos a los que había aprendido y necesitado amar. Se casó, tuvo hijos, pero sus relaciones siempre estuvieron afectadas por las circunstancias de su vida y llamamiento.

Muy pronto descubrió Moisés que nada garantiza la permanencia de las relaciones. La palabra hebrea que se traduce como días, se refiere a las horas cálidas del día. Parecería entonces que Moisés pide sabiduría para apreciar, cuidar y hacer propias las cosas buenas de la vida. Los momentos plenos de nuestras relaciones, propondría yo. Porque tales momentos, tales experiencias, se convierten en esencia vital de nuestra vida. Nos hacen y nos sostienen cuando los momentos cálidos han pasado y llegan los tiempos de soledad, desencanto y alejamiento.

Al estar a punto de terminar el presente año es que podemos entender mejor a Moisés. Los días de fin de año se llenan de melancolía. Es que son tiempos de recuento, de hacer balances y de asumir las pérdidas y las ganancias del año que se está yendo. Y poco podemos hacer con lo que ya pasó, no podemos recuperar lo que perdimos y, tampoco, podemos recrear las horas cálidas de los días que ya pasaron. Así es la vida, nos obliga a compactar en esa medida del tiempo a la que llamamos día, lo mejor y lo malo de nuestra propia experiencia de vida.

Propongo a ustedes, en consecuencia, que la sabiduría pedida por Moisés se compone de dos elementos básicos. El primero, la capacidad para apreciar las horas cálidas de la vida, especialmente las que resultan de nuestras relaciones humanas. El aprecio tiene que ver con la calidad de excepcionalidad que reconozcamos a tales relaciones. Quien se acostumbra a las horas cálidas aprende a verlas y considerarlas como normales, rutinarias, terminando por no apreciarlas. Como pastor soy testigo de los procesos de deterioro de las relaciones humanas de mis ovejas. He aprendido a identificar los puntos de inflexión en los que al dejar de considerarlas extraordinarias, las relaciones afectivas pierden su valor e importancia y, por lo tanto, dejan de ser relevantes para unos y otros.

Contrasta tal actitud con la que muestran aquellos que ven en sus relaciones dones concedidos por Dios de manera inmerecida. Siguiendo al proverbista, se asume que la esposa, el esposo, los padres, los hijos, etc., son regalo de Dios, personas y fuentes de afecto, cuidado, compañía y gozo, imposibles de obtener por nosotros mismos. Quien así percibe la gracia de sus relaciones las valora, las agradece, las cultiva y las cuida. Sobre todo, porque sabe que las horas cálidas del día pasan sin que podamos hacer nada para evitarlo.

Lo anterior nos lleva al segundo elemento de la sabiduría solicitada por Moisés, el cuidado de nuestras relaciones. En otro momento hemos propuesto que atender tan importantes relaciones en el breve tiempo de que disponemos requiere de mucha sabiduría. Porque nunca sabremos si la misma cantidad de tiempo que tuvimos para descuidar, destruir o lastimar nuestras relaciones lo tendremos para retomarlas, reconstruirlas o sanarlas. De ahí la conveniencia de cuidar, construir y mantener sanas las relaciones de las que participamos. Nos comprometemos en ello porque sabemos que la vida es breve, que los tiempos disponibles no resultan ni de nuestra voluntad ni de nuestras capacidades. Que es mucho lo que depende de tan poco tiempo.

Finalmente, resulta significativo que Moisés dirija su petición a Dios. No fue con nadie más a pedir consejo ni ayuda. Al estudiar la biografía de este hombre descubrimos que Dios fue su única relación permanente. Cuando Dios lo llama le hace evidente que el vínculo Dios-Moisés viene desde su antepasado Abraham. Y, se compromete el Señor: Yo estaré contigo. Al inicio de su salmo, Moisés reconoce la trascendencia de dicha relación. A lo largo de todas las generaciones, ¡tú has sido nuestro hogar!, le dice. Porque Dios sabe conservar las relaciones en los días cálidos y en los días fríos. Así, Dios se convierte en nuestro referente, al recordarnos que es posible desarrollar relaciones permanente, funcionales y complementarias. Pero, también Dios se convierte en nuestro sustento para tales relaciones. Porque nuestra relación con él, da sentido, salud y esperanza a nuestras relaciones cotidianas.

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