Tendrán visiones, tendrán sueños
Hechos 2.16-21
La Biblia dice que Dios sembró la eternidad en el corazón del hombre. Eclesiastés 3.11 El ser humano lleva en él mismo la capacidad de la trascendencia. Es decir, es el único ser con la capacidad para sobrepasar los límites impuestos por sus circunstancias. Puede ver y comprender más allá de lo aparente y de lo temporal. Sobre todo, puede comprender el propósito divino implícito en las cosas que le tocan vivir. Puede, entonces, discernir sobre lo que es permanente y lo que es circunstancial. Por ello es por lo que el ser humano puede trascender, ir más allá del momento y de las circunstancias inmediatas. Por ello es por lo que el ser humano puede contemplar y vivir en función de lo eterno. Más allá de su aquí y ahora, más allá de sí mismo.
Sin embargo, una de las expresiones más crudas de la caída del ser humano es, precisamente, el distorsionado énfasis que presta a lo inmediato y, sobre todo, a sí mismo. En nuestros días esto es cada vez más obvio, algunos sociólogos y filósofos contemporáneos proponen que las nuevas generaciones pueden ser clasificadas como generaciones yo, yo, yo. Quien se ve a sí mismo como la razón última de la vida se ocupará prioritariamente de su propio interés y de la satisfacción inmediata del mismo. En consecuencia, pierde la visión integral del futuro, se ocupa del presente sin tomar en cuenta lo eterno.
Tal cosmovisión afecta crecientemente el todo de la vida, aún las cuestiones espirituales. Prueba de ello es el malestar de Jesús cuando reclamó a quienes lo buscaban: Ustedes quieren estar conmigo porque les di de comer, no porque hayan entendido las señales milagrosas. Preocupado por una visión tan pobre, les exhortó: No se preocupen tanto por las cosas que se echan a perder, tal como la comida. Pongan su energía en buscar la vida eterna que puede darles el Hijo del Hombre. Al usar el término señales milagrosas, nuestro Señor destaca la importancia del acercarnos al aquí y ahora en la perspectiva de lo eterno. Porque, si bien lo presente es importante su verdadera importancia está determinada por el cómo afecta la eternidad de la persona.
Cuando las personas viven en función del principio del interés propio y del de la satisfacción inmediata, pervierten el todo de su identidad y se degradan como seres humanos. Se convierten en factores tóxicos para sí, para los suyos y para quienes les rodean. No hay pecado personal ni conducta social nociva que no pase por tal degradación. Y, dado que quien vive para sí cada vez encuentra menos satisfacción en sí mismo, cae en una espiral del más y más que se convierte en un menos, menos, creciente y frustrante. Este elemento propio de toda adicción es lo que explica la advertencia del Señor: Si solo se preocupan por su propia vida, la van a perder. Mateo 10.39 TLAI
Entender lo hasta aquí dicho nos ayuda a comprender el sentido restaurador, restitutivo, del Espíritu Santo en el creyente. Además, en el contexto de nuestra reflexión nos permite comprender lo que significa vivir bajo el poder del Espíritu Santo. Lo primero que destaca de las palabras de Joel retomadas por Pedro es que el derramamiento del Espíritu Santo será sobre toda la gente. Pedro reafirma esto cuando asegura en Hechos 2.38, 39: Esta promesa es para ustedes, para sus hijos y para la gente en el futuro lejano y para los gentiles, es decir, para todos los que han sido llamados por el Señor nuestro Dios.
Lo segundo a destacar es que el derramamiento del Espíritu Santo restaura en las personas el sentido de trascendencia propio de su condición de seres humanos. En efecto, Joel asegura que los hijos y las hijas profetizarán, que los jóvenes tendrán visiones y que los ancianos tendrán sueños. Tanto la profecía como las visiones y los sueños son considerados por Joel como acciones inspiradas por el Espíritu Santo y, por lo tanto, recursos para establecer las dimensiones exactas o el valor preciso de las cosas. Quien vive bajo el poder del Espíritu Santo puede ver más allá del aquí y ahora y dimensionar la importancia de sus decisiones, elecciones y acciones a la luz de la eternidad.
¡Cuán diferente sería nuestra vida si esas cosas las hubiéramos hecho a la luz de la eternidad! Al respecto surgen dos consideraciones. La primera es sobre la incertidumbre de la eternidad. ¿Qué nos garantiza que somos eternos? ¿Qué nos asegura que hay vida después de la muerte? Preguntas como estas podemos hacernos muchas. Y, es cierto, no podemos comprobar que somos eternos ni que viviremos después de la muerte física. Pero, quizá convenga vivir considerando como posible tales cuestiones. Es una cuestión de fe, cierto, pero si no somos eternos vivir como si lo fuéramos traerá dignidad y equilibrio a nuestra vida y a la de los demás. Pero, siempre cabe la posibilidad de que sea cierto y, entonces, habremos sembrado en esperanza, honrado a Dios y nos encaminaremos a la vida eterna que Jesucristo ha provisto para nosotros.
La segunda consideración tiene que ver con nuestra capacidad para vivir a la luz de la eternidad. Nuestros impulsos y nuestras compulsiones son tan poderosas que difícilmente podemos librarnos de las mismas. Do it, es la conclusión cínica de quienes se asumen incapaces de hacer lo que conviene en lugar de lo que quieren. Pero, es esta precisamente, la obra del Espíritu Santo. No sólo nos convence y nos guía, también nos empodera. Nos capacita para que podamos entender, discernir y hacer de acuerdo con nuestra condición de seres eternos. Restaura en nosotros identidad y capacidad, de tal modo que podemos vivir nuestro aquí desde la perspectiva de la eternidad.
¡Cuán diferente puede ser nuestra vida bajo el poder del Espíritu Santo! Quiero animarlos a que pensemos en ello, a que demos lugar a la ilusión y al deseo de las cosas espirituales. A que alimentemos nuestra hambre de eternidad alimentándonos de la Palabra y buscando con ansiedad y determinación la presencia del Señor mediante la oración y la adoración.
A esto los animo, a esto los convoco.
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Etiquetas: A la Luz de la Eternidad, Eternidad, Vida en el poder del Espíritu Santo
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