Fe y carácter

20141107_121038Tuve el alegre privilegio de conocer a Irene cuando los dos éramos muy jóvenes. Siempre me impresionó su carácter, fuerte y decidida, además de sensible y cariñosa con sus hermanos en la fe. Fui compañero y testigo de su caminar, la vi disfrutar de sus logros y de sus alegrías, siempre animosa y siempre echada pa´delante.

Cuando la vida la trató mal y enfrentó tan grandes pérdidas, entre ellas la de su salud, se hizo evidente la fortaleza de su espíritu. No estuvo dispuesta a entregar más de lo que se le había arrebatado y, contra el temor de quienes la amábamos, no permitió que las batallas perdidas se convirtieran en absoluta derrota.

Irene se rehízo y enfrentó la vida con lo que tenía y de la manera que podía. Cierto que sus hijos, Isela y Samuel, se convirtieron en la razón que animaba su coraje. Pero, estoy convencido que ella misma fue el motor de su determinación para no darse por vencida ante las pérdidas acumuladas. Se esforzó, luchó, confrontó y reclamó, por los suyos, sí, pero sobre todo por ella.

Es así que supo mezclar, mantener en equilibrio, el trato dulce y el reclamo violento. Lo mismo podía sacrificarse que reclamar firmemente lo que consideraba le era propio. Y, aunque tal mezcla hacía difícil el comprenderla y, a veces, de convivir con ella, me parece que era apenas lo propio para quien tuvo que hacer la vida, muchas veces, con el santo de espaldas. Se amaba y por eso pudo amar a los suyos hasta el fin. Exigía, sí, pero no menos de lo que se exigió a sí misma también hasta el fin.

Y, es aquí donde, considero, conviene recordar la fe de Irene. Fe sin carácter es apenas negación y escape. Carácter sin fe, apenas reclamo y reivindicación. Pero, Irene supo amalgamar su carácter con su fe. Su confianza en Dios, el saberse amada por el Señor, dio lugar a la esperanza. A creer que había futuro para ella y para los suyos. Su confianza en Dios es lo que le permitió vivir sabiendo que la vida es mucho más que enfermedad y pérdida.

Por eso es que en la vida de Irene hubo lugar para otros y no sólo para los más íntimamente suyos. Su fe le alcanzó para bendecir a otros de manera silenciosa y efectiva. Con sus manos lastimadas hizo muchas cosas que abrigaron, alimentaron y alegraron a quienes lo necesitaban. Resulta asombroso considerar que a quien en apariencia le quedaba tan poco, tuviera tanto para bendecir a muchos.

Las últimas horas de la vida de Irene resultaron una buena síntesis del todo de su vida. Acompañada de Raúl, su esposo; de Isela, hija y compañera de vida. Sabiéndose amada y presente en la mente de Samuel, Daniela e Ethan. Encomendada a Dios por sus hermanas en la fe, Ana Delia y Esther, apenas minutos antes de su partida, Irene murió como vivió: amada, acompañada, servida y sembrando asombro. Se fue, pero sigue estando. Por eso la extrañamos, pero, lo hacemos agradecidos y alegres por su vida.

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