Ahora son pueblo de Dios
1 Pedro 2.5; 9-12
La condición de cristiano, de discípulo de Cristo, está determinada por quien se es y no por lo que se hace. La identidad tiene la facultad de determinar la calidad de los hechos, pero lo que se hace nunca podrá determinar la identidad del actuante. Desafortunadamente, la ausencia de una formación bíblica sólida nos lleva, en no pocos casos, a ocuparnos de lo que hacemos antes que desarrollar lo que somos. El problema no es uno de falta de propósito ni de falta de sinceridad, simplemente se trata del ignorar que la base de nuestra relación con Dios es quienes somos y no lo que hacemos.
Los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Dignos, íntegros y libres. Porque somos es que merecemos respeto, propio y de los demás. Porque somos es que podemos actuar de acuerdo con nuestra identidad. Y, porque somos es que podemos mantenernos libres del poder de las emociones y los sentimientos. Sin embargo, el pecado ha desdibujado la imagen de Dios en nosotros. Así, en nuestra pérdida de identidad, en nuestro no saber quienes somos, hacemos guiados por nuestros deseos desordenados. Santiago 1.14,15 En consecuencia, pecamos. Es decir, abundamos en el error siendo cada vez menos capaces de honrar a Dios en nuestra vida.
Pedro nos recuerda que el antes no determina nuestro ahora porque Dios ha intervenido en nuestra vida y nos ha hecho pueblo de Dios. Antes, en el mismo capítulo, ha dicho que los creyentes somos piedras vivas, pueblo elegido, sacerdotes del Rey, nación santa, posesión exclusiva de Dios. Notemos que a tales definiciones sigue un propósito: son las piedras vivas con las cuales Dios edifica su templo espiritual; son pueblo elegido, son sacerdotes del Rey, son una nación santa, son posesión exclusiva de Dios… por eso pueden mostrar a otros la bondad de Dios. Pedro pone sobre la mesa que la nuestra es una identidad con propósito. Somos para hacer. O, mejor aún, porque somos es que podemos hacer lo que nos es propio, aquello a lo que Dios nos ha llamado.
Desafortunadamente, no siempre nuestros hechos resultan congruentes con nuestra identidad. Todas las expresiones del pecado son ajenas a nuestra condición de pueblo de Dios. Sin embargo, no son aquellas expresiones del pecado menos aceptables: adulterio, asesinato, promiscuidad, etc., las que con mayor frecuencia deforman nuestra identidad. Recordemos que pecado es jata, errar. Entonces, cualquier elección que hacemos y que pone en entredicho nuestra identidad es pecado. En la medida que abundamos en tales elecciones nos separamos cada vez más de la posibilidad de actuar en consecuencia con nuestra identidad en Cristo.
En nuestra congregación, debo lamentar, existe una expresión del pecado que tiene que ver con la compulsión, de varios de nuestros congregantes, de mantenerse atados a modelos de relación familiar disfuncionales, totalmente ajenos y contradictorios a su identidad en Cristo. Uso el término compulsión (Impulso o deseo intenso o vehemente de hacer una cosa), porque resulta evidente que a quienes se encuentran en tal condición les resulta cuesta arriba el romper tales patrones relacionales. Una y otra vez vuelven a lo mismo. Hay quienes se han decidido, se han cambiado de casa, han iniciado los trámites para la separación legal, se han prometido y han prometido a Dios que no lo seguirán haciendo y, sin embargo, a las primeras de cambio vuelven a lo mismo. Dejan de hacer lo bueno, descuidan su vida espiritual, abandonan -temporal o permanentemente la congregación, etc. Fortalecen así una espiral de degradación y autodestrucción. Mi dolor como pastor es que algunas de mis ovejas están en peor condición este enero que el año pasado, más lastimadas, más confundidas y con menos esperanza de una vida plena.
Pedro explica la dinámica de tal constante de pérdidas. Él dice: Tropiezan porque no obedecen la palabra de Dios y por eso se enfrentan con el destino que les fue preparado. (Vs 9) Creo que con esta expresión el Apóstol se refiere al hecho de que, como dice Pablo, la paga que deja el pecado es la muerte. Romanos 6.23 Más aún, recupera el dicho de Jesús quien aseguró: El propósito del ladrón es robar y matar y destruir. Juan 10.10 El conocimiento de la Palabra, la búsqueda constante del Señor y el cultivo de la comunión con nuestros hermanos en la fe, sirven como recordatorios poderosos y constantes de que no importa la sinceridad ni la intención ni aún la decepción con que lo hagamos, el pecado siempre tendrá como único resultado nuestra destrucción. El destino de quien persevera en el pecado es la muerte.
La buena noticia es que ahora somos pueblo de Dios, hemos recibido la misericordia de Dios. En otras palabras, somos libres del destino que nos fue preparado por el diablo. Jesús ha venido para traernos vida plena, abundante. Para que, en su comunión, seamos como árboles que dan su fruto a su tiempo, y cuya hoja no cae y prosperan en todo lo que hacen. Salmo 1.1-3 Ello porque el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro corazón de que, en cualquier circunstancia, somos hijos de Dios. Además, Pablo asegura que: El Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en ustedes; y así como Dios levantó a Cristo Jesús de los muertos, él dará vida a sus cuerpos mortales mediante el mismo Espíritu, quien vive en ustedes. Romanos 8.11
Me emociona la referencia paulina de que el mismo Espíritu de Dios, quien levantó a Jesús de los muertos, vive en nosotros y dará vida a nuestros cuerpos mortales. Hay lugar para la esperanza. Porque somos sus hijos es que podemos hacer la vida como piedras vivas, pueblo elegido, sacerdotes del Rey, nación santa, posesión exclusiva de Dios. Desde luego, esta convicción se fortalece en la medida que cultivamos, de manera privilegiada, nuestra relación persona con Dios por medio de la oración, del estudio de su Palabra y de la participación de la vida de la iglesia. Hacerlo así no nos hace ser, pero sí fortalece nuestra convicción de lo que somos y, entonces, podemos hacer la vida honrando a Dios y testificando que nuestra victoria es absoluta por medio de Cristo quien nos amó. Romanos 8.37
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Etiquetas: La Paga del Pecado es Muerte, Salvos de Nuestro Destino, Vida Cristiana, Vida Cristiana con Propósito
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8 enero, 2018 a 09:10
Gracias. Este tema es relevante a lo que estoy viviendo.