No estamos acabados

Lamentaciones 3

Las personas que escribieron la Biblia no sabían que lo estaban haciendo. Mucho menos pudieron imaginarse que, a miles de años, los estaríamos leyendo. Muchos de ellos escribieron para sí mismos, registrando sus pensamientos, sus emociones, sus derrotas y sus anhelos. Ello nos permite, primero, apreciar la sinceridad de sus sentimientos. Además, nos permite apreciar la fortaleza de sus convicciones, ya que el dejar constancia de las mismas no responde a un propósito proselitista pues, al no saber que los leeríamos, no tuvieron razón alguna para tratar de convencer a nadie.

Digo lo anterior porque resulta interesante el hecho de que personas que como Jeremías han tenido que enfrentar lo que hemos llamado el lado oscuro de Dios, insistan en mantener su fe, su confianza y su compromiso para con el Señor en tiempos de gran angustia. Al reflexionar y al renovar su fe y su propósito de mantener la comunión con Dios no están faroleando, simplemente están haciendo evidente la contundencia de sus convicciones, mismas que resultan de su conocimiento de primera mano de Dios, así como de su propia experiencia de vida. Jeremías lo sustenta así: Soy un hombre que ha visto el sufrimiento cuando Dios castiga lleno de ira. Me guió y me hizo caminar en la oscuridad, no en la luz. Se puso en mi contra una y otra vez, todo el tiempo… Me acorraló, me rodeó de pobreza y amargura. Lamentaciones 3.1-5

Después de una detallada descripción de sus conflictos el profeta hace una revelación que no podemos ignorar. Escribe: Me dije a mí mismo: Mi fuerza y esperanza en el Señor han desaparecido. (vs 18) Sin embargo, de inmediato declara: Pero nunca olvidaré algo que siempre me dará esperanza, es el por fiel amor del Señor que no estamos acabados. Y, esta declaración incluye dos cuestiones de gran importancia. La primera es que el juicio de Dios en su contra, con todas las implicaciones del mismo, no borra el hecho del amor con el que Dios lo ha tratado a lo largo de la vida. La segunda, que, sin importar la dimensión de la prueba que está enfrentando, ni la vida se le ha acabado ni su destino ha sido sellado.

En la consideración que hace de su condición actual, Jeremías evidencia uno de los primeros beneficios del sufrimiento. Este lleva a quien lo padece a estar dispuesto a examinar y evaluar su conducta y, a regresar al Señor. (vs 40) Como muchos otros, el profeta descubre que los tiempos de sufrimiento son propicios para el arrepentimiento y la conversión. Sin negar sus problemas –tengo bien presentes todos mis problemas y me siento demasiado triste-, (vs 20), asegura, este hombre está dispuesto a correr el riesgo de descubrir que, de alguna manera, es corresponsable, no del dolor, pero sí del sufrimiento que enfrenta. Y por ello es por lo que se propone elevar su corazón y sus manos hacia Dios en el cielo. (vs 41)

Correr el riesgo de descubrir si nuestros sufrimientos son resultado de nuestra conducta es añadir sufrimiento al sufrimiento ya vivido. Pero, al mismo tiempo representa la oportunidad de nuestra sanidad y de nuestro fortalecimiento ante las situaciones difíciles de la vida. La razón es que este riesgo se corre en la presencia del Señor. Y, en la luz de su presencia, todas las cosas son reveladas. Si lo que enfrentamos no es resultado de nuestro quehacer somos liberados del temor de culpa que ha redimensionado nuestro dolor y nuestro sufrimiento. Si descubrimos que somos responsables de lo que vivimos, la luz de su presencia también nos revela el poder de su amor y la realidad abrumadora de su perdón. Todo en su presencia.

Ir a la presencia de Dios en tiempos de crisis tiene un propósito y un resultado torales. Al buscar a Dios de manera prioritaria estamos evidenciando que él es lo más importante para nosotros. Que aún cuando él o la vida nos estén despojando de todo, no estamos dispuestos a perderlo a él, nuestro bien último. Lo es porque es el único que permanece para siempre. En la tragedia conviene tomar consciencia de lo trascendente, de lo eterno y con ello de la relatividad del sufrimiento. Pedro asegura: Pero Dios, quien los llamó para compartir su gloria eterna en Cristo, les mostrará todo su generoso amor. Sufrirán por un tiempo, pero después Dios los sanará, los fortalecerá, los apoyará y evitará que caigan. 1 Pedro 5.10 Este después Dios, puede cumplirse en esta vida o en la venidera. Podemos no saber cuándo sucederá, pero sí sabemos que así será. Por lo tanto, nos proponemos mantenernos en comunión con quien lo hará posible.

El resultado del mantenernos aferrados a Dios es, además de nuestro fortalecimiento interior, nuestro poder permanecer firmes -con firmeza de vida-. Las tragedias de la vida nos conmueven profundamente, es decir, provocan alteraciones violentas y bruscas en nuestra manera de pensar, de sentir y de relacionarnos. Las tragedias siempre tienen el poder de provocar daños colaterales, pero en el creyente hay un poder superior que contraponer al de las tragedias. No en balde Juan nos recuerda: Hijitos, ustedes son de Dios y por esto ya han derrotado a los enemigos de Cristo porque el que está en ustedes es más grande que el que está en el mundo. 1 Juan 4.4 Y, Pablo nos recuerda que, estando en Cristo, Aunque nos persigan, Dios no nos abandona. Aunque nos derriben, no nos destruyen. 2 Corintios 4.8, 9

Termino invitando a quienes están y se sienten abrumados por las dificultades que enfrentan a que no desistan en su propósito de buscar al Señor. Los animo a que abundemos en la práctica de la oración -individual, familiar y congregacional-, así como en la lectura devocional de la Palabra. Sobre todo, los animo para que nos propongamos no perder lo más por lo menos. A que no le demos ni a la vida ni al diablo más de lo que ya hemos perdido. Y, lo más es, siempre, la comunión con nuestro Señor. Si procedemos así podremos ver y alegrarnos al descubrirlo que, en efecto, por el fiel amor del Señor es que no estamos acabados.

 

 

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2 comentarios en “No estamos acabados”

  1. Santiago Says:

    Gracias. Este tema se adapta justamente a lo que estoy pasando. A pesar de la violencia de las circunstancias y de la miseria de la condición humana, la causa de no estar acabados y esperanza de una vida plena están en Cristo.


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