Tendrán muchas pruebas y tristezas

Juan 16:33; 1 Pedro 3:8ss NTV

Jesús es claro respecto de lo que espera a sus discípulos: el sufrimiento. Sin embargo, no se refiere a cuestiones que nosotros asumimos como las que nos hacen sufrir: la enfermedad, las relaciones afectivas, la pobreza, los accidentes, etc. El Señor precisa el espacio, la circunstancia, del sufrimiento: el mundo, y con esto no se refiere al lugar sino al orden dentro del cual los discípulos permanecen sin formar parte del mismo. Y es, precisamente, la condición de diferentes y el llamado a permanecer siéndolo, lo que provocará el sufrimiento que, en boca de Jesús, no es otra cosa sino la presión y la tensión resultante que resulta del mantener nuestra condición de santos, de otros.

Ahora bien, hoy queremos ocuparnos del tema del sufrimiento de los buenos, del que resulta del hacer el bien. Para ser objetivos, debemos empezar asumiendo que nadie es lo suficientemente bueno para ser considerado bueno. Y que nadie puede hacer, siempre, el bien. Por lo que necesitamos precisar el hecho de que nos ocupamos del sufrimiento que padecemos aún cuando nos esforzamos por hacer bien. Nos ocupamos del sufrimiento que resulta de la incomprensión, la perversión, las taras de aquellos a quienes, en generalmente, hemos bendecido con nuestro bien.

Alguien muy cercano a mí acostumbra decir que la Biblia no engaña a nadie, que anticipa de manera franca y realista las vicisitudes de la vida. Y, sí, igual que como Jesús advierte que la vida de sus discípulos estará bajo presión constante, Pedro asegura que se puede sufrir por hacer lo correcto. 1 Pedro 3:14 NTV Es decir, que en el orden dentro del cual vivimos, hacer el bien resulta vinculante con el sufrimiento, con la presión externa y la predisposición interna. Ello, porque quien hace el bien, quien asume el reino de Dios en medio del reino de las tinieblas, simplemente no encaja en este último generando, siempre, una tensión que resulta dolorosa, incómoda, para unos y otros.

Resulta interesante comprobar que entre Jesús hay otra coincidencia en la manera en que enfrentan tales realidades: ambos no asumen catastróficamente las mismas. Jesús llama a permanecer confiados JBS y Pedro dice: no se preocupen ni tengan miedo a las amenazas. NTV La razón es la misma: Jesús, que ha vencido al mundo –al orden dominante-, y quien es el Señor de nuestra vida. Lo que Jesús es y lo que él ha logrado nos permiten enfrentar las apreturas (Juan 3.16 JBS), y permanecer firmes en nuestra identidad y propósito de honrar a Dios por sobre todas las cosas.

Conviene aquí decir que la aflicción –Abatimiento y tristeza. Molestia o sufrimiento físico.- resulta tanto de las presiones externas, del orden en que nos desenvolvemos, como de nuestros propios deseos desordenados. A quienes viven de acuerdo con el orden prevaleciente y quienes, habiendo conocido a Cristo, se someten al mismo por voluntad propia, les incomoda nuestra calidad de vida. Perciben y conocen la diferencia, unos y otros. De ahí que lo que somos les incomoda porque les hace evidente que lo que viven no les es propio y que es posible superar el desorden que les ata. Mientras más evidente la luz que está en quienes son de Cristo, mayor el contraste y las limitaciones de las tinieblas. Filipenses 2.15; Juan 1.5 NTV

Quien habiendo participado con nosotros de la Luz, vuelve a hacer suyo el orden de este mundo, o quien, estando en relación con nosotros, permanece bajo dicho orden, provoca en nosotros la pesadumbre del apego. Es decir, ese sentimiento de pena o desazón provocado por la preocupación del qué será. A pesar de la pena y la intranquilidad y tristeza que el pecado de la persona nos provoca, deseamos –necesitamos- permanecer unidos, es más, identificados a ella. Ello puede provocar una dinámica de rechazo-atracción que pone en riesgo nuestra permanencia en Cristo.

El rechazo de aquello que asumimos como impropio puede generar amargura en nuestros corazones. Si ha significado una pérdida o herida para nosotros, mucho mayor la posibilidad de que la asumamos como un ataque y pretendamos obtener una recompensa o restitución por el mal recibido. Ello puede llevarnos a pagar el mal con el mal que somos capaces de generar. Ello significa que la presión, la aflicción, ha prevalecido y nuestra luz se ha convertido en tinieblas.

Cuando Jesús advierte a sus discípulos sobre los tiempos de crisis que están por venir también hace una acotación: Les he dicho todo lo anterior para que en mí tengan paz. NTV Así, Jesús indica dónde está la paz, la quietud, el equilibrio, esta se encuentra en él. Cuando las presiones exteriores e interiores se manifiestan somos movidos a incertidumbre y confusión. Hacemos muchas cosas para recuperar el equilibrio, para encontrar la paz, pero esta sólo se encuentra en Jesús. Es decir, en la comunión, en la sintonía con él.

Jesús es nuestra paz. Él es el centro de nuestro equilibrio, el espacio de nuestra tranquilidad, el lugar seguro en el que podemos permanecer en tiempos de ansiedad y lucha. El Salmista le dice a Dios: Aun cuando yo pase por el valle más oscuro, o el oscuro valle de la muerte, no temeré, porque tú estás a mi lado. Tu vara y tu cayado me protegen y me confortan. Salmo 23 NTV Por eso es que podemos permanecer firmes y fieles en medio de la aflicción. Estamos en él y él ha vencido a este orden. Así que en tanto que permanecemos en él, estamos en victoria.

La victoria, la permanencia en él es un proceso que se perfecciona paso a paso. A veces tropezamos, fallamos el paso o nos deslizamos. Quienes nos juzgan aprovechan tales circunstancias para condenarnos o desanimarnos. Pero olvidan, y a veces nos llevan a olvidar, que hemos resbalado en Cristo, es decir, que él sigue siendo nuestro espacio de seguridad porque él conoce nuestro corazón y nuestro propósito-compromiso de honrarlo en todo.

La vida es una batalla tras otra. Y, como en la guerra hay batallas que ganamos y otras que perdemos. Pero, porque estamos en Cristo podemos llegar hasta la meta si solo permanecemos fieles. Es decir, si atesoramos y preferimos a Cristo y lo que es suyo por sobre todo lo que el mundo pone en tensión, aquello con lo cual nos aprieta para que nos apartemos del camino. 2 Timoteo 4.7 Porque estamos en Cristo podemos no volver atrás, podemos soportar la presión. Porque estamos en Cristo y lo honramos es que somos más, mucho más que vencedores. Romanos 8.31ss

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