Los padres también son hombres

Desde luego, las necesidades de los hombres son muchas y muy complejas. En principio parecería difícil establecer cuáles son las más importantes y urgentes. Tres personajes bíblicos, Moisés, Jesús y Absalón, pueden ayudarnos a discernir cuáles son, desde la perspectiva divina, aquellas necesidades masculinas que demandan una atención más diligente y comprometida de parte de los hombres cristianos.

Moisés y la Presencia de Dios

Éxodo 33. Hubo un momento en la vida de Moisés en el que pareció cumplirse el sueño de todo hombre: Dios le garantiza que podrá alcanzar todo lo que se ha propuesto. Que vencerá a sus enemigos, tendrá posesiones y riquezas y, además, que contará con la ayuda del ángel del Señor.

Ni Moisés ni el pueblo de Israel se alegran con tal noticia. Y tenían razón para ello pues Dios les había dicho: “pero yo no iré con ustedes”. Así, Moisés y los demás enfrentan una disyuntiva: la presencia de Dios o la realización de sus sueños.

Esta parece ser una disyuntiva común a los hombres. Con frecuencia sus sueños parecen entrar en conflicto con el carácter y el propósito divinos. Consciente e inconscientemente, siempre van tomando decisiones que, si los acercan a sus metas parecieran distanciarlos de Dios, y viceversa. Y es cierto que, en no pocos casos, los caminos de los hombres no coinciden con los del Señor. Por lo tanto, son caminos que nos separan de Dios.

Es necesario que cada hombre, llegado el momento, tome una determinación ante la disyuntiva aquí planteada. Moisés entiende que para tomar la decisión correcta debe alejarse. Se construye una tienda de campaña, a la que identifica como la Tienda del Encuentro. Así que se aleja de su cotidianidad para encontrarse a solas con Dios.

Moisés muestra su sabiduría cuando reconoce que lo mayor subordina a lo menor. En la duda, su primera elección es a favor de Dios. Y en una confrontación, serena pero firme, Moisés asume que lo único que da testimonio del favor de Dios no son las cosas o logros que él da, sino su presencia. Esta es la que lo diferencia de “todos los otros”.

Lo que te hace diferente, próspero, no es lo que tienes, sino quien va a tu lado: Dios mismo. Salmo 81.13-14.

Jesús, el Sentido y el Propósito de la Vida

Lucas 22.39-46. El problema de muchos hombres, de la mayoría, es que su vida no tiene sentido, no tiene propósito. Son como las calles sin señalización, uno no sabe si va en la dirección correcta, ni si ha llegado a su destino o si se acerca al mismo.

Los hombres sin sentido ni propósito pronto hacen de sí mismos su sentido y propósito. Muy pronto se convencen de que la razón de su vida es su felicidad y que esta consiste en aquello que les hace sentirse bien. Así que si resulta cómodo, voy bien; y si me gratifica, estoy en lo correcto, he logrado mi meta.

En tales casos, la aparición del dolor, del sufrimiento, son entendidos como señal y razón suficientes para cambiar de dirección. Por eso muchos hombres “van haciendo eses por la vida”. Son las circunstancias y no su propósito las que deciden lo que hacen, y con ello, la dirección que siguen: se casan o no, se divorcian o no, trabajan en tal cosa o no, se siente felices o no, hacen tal cosa o no, etc.

Jesús enfrentó una circunstancia extraordinaria: el sufrimiento en grado extremo: no solo el dolor de la muerte, sino las circunstancias de la misma. En tal situación enfrentó un primer impulso interior: “líbrame de este trago amargo”. Con ello nos demuestra lo natural y lo poderoso de nuestro egoísmo. Pero también muestra que no por natural ni por poderoso, nuestro yo es la razón última de nuestra existencia.

“Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Jesús no fue un hombre sin voluntad y por eso fiel a Dios. Jesús se negó a sí mismo. Renunció a su voluntad y asumió la de Dios como la determinante de su vida.

Quienes se mantienen fieles a su voluntad, para así hacer su vida conforme a su particular interés, terminan perdiendo la vida. La razón es que no fueron creados para sí mismos, sino para que en ellos Dios sea glorificado. Jesús hizo propios el sentido y el propósito que Dios había establecido para él. Por ello, ahora es Señor y Cristo. Es decir, al negarse encontró el sentido y el propósito para sí mismo.

Absalón y la Reconciliación con el Padre

2 Samuel 13ss. Absalón es un interesante hombre en conflicto con su padre. Ama a su padre, pero intenta asesinarlo. Admira a su padre, pero habla mal de él ante sus gobernados. Anhela estar cerca de su padre, pero provoca que este huya.

Todo empezó cuando David, su padre, lo decepciona ante el abuso de su hermano Amnón. Absalón acude silencioso a la tragedia de su hermana Tamar, doblemente humillada por el débil carácter de David.

Absalón guardó silencio, pero mantuvo su odio. Asesinó a Amnón, pero siguió odiando y amando a David. Once años guardó tal odio en su corazón, hasta el momento en que traicionó a David.

Son pocos, muy pocos, los hijos que no viven tal dualidad de sentimientos: amor y odio al padre. En nuestra cultura, ello tiene que ver principalmente con la ausencia física y/o sicológica de los padres. Cada vez más, los hijos varones viven, enfrentan, el abandono de su padre y la soledad resultante de la misma.

Esta soledad tiene muchas expresiones. Todas ellas confunden y lastiman a los hijos. Desde la ausencia misma, hasta distintas manifestaciones de violencia propiciada o inducida por los padres, son estas heridas que marcan a los hijos para siempre.

Los davides de nuestros tiempos son hombres atrapados por sus propios fantasmas. David amaba a Amnón y por eso no dijo nada cuando este deshonró a Tamar, a quien también amaba. David amaba a Absalón pero no hizo nada para curar sus heridas. Y es que David era hijo de un hombre que le amaba, pero lo menospreciaba al compararlo con sus otros hijos. David también era hijo de un hombre en conflicto.

Los hombres en conflicto, inseguros de sí mismos, necesitan proyectar su imagen sobre sus hijos. Mientras más confuso, lastimado –sin identidad-, resulta el padre, más necesita proyectar su imagen sobre su hijo. Es decir, mientras menos satisfecho consigo mismo, más control ejerce sobre el hijo para que este sea lo que el padre ha decido que debe ser.

Los hijos de tales padres saben lo que es vivir entre el apapacho y el menosprecio. Entre la exigencia y el olvido. Viven entre el deseo de agradar al padre y el rencor por las heridas que este les ha propiciado.

Hijos de tales padres, son hijos desheredados. Sin recursos para ser ellos mismos. En conflicto con su padre, con problemas con su propia paternidad. Siempre amando, siempre odiando. Pero también, siempre temerosos de que sus propios hijos lleguen a odiarlos.

Por lo tanto, padres ellos mismos, que pasan de la complacencia a la exigencia más radicales.

Los hombres tenemos la necesidad de reconciliarnos con nuestros padres aun cuando estos no hayan incurrido en situaciones extremas. La razón es sencilla:

“El único camino para recuperar su identidad de hombres es perdonar al padre y perdonarse a sí mismos. Esto solo es posible abriéndose a la fe en un Dios Padre”. Susan Faludi.

Los hombres que viven en compañía de Dios, que han comprendido su propósito y encontrado su camino y que han perdonado a su padre, son hombres libres. Listos para hacer toda clase de bien.

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