Mujer, antes y después de Cristo

Lucas 8.1 y 2

La sociedad del tiempo de Jesús, como la nuestra, era terriblemente machista. Las mujeres sufrían una doble opresión, una cultural que las oprimía sujetándolas siempre a la tutela de los padres, del esposo y, ya viudas, de los hijos. Otra interna, que las ataba con la convicción de que, al ser inferiores al hombre, no les quedaba más alternativa que vivir en función de él y en total disposición de obediencia a lo que se les mandara.

En la práctica, tal cultura machista afectaba el todo de la vida de la mujer. Sus actividades, su preparación para la vida, sus relaciones, sus bienes, etc. Lucas nos presenta en el pasaje leído a algunas de las mujeres que seguían, que estaban con Jesús. De una manera muy sencilla, y objetiva, describe la condición de las mismas antes de Jesús; es decir, antes de su encuentro con el Redentor. Dice que el Señor las había sanado y/o liberado de los demonios.

La enfermedad y la posesión demoníaca (trátese esta de una sumisión espiritual o de una severa alteración emocional), limitan a las personas, las marginan, las hacen aún más vulnerables. En el caso de las mujeres, en una cultura machista, las convierten en una carga limitante puesto que, dada su condición física o espiritual, no pueden cumplir con sus tareas ni producir en beneficio de los suyos. Así, la Magdalena, Juana, Susana y las otras había sido no solo siervas, sino que habían terminado siendo esclavas: de la incomprensión y maltrato de sus familias, de sus esposos y de la enfermedad, física o espiritual, que las atormentara.

Podemos tratar de comprender la condición de tales mujeres. Quizá algunas de entre nosotros se puedan identificar con ellas. Marginadas, menospreciadas, abusadas, incomprendidas… y llenas de esperanza. Dado que las mujeres son imagen y semejanza de Dios, ni el machismo, ni la incomprensión y maltrato de los hombres, ni la marginación familiar y social, pueden borrar del todo los atributos del carácter con que han sido creadas. Ello explica que muchas mujeres que viven en desventaja, siguen soñando, deseando, preparándose para estar listas en el momento en que su vida pueda dar un giro y ser lo que ellas esperan y desean.

La Magdalena, Juana, Susana y sus compañeras vieron llegar ese momento cuando Jesucristo llegó a sus vidas. El momento del encuentro con Jesús significó para ellas no solo la sanidad de sus cuerpos y la liberación de su espíritu, sino la oportunidad de recuperar los valores fundamentales con que habían sido creadas. Volvieron a ser dignas, íntegras y libres del poder de sus emociones.

Otra vez, de manera sencilla y hábil, Lucas evidencia la integralidad de la obra redentora de Jesucristo. No solo pone en comunión a la persona con Dios, sino que recupera, restaura, la capacidad de esa para ser plenamente humana. Lucas nos muestra a las mujeres que siguen a Jesús como libres y capaces. Para empezar, pudieron decidir seguir al Señor y salir con él al camino. Además, dice Lucas que estas mujeres le servían de sus bienes. Los ayudaban con lo que tenían (DHH), los ayudaban con sus propios recursos (NVI).

Es decir, la liberación que resulta de su relación con Cristo no sólo las capacita para asumirse diferentes y hacer su propia vida de manera diferente a como la hacían antes de Cristo. También las faculta, las hace aptas, para generar recursos que beneficien a otros, aún a aquellos que las han lastimado al limitarlas y menospreciarlas. Una constante que encuentran las mujeres que vienen a Jesús es la oposición de sus maridos para que se conviertan a él. Las amenazan, las abandonan, las temen. Temen porque no sabrían qué hacer con una esposa libre, fuerte y con facultades antes ignoradas. Sin embargo, no pocos de estos maridos han sido beneficiados cuando sus mujeres se empeñan en seguir a Jesús. Descubren que lejos de representarles una pérdida, la conversión de sus mujeres los enriquece. Obra en su favor, en el de la familia y en el de muchos otros.

Debemos detenernos aquí. Las mujeres creyentes deberían preguntarse si su vida es integralmente distinta a lo que fue antes de Cristo. ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Son más libres, son más productivas, son más ellas? La redención, no olvidemos, es una obra integral e integradora. Lo primero, porque tiene que ver con el todo de la personas. Lo segundo, porque viene a armonizar las diferentes áreas del ser y quehacer humano. Por ejemplo, Susana pudo salir al camino y servir a Jesús y los suyos, al mismo tiempo que cumplía con los roles familiares y sociales que le eran propios.

A veces, las mujeres lo único que obtienen de su salvación es la seguridad de que no irán al infierno, y uno que otro apapacho de Dios. No reciben más porque no desean más. Pero, en Cristo Jesús, hay mucho más para ellas que lo que han alcanzado.

Quienes no somos mujeres, pero las amamos y estamos en relación con ellas, también debemos hacernos algunas preguntas. Quizá la más importante y urgente es si nuestra propia redención nos libera de los temores, amarguras y necesidades que hacen necesario que controlemos a las mujeres a nuestro alcance. En Cristo podemos ser plenamente hombres sin necesidad de tener bajo control a las mujeres.

La Iglesia en general, y las familias cristianas en lo particular, revelamos a Cristo. Es decir, lo presentamos, decimos a los demás quién es él. Por ello es necesario que vivamos nuestra redención recuperando en nuestras relaciones de pareja y familiares los valores presentes en la creación y la redención. Amigos, novios, esposos, padres, todos, debemos tratar a las mujeres como Cristo lo hizo: con respeto, amor y pleno reconocimiento de sus derechos.

 

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