Mujer, tal y como es Dios
27Fue así como Dios creó al ser humano tal y como es Dios.
Lo creó a su semejanza. Creó al hombre y a la mujer…
Génesis 1.27 TLAD
Ser mujer, dos palabras que dicen mucho y pueden terminar no diciendo nada. Peor aún, pueden terminar diciendo lo que se necesite con tal de mantener los patrones de menosprecio, manipulación y violencia que afectan a las mujeres en general. Generalmente esto último es lo que sucede cuando se trata de definir a la mujer, cuando se trata de establecer el qué significa, implica el ser mujer. Se termina asumiendo que el significado y el sentido de ser mujer estarán determinados por alguna o algunas de las funciones asignadas a la misma, ya sea por sus características biológicas o por los presupuestos culturales dominantes. Así, ser mujer podrá significar ser madre, ser esposa, ser amante, servidora, etc.
De entrada podemos proponer que los presupuestos que explican y pretenden justificar tal acercamiento pasan por un factor determinante: la mujer es en función del hombre. De hecho el relato más socorrido de la creación, Génesis 2.4ss, así lo plantea cuando dice: Por eso Dios hizo que el hombre se quedara profundamente dormido. Y así, mientras éste dormía, Dios le sacó una de sus costillas, y luego le cerró el costado. 22De esa costilla Dios hizo una mujer. Cuando se la llevó al hombre, 23éste dijo: «¡Esta vez tengo a alguien que es carne de mi carne y hueso de mis huesos! La llamaré hembra, porque Dios la sacó del hombre». Si, Dios la sacó del hombre, luego entonces el hombre es, debe ser, el referente de la mujer. De acuerdo con este relato que refleja los prejuicios y patrones culturales de quienes lo escribieron, la razón de la mujer es el hombre. Así que el ser mujer –razón, propósito, atributos, derechos y obligaciones, etc.- estará determinado por lo que el hombre necesita, quiere, permite y posibilita.
Sin embargo, algo que tal acercamiento deja de lado es que tanto Génesis 1.26ss y 5.1, 2, fundamentan un principio diferente. La principal diferencia estriba en el hecho de que el referente toral de la creación no es el hombre, sino Dios mismo. En el primer pasaje Dios dice: Hagamos ahora al ser humano tal y como somos nosotros. En el segundo, el autor sagrado asegura: Dios creó al ser humano a su semejanza. Por ello es que podemos asegurar que el único referente que da sentido al ser mujer es Dios. De ahí el título de nuestra reflexión: Mujer, tal y como es Dios. Porque si Eva fue carne de la carne y hueso del hueso de Adán, la mujer, como el hombre, en tanto ser humano es imagen y semejanza de Dios, es decir, tal y como es Dios.
En consecuencia, lo primero que resulta de esta realidad es que la mujer, ninguna mujer, se debe al hombre ni a su hombre. Las mujeres, como los hombres, se deben a Dios. Esto resulta un derecho, pero también un compromiso, un deber ser. Las mujeres, todas y cada una en particular, enfrentan el reto de elegir cuál es su referente vital. Si el que las culturas: macro, familiar, eclesial, conyugal, etc., les asigna o el que les es propio dada su condición de seres humanos. La elección es entre ser comparsas o ser leales a sí mismas y fieles a lo que Dios ha hecho de ellas.
Dado que esta es una tarea difícil, habría que proponer que no se trata de cambiar la cultura sino de crear una cultura alternativa. En este sentido, la iglesia –en cada una de sus congregaciones-, tiene que asumirse como un espacio de desaprendizaje y de un desarrollo de la mente de Cristo como el regulador de las relaciones de género, tanto al interior de la comunidad de fe como en el impacto en la cultura dominante. Impacto que resulta del contraste, antes que de la imposición de los valores cristianos.
Comprendo que una propuesta tal presenta las mismas implicaciones prácticas del ponerle el cascabel al gato: ¿el cómo, y el quién deberá, hacerlo? Sin embargo, estoy convencido que en el poder del Espíritu y en la disposición de la obediencia podemos reconocer que, dado que mujeres y hombres hemos sido creados tal y como es Dios y redimidos por la sangre de Jesucristo, podemos, sí, podemos, honrar lo que de Dios está en nosotros y relacionarnos dignamente los unos con los otros.
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