Enseñas a los humildes
Salmo 25.8-10 TLAD
Conocer lo que la Biblia dice acerca de Dios y de nosotros le quita el atractivo al pecado. El como si nada, no es privilegio de los que conocen del amor de Dios, del sacrificio de Cristo y de la obra redentora del Espíritu Santo. Y, no, no se trata mera ni principalmente de que quien peca a sabiendas sea sobrecogido por el temor del castigo eterno. Más bien, lo que quita el atractivo y el goce del pecado es la convicción interna de que este no es propio de quienes conocen a Dios. Resulta como una piedra en el zapato, incomoda y provoca, siempre, la necesidad sentida de liberarse del mismo. O, guardada toda proporción, es el equivalente a la sensación de incomodidad experimentada al regresar a casa y sentir que nuestras manos están sucias, aunque parezcan estar limpias.
En nuestro Salmo, David parece estar viviendo una mezcla de sensaciones muy parecidas a las que nosotros mismos experimentamos de tanto en tanto. Por un lado, se asume víctima de sus enemigos, reafirma su confianza en el amor de Dios al mismo tiempo que asume su no derecho al mismo. Sus pecados lo atormentan, paradójicamente, pues al mismo tiempo está seguro de que su honradez y su inocencia lo harán salir victorioso. Vs. 21 Y, sobre todo, clama pidiendo ser instruido, guiado, en el camino de lo bueno y lo justo.
David refleja la manera en que nosotros explicamos y enfrentamos nuestro pecado. Nos asumimos víctimas de fuerzas no controlables por nosotros, tanto las que salen de nuestro interior como las que resultan del quehacer de aquellos a los que vemos como nuestros enemigos. Tendemos a quitarle peso al pecado y lo hacemos destacando que la bondad de Dios no se ha apartado de nosotros, como si ello legitimara nuestras actitudes y conductas. Asumimos que nuestro pecado es menos pecaminoso que el de otros puesto que nosotros sí sufrimos más de lo que merecemos. Como David, no nos parece que nuestro pecado nos haga menos honrados ni inocentes, así que esperamos la victoria aun cuando permanecemos pecando.
Pero, David nos desvela una convicción latente, subyacente, que, aunque no siempre se hace evidente, ahí está. Me refiero a la convicción de que, si bien Dios puede guiar a lo bueno y justo, sólo puede hacerlo cuando de nuestra parte hay humildad y una plena disposición para honrarlo. Vss. 9,10,12,14 Dios no puede guiar a cualquiera, insisto en el no puede. Sí, el Todopoderoso no puede mostrarles a todos cómo deben vivir, ni puede hacerse amigo de cualquier persona. Mucho menos puede enseñar a cualquiera a hacer lo bueno y lo justo. Sólo puede hacerlo con los humildes y a los que lo honran.
El pecado es rebelión, podemos decir que todo pecado empieza siendo un evento de rebelión. Impensado, planeado, da lo mismo, en el pecado nos rebelamos a Dios y a lo establecido por él. Sin embargo, el evento como tal no resulta mayormente trascendente a menos que al mismo siga una actitud de rebelión. La RAE define el término actitud como una disposición, como la inclinación sostenida del cuerpo en cierta dirección. En tratándose del pecado como una actitud, sólo la soberbia explica que nos mantengamos en la dirección equivocada a la que el evento pecaminoso nos dirige.
Soberbia es la satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás. Y, ciertamente, uno de los engaños del enemigo consiste en que quien persiste en una actitud de rebelión es recompensado con diferentes y atractivas áreas de éxito, de logros que lo distinguen de aquellos que temen a Dios. Se vuelven más prósperos, adquieren mayor reconocimiento, todo lo que hacen les sale bien. Salmo 73.1-14
El poder de la soberbia es tan fuerte que atrapa a los soberbios. Se les olvida que la de la etapa es una etapa de transición y nunca un destino. Es un puente entre la sensación de plenitud y el derrumbamiento total. Así lo asegura el proverbista: A la soberbia sigue la ruina, a la humildad la fama. Proverbios 18.12 BLP Así, quien se mantiene en una actitud de pecado es incapaz de darse cuenta que, aunque más próspero, temido y famoso, cada día está en peor condición. Porque la ruina no es futuro que se avecina sino presente que se fortalece hasta que la ruina es perfecta porque ya no queda nada más por arruinar.
Esto es lo que David percibe y nos revela. Sólo podemos reencontrar el camino a lo bueno y justo si somos humildes, si renunciamos a lo que parece darnos fortaleza y que cada vez cruje más debajo de nosotros mismos. Más vale que nos bajemos y no que permanezcamos hasta ser derribados, humillados. Debemos reconocer nuestras propias limitaciones y actuar en consecuencia. Debemos dejar de orar de pie y arrodillarnos mirando hacia el suelo, confesando nuestro pecado y asumiendo que no somos dignos, merecedores, de estar delante del Rey de reyes y Señor de señores. Isaías 6.1-5; Lucas 18.9ss
Algunos de entre nosotros están atrapados en el pecado, cada vez más atrapados y menos libres. Les resulta normal lo que están viviendo sin tomar en cuenta que se están hundiendo. Sufren del síndrome de la rana en la olla. A quienes así se encuentran, a todos nosotros, la Palabra nos llama a ser humildes y pagar el precio que significa honrar a Dios en nuestras vidas. Sólo así será perfecta su obra en nosotros. Sólo así podremos gozar de su comunión y no meramente de las migajas de su gracia.
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