Todo empieza en uno mismo
Romanos 12.2 DHH
Todas las relaciones familiares se desgastan y terminan desgastando a los miembros de la familia. El desgaste resulta de las transiciones, los cambios y los conflictos que la familia o sus miembros enfrentan. Estos agregan tensión -oposición u hostilidad-, independientemente de si se trata de cuestiones positivas o negativas, o de cuestiones personales o familiares. Dado que la familia es un sistema, lo que sucede -positiva o negativamente- a alguno de sus miembros termina por afectar al todo familiar. Desde luego, mientras más traumático el evento de que se trate, mayor el impacto sufrido por la familia. Sobre todo, cuando se trata de conflictos entre los familiares o tragedias a las que se enfrentan.
Decepciones, traiciones, decisiones equivocadas, enfermedades, pérdidas, etc., sobre todo, alteran el equilibrio familiar provocando caos y distanciamiento entre sus miembros. De ahí la necesidad de preguntarnos si cabe la posibilidad de que una familia afectada de manera significativa por tales factores puede ser restaurada. Tal pregunta nos lleva, irremediablemente, al terreno de la fe. Ello, porque las crisis familiares afectan de manera integral tanto a la familia como a sus miembros. Afectan su psique, su físico y su espiritualidad. Desde la fe nos acercamos a las crisis familiares estando conscientes de las mismas incluyen un factor espiritual. Efesios 6.12 Este resulta determinante, ya se trate de que sea el iniciador de, o que aproveche los diferendos existentes. Nuestro Señor Jesús nos recuerda que el propósito de nuestro enemigo el diablo es robar, matar y destruir. Juan 10.10
Además de lo anterior, conviene considerar que el término reparar no implica, necesariamente, el que se vuelva al estado previo a la crisis. Sinónimo de restaurar es reparar, este verbo significa: Arreglar algo que está roto o estropeado. Y, en tratándose de personas y sus relaciones: restablecer las fuerzas, dar aliento o vigor. Las leyes de la física establecen que a toda acción corresponde una reacción. El principio bíblico establece que se cosecha aquello que se ha sembrado. Ello significa que la restauración de la familia no consiste en que las cosas vuelvan a un estado anterior, sino que los miembros de la misma recuperen la capacidad para seguir siendo ellos mismos, quienes son, aún a pesar de los conflictos enfrentados.
Toda ofensa, toda pérdida, todo conflicto, se convierten en un impedimento, un obstáculo, para nuestra identidad. Son una provocación que pone en entredicho, a prueba, nuestros valores, afectos y emociones. Y es esto, precisamente, lo que convierte tales cuestiones en un asunto espiritual. Tales cuestiones nos provocan para que reaccionemos de forma contraria nuestra identidad en Cristo, a que nos pongamos al nivel de quien nos ha ofendido. A devolver más de lo mismo. Es decir, a que perdamos nuestro equilibrio y, como consecuencia, la firmeza de nuestras convicciones y la de nuestra fe. Contra lo que la Palabra nos exhorta, procuramos vencer el mal con el mal. Romanos 12.21
La gracia divina viene en nuestro rescate contribuyendo a que recuperemos el equilibrio que las dificultades nos han provocado. Lo que Dios hace primero en medio de esas etapas de muerte, es consolarnos e inspirarnos confianza. 2ª Corintios 1.4; Salmos 23 Consolar es aliviar la pena o aflicción de alguien. Así que lo primero que Dios hace es aligerar nuestra pena. La dimensiona, le quita el poder destructor y lo hace fortaleciéndonos para que podamos sobrellevarla. Hay cosas que pensamos que no podríamos soportar: decepciones, engaños, pérdidas, etc. Y, es cierto, en nuestras fuerzas no podríamos hacerlo. Pero, dado que Dios nos consuela podemos soportarlas y superarlas.
El consuelo que recibimos de Dios nos permite asumir nuestra fragilidad, lamentarnos y aún llorar nuestras pérdidas. Desde el no es para tanto, hasta el échale ganas, tú puedes, cuando cruzamos los valles de sombra descubrimos que no se nos permite, que parece que no tenemos derecho, a asumirnos débiles, confundidos, lastimados. Pero, Dios comprende. Dios sabe que quien está bajo presión física, moral, emocional y espiritual no puede, y no puede exigírsele, que actúe de manera impecable. Él, dice el salmista, pues él sabe de qué estamos hechos: sabe bien que somos polvo. Salmos 103.14 Dios nos anima a vivir nuestro duelo de manera plena. Al hacerlo, podemos desahogarnos, aliviar nuestro estado de ánimo, recobrarnos del calor y la fatiga, que el conflicto nos ha provocado. Esto resulta fundamental en todo proceso de restauración.
En segundo lugar, la gracia fortalece nuestra identidad en medio de la confusión del conflicto. Los conflictos familiares afectan no sólo nuestro sentido de pertenencia y el de trascendencia, también ponen en tela de duda nuestra identidad. Y, ahora, ¿quién soy?, nos preguntamos cuando la crisis aparece. Saber quiénes somos resulta una cuestión toral en medio del conflicto. La gracia de Dios nos recuerda que somos sus hijos. Que, en medio del conflicto y del error, seguimos siendo sus hijos. Esto nos da una plataforma firme para enfrentar la crisis. Es el Espíritu Santo quien da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y, que, por lo tanto, no se requiere que sepamos qué hacer ni qué pedir en medio de la batalla. Es el mismo Espíritu quien intercede por nosotros ante el Padre, pidiendo lo que conviene y como se puede :-). El Espíritu Santo nos ayuda en nuestra debilidad, dice Pablo. Romanos 8.23-27
La gracia también nos ayuda apoderándonos. La consolación que recibimos, de acuerdo con Pablo, nos permite consolar a otros. En cuestiones familiares esto resulta fundamental pues la confusión, más que el hecho que enfrentamos, puede provocar hasta la destrucción de los lazos familiares vigentes. De acuerdo con Pablo, quienes reciben el beneficio de la gracia pueden consolar a los suyos. Esto resulta importante e indispensable, porque tal consuelo significa mucho más que caminar al lado de los que sufren, también los fortalece y los dirige apropiada y oportunamente en la dirección correcta. 2 Corintios 1.3-5 Las tragedias familiares producen daños colaterales infames. En el desahogo insano, en el pasar facturas, en el castigar al ofensor, se van imponiendo cargas cada vez más pesadas a los integrantes de la familia. Pero, quien consuela, aligera en vez de sobrecargar, dirige en lugar de correr confusamente. Si me ven tranquilo, saldrán en orden, fue la convicción del conductor del tren que sufriera un atentado terrorista en Bruselas. Lo mismo vale en la familia, quien se mantiene en equilibrio contribuye al equilibrio de los demás.
El mayor don de la gracia, en cuanto a nuestra capacitación para vivir una vida plena, es la recuperación de nuestro entendimiento por sobre el imperio de las emociones. Las emociones nos mueven en automático y sin sentido o propósito acorde a nuestra identidad. Por ello resulta tan importante la invitación paulina para que cambiemos nuestra manera de pensar, pues sólo así cambiará nuestra manera de vivir. Romanos 12.2 Es lo que pensamos, no lo que sentimos, lo que nos permite discernir lo que resulta restaurable en nuestra relación familiar y lo que debemos asumir como pérdida o tara de la misma.
De lo anterior mi invitación para que, aprovechando los medios que la gracia nos proporciona, iniciemos el proceso, la lucha, de la restauración de nuestra familia en y por nosotros mismos. Dado que no podemos cambiar a los demás, podemos ocuparnos de nosotros mismos en la confianza de que podemos consolarnos con el mismo consuelo con que Dios nos consuela. Es decir, podemos confiar en el contagio del bien. Recordemos que las tinieblas no avanzan, es la luz la que retrocede. Porque, esta luz [la luz de Cristo que está en nosotros] brilla en las tinieblas, y las tinieblas no han podido apagarla. Juan 1.5
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7 agosto, 2016 a 14:34
Gracias por ayudarme a ver LA GRACIA, por medio del «Consuelo» que se experimenta al sentirse acompañado en el Valle. Por la » Dulce compañía» mil gracias