Amar no es suficiente
Aprovechemos la oportunidad que nos da San Valentín para hablar de un tema que a todos nos ocupa… y nos preocupa: Sí, hablemos del amor. Empecemos diciendo que cuando hablamos del amor no tenemos una idea precisa de lo que dicho concepto significa. En la práctica, la palabra amor significa lo que quien la pronuncia quiere y quien la escucha interpreta. Aun así, suponemos que la base garante de una buena relación de pareja es el amor, cualquier cosa que esto signifique.
Afinidad, atracción, emoción, sentimientos, deseo. Estas y otras cuestiones se consideran, generalmente, como los elementos constitutivos del amor de la pareja. Se pretende que mientras más espontáneas, de libre generación, son más poderosas y determinantes. Mientras más atraídos nos sintamos y mayor emoción nos produzca el estar juntos, más seguros podemos estar de la realidad de nuestro amor, pretendemos. Lo cierto es que la historia de la humanidad muestra, una y otra vez, que tal presupuesto no tiene sustento. Y, ¡no se diga la historia misma de nuestra propia vida, de nuestra experiencia amorosa!
En la Biblia encontramos ejemplos clásicos de relaciones que demostraron que amar no es suficiente. Que las relaciones de pareja necesitan de algo más que amor para lograr su estabilidad, profundidad y permanencia. Consideremos algunos elementos que constituyen ese algo más al que nos referimos.
Identidad. 2 Samuel 13. Ammón y Tamar son los personajes de una de las historias de amor más apasionadas y dramáticas del texto bíblico. Una historia que, para comprenderla, conviene considerarla en su contexto cultural. Ambos, hijos de David. Sin embargo, beneficiarios y sujetos de valores culturales que resultaban permisivos de las relaciones incestuosas. Ammón se enamora perdidamente de Tamar y animado por su primo, tiende una trampa a Tamar para forzarla a tener relaciones sexuales. Tamar, por su parte, no se resiste a intimar con su hermano. Se resiste a hacerlo de manera forzada, sugiere a Ammón que pida permiso al rey dado que, está segura, él consentirá que se casen. Ammón desoye a Tamar y, después de violarla, termina aborreciéndola y expulsándola de su presencia.
Ammón olvidó quiénes eran él y Tamar, hermanos. Más allá de las conveniencias culturales había un algo que gravitaba en contra de su relación: su identidad. No pocas parejas incurren en el mismo error, al relacionarse menosprecian la importancia latente de quiénes son como individuos. Deciden creer que el amor será suficiente para superar cualquier diferencia de origen. Un fenómeno que se repite cada vez con mayor frecuencia son las alianzas matrimoniales entre personas que ignorar el hecho de su identidad en Cristo. Están dispuestas a relacionarse con aquellas que no participan de su misma naturaleza, de su condición de nuevas creaturas, la de quienes han sido regenerados por el sacrificio de Jesucristo. Condicionados por los elementos permisivos de la cultura dominante establecen relaciones a costa de su identidad. Desafortunadamente, tarde o temprano enfrentan las consecuencias de ello.
Estudiosos de las relaciones conyugales consideran que mientras más puentes tengan que cruzar las parejas para ser una sola persona, más difícil será la construcción del equilibrio matrimonial. Ello, porque no se trata meramente de diferencias de forma, sino de fondo, de identidad.
Proyecto de vida. Génesis 24. La historia de Isaac, el patriarca, el hijo de Abraham, revela a un joven débil de carácter, pasivo, temeroso, influenciable. Aún podríamos descubrir algunos indicadores que lo identificarían como un moderno Ni-Ni. Llegado a la edad casadera no es él quien toma la iniciativa de formar familia. Es su padre, quien, ante la cercanía de su muerte, decide que es tiempo de que Isaac se case, forme pareja. Conocemos la historia, el criado de Abraham viaja hasta Najor en Aram Najarayin y ahí consigue a Rebeca como esposa para Isaac. Al llegar a casa de Abraham sucede que Isaac estaba viendo pasar la vida al lado del camino que conducía a su casa. Ahí su vida se cruza con la de Rebeca y se casan. Resulta interesante que el texto bíblico destaque que tal matrimonio sirvió para que Isaac, Rebeca fue un consuelo especial después de la muerte de su madre. Génesis 24.67
Todos sabemos que Rebeca le hizo la vida de cuadritos a Isaac. Lo menospreció y lo engañó. Maquinó contra él y se convirtió en un factor de división entre Isaac y sus hijos y entre estos mismos. En la práctica, Isaac no parece haber tenido el control de su vida. No parece haber sabido lo que quería ni a dónde iba. Se casó con quien su padre quiso y bendigo -heredó-, a quien su esposa decidió que lo hiciera. Muchos años viviendo con una mujer con la que no llegó a ser una sola persona, una nueva carne. La relación entre Isaac y Rebeca no se agrietó, simplemente, nunca llegó a consolidarse. Isaac hizo porque su padre le dijo que hiciera. Rebeca decidió porque quería salir de casa. Ni Rebeca fue la razón de Isaac, ni este fue la razón de Rebeca.
Se atribuye a Séneca haber dicho: Ningún viento es favorable para el que no sabe a qué puerto va. Sólo quien decide su derrotero podrá elegir sabiamente a sus compañeros de viaje. Quien no sabe cuál es su vocación, su llamado, subirá a su barco lo que le resulte atractivo, lo que la vida le imponga, lo que la casualidad el provea. Como Isaac, no tendrá el control ni al inicio de su travesía, ni al final de la misma.
Compromiso. Génesis 2.24, 25. La pareja se construye como resultado de una doble dinámica: dejar y unir. Es decir, la pareja requiere de la participación comprometida de sus integrantes en la construcción permanente de una nueva realidad a la que llamamos matrimonio. Si vivir es luchar, también permanecer unidos es luchar. La pareja resulta del compromiso y de la determinación de sus integrantes. Ser pareja, ser una sola carne, no resulta ni de la suerte, ni del deseo, ni de la providencia. El matrimonio es resultado del compromiso, de la obligación adquirida voluntariamente y de la honra que se hace de la misma.
El matrimonio desviste a la pareja en más de un sentido. Así como la desnudez física saca a la luz los detalles del cuerpo de uno y otra, así el matrimonio revela los llanos y las elevaciones de la superficie del alma. Al hacerlo nos reta, atrayéndonos o distanciándonos del otro. No pocos renuncian a honrar su compromiso por lo que descubren en el otro. O, quizá será más preciso decir, lo que descubren en sí mismos respecto del otro. No se avergüenzan del otro, sino de sí mismos al tener que compartir, hacer suyo, lo que del otro no les satisface. Por ello es que toda renuncia al compromiso matrimonial no es otra cosa sino una huida, pero, siempre, una huida fracasada. Ello, porque adonde se vaya o con quien se esté, se sigue llevando el fracaso de no haber podido o querido asumir al otro como uno mismo, como el que se es. Porque en el matrimonio, yo soy tú y tú eres yo.
Habrá que prestar atención al hecho de que cuando el Génesis dice que Adán y Eva estaban desnudos uno frente al otro y no sentían vergüenza, lo que asegura es que no se sentían decepcionados uno del otro. Ello porque, así como asumían como propias las bellezas mutuas, también asumían como propios los defectos mutuos. La posibilidad de no sentirnos decepcionados del otro, depende del grado de compromiso, y de la permanencia del mismo, con el otro y con nosotros mismos. Nadie puede decepcionarse de sí mismo porque nadie se desconoce a sí mismo.
Dicen que todo sermón que no termina con una invitación, con una propuesta de cambio o de elección, simplemente no es un sermón. Correré el riesgo de no hacer ni propuestas finales ni invitación alguna. Quizá, una mera sugerencia: el que lee, entienda.
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22 febrero, 2016 a 00:18
Muy buena reflexión.