Diez Veces Más Capaces

Daniel 1 NTV

Hoy que consagramos a nuestros estudiantes y maestros a la gracia del Señor durante el nuevo ciclo escolar, conviene que recordemos a otros jóvenes estudiantes que impactaron con sus vidas a los suyos y a quienes no sólo no conocían, sino que los consideraban como enemigos suyos.

En la etapa estudiantil las personas toman decisiones que afectarán el resto y el todo de sus vidas. Sin tener los recursos que pudieran garantizar lo acertado de sus decisiones, tienen que elegir a sus compañeros en el camino de la vida, así como aquello a lo que habrán de dedicar el resto de sus días. Dado que, en no pocos casos, los modelos familiares no siempre resultan los más adecuados, dados los conflictos, las incongruencias y las carencias familiares, conviene que los estudiantes cuenten con modelos de vida que les ayuden a aspirar a ser diferentes y a enfrentar los retos que la vida les presenta.

La clave que nos ayuda a comprender la importancia que tienen Daniel y sus compañeros como modelos de vida para nuestros estudiantes y maestros, es la declaración que hace la Palabra cuando asegura que cada vez que el rey Nabucodonosor los consultaba sobre cualquier asunto que exigiera sabiduría y juicio equilibrado, los encontraba diez veces más capaces que todos los sabios de su reino. Un elemento de comparación que nos ayudaría a comprender lo que esto significa es el hecho de que sólo cinco alumnos, de un total de 280 mil aspirantes, obtuvieron 127 de 128 puntos en el pasado examen para ingreso al bachillerato en nuestra Ciudad. Del resto, sólo el 32% quedó en su primera opción y el promedio de calificación en el examen fue de apenas 5.5. En evaluaciones magisteriales recientes, se hizo notorio que el promedio de los maestros evaluados fue inferior a cuatro.

Estar entre los mejores, ser los mejores, representa, desde luego, el reto de superar los inconvenientes que la persona enfrenta. Tanto los que tienen que ver con su propio carácter, como los que resultan del ambiente que les rodea. Daniel, Ananías, Misael y Azarías, con su ejemplo, nos proporcionan algunos elementos que nuestros estudiantes y maestros pueden considerar si quieren estar entre los mejores.

Lo primero es que Daniel y sus compañeros estaban conscientes de que ellos eran diferentes al resto de aquellos con los que competían. Sabían que eran parte del pueblo de Dios. Esta consciencia de identidad les permitía tener claro que no les era propio participar de la mediocridad de sus competidores. Saber que somos pueblo de Dios, que somos diferentes, nos ayuda a comprender y tener presente siempre que vivimos para honrar a Dios en todo lo que hacemos. De ahí que nos veamos animados a esforzarnos, a destacar, a ser luz en medio de la oscuridad académica, intelectual, moral, etc., que nos rodea. Pero, no sólo ello, nuestro pasaje destaca que a estos cuatro jóvenes Dios les dio aptitud excepcional para comprender todos los aspectos de la literatura y la sabiduría. Además de que a Daniel le dio la capacidad especial de interpretar el significado de visiones y sueños.

Ser miembros del pueblo de Dios, de la Iglesia, no sólo representa compromiso. También incluye el acceso a los dones extraordinarios del Señor, a su ayuda que sobrepasa cualquier expectativa. En no pocos casos, son los estudiantes creyentes, o hijos de creyentes, quienes, además de todo su adelanto académico, desarrollan la capacidad para orientar, ayudar y aconsejar a sus compañeros. No sólo en cuestiones académicas, sino en las cuestiones fundamentales de la vida.

Una segunda característica que encontramos en Daniel y sus compañeros es que, conscientes de su identidad, decidieron no hacerse como los demás, no contaminarse con la comida y el vino dados por el rey. Quienes comen y defecan en el mismo lugar, terminan siendo lo mismo. Seria tentación enfrentamos constantemente para ser cada vez más como los otros. Ser diferente resulta incómodo, costoso. Pero, resulta que quienes ceden a la presión que los oprime terminan sólo pareciéndose a los demás, pero nunca serán del todo como ellos. Su diferencia no está en lo que hacen, sino en lo que son. Si eres hijo de Dios, eres hijo de Dios aunque te disfraces de otro modo. Estamos marcados, el Espíritu Santo permanece en nosotros y, dice el Apóstol, da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Romanos 8.16

La presión que sufrieron Daniel y sus amigos llegó al extremo de que, por órdenes del rey, les cambiaron de nombre. Como respuesta, Daniel, Ananías, Misael y Azarías, decidieron tensar todavía más la cuestión con el fin de mantener su identidad. Estuvieron dispuestos a correr el riesgo de que ellos fueran diferentes. Insistieron en conservarse ellos y estuvieron dispuestos a ser comparados con sus competidores. Resulta relativamente sencillo ser diferente por dentro. Pero, estos jóvenes estuvieron dispuestos a correr el riesgo de que se notar que también por fuera eran diferentes. Actitudes, lenguaje, conducta, apariencia física, relaciones, etc., son los elementos que hacen evidente nuestra identidad.

Daniel y los suyos no quisieron ser del montón, encontraron un valor en mantenerse diferentes. Este podría ser el tercer aporte para nuestros estudiantes y maestros. ¿Cómo te llamas? ¿De qué te alimentas? Cuando te comparas con otros, ¿te pareces a ellos? No es suficiente con ser diferentes, debemos mostrarnos diferentes.

Al término del curso escolar pasado pregunté a varios jóvenes con qué promedio terminaron la secundaria. Prácticamente ninguno de ellos sacó una mejor calificación en el examen para ingreso al bachillerato, varios sacaron una calificación menor. Cuando les pregunté si habían logrado quedarse en su primera opción, la mayoría se lamentó ante su fracaso. Ello los coloca en riesgo, en desventaja. Algunos decidieron no seguir estudiando, por ejemplo y otros irán a una escuela que no satisface sus expectativas. Con toda seguridad desertarán y darán al traste con su futuro.

Para permanecer en el servicio real, como Daniel, tenemos que aspirar a ello, elevar nuestras expectativas y actuar en consecuencia. La mediocridad, esa tentación de ir tirando a lo malo, en lugar de esforzarse por lo bueno, sólo conduce a lo malo, a lo que no satisface. Y, es cierto que son muchos los factores que explican esa inclinación que nuestros jóvenes tienen por la medianía, por el ahí se va. Nuestro sistema escolar, los conflictos familiares, las cuestiones económicas, etc. Pero, también es cierto que las posibilidades de que el sistema te atrape son menores cuando mantienes la consciencia de que eres diferente, miembro del pueblo de Dios; cuando te propones no contaminarte de la mediocridad de los que te rodean; y cuando estás dispuesto a pagar el precio de honrar tu condición de diferente haciendo aquello para lo cual Dios te ha llamado y capacitado.

A nuestros estudiantes y maestros debo recordarles que Dios los ha hecho diez veces más capaces que a quienes los rodean. Que es en el cultivo de su relación personal con Dios, viviendo en santidad, esforzándose para honrarlo y confiando en su misericordia, donde ustedes encontrarán los recursos para que, en la práctica cotidiana, se haga evidente su capacidad y, entonces, se conviertan ustedes mismos en los modelos que otros habrán de imitar para dejar huella en sus vidas. A ello los convoco, a ello los animo.

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