El Precio de Ser Padre
Tito 1.6-9
La estrecha vinculación existente entre la delincuencia juvenil y la ausencia de figuras parentales equilibradas, así como las dificultades para madurar integralmente de los hijos de padres disfuncionales, está suficiente y dramáticamente comprobada. En contraparte, diversos estudios constatan que la supervisión parental directa… son elementos básicos en el sostenimiento de un ajuste adecuado de los adolescentes. Confirman que el alto monitoreo parental, sin importar el nivel socioeconómico, está asociado con un desempeño académico más elevado, menor delincuencia y menor actividad sexual en los jóvenes. (Chan Gamboa, 2006)
Seguramente el Apóstol Pablo tenía esto en mente, ya sea por revelación o como resultado de su propia experiencia, y por ello establece que el éxito de la tarea de liderazgo, de la actividad profesional, diríamos en nuestros días, está sustentado en la calidad de la paternidad del hombre. En el pasaje paralelo de Timoteo 3, el Apóstol agrega una reflexión fundamental: Pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios? Podemos parafrasear tal pensamiento y decir que quien no sabe dirigir a los de su propia casa, tampoco puede realizar satisfactoriamente su quehacer profesional o laboral.
Los elementos constitutivos de una parental sana, nos revela Pablo, son tres: la integridad, la fidelidad a su esposa y la adecuada formación del carácter de sus hijos. Creo que podemos considerar tales elementos como los que determinan el precio del ser padre. Más allá de lo que cuesta el ejercicio de la paternidad en dinero, tiempo, esfuerzo y, aún sacrificios, el costo de la paternidad lo componen los elementos aquí enumerados.
Pablo enfatiza en primera instancia la cuestión de la vida intachable, irreprensible. El término anénkletos, se refiere a que no pueda ser acusado de nada impropio, que nadie pueda llamarlo a rendir cuentas. Es decir, que se conduzca con integridad, que esté libre de cualquier mancha. Se pensaría que este es un requisito imposible de cumplir, sin embargo, la integridad es la capacidad que tienen las personas para ser congruentes con lo que son. Así, se espera de los padres que asuman la responsabilidad de su propia vida y a que se conduzcan honestamente. A fin de cuentas, los padres son modelos que se reproducen en sus hijos.
Responsabilidad y honestidad son los principios que posibilitan una vida intachable. Los padres íntegros son quienes responden por sí mismos, quienes luchan para superar sus deficiencias a fin de cumplir de la mejor manera en su tarea paterna. Desde luego, es esta una tarea difícil que no puede realizarse ni solos, ni con los recursos adquiridos en la vida. Se necesita del consejo y de la ayuda, sobre todo del consejo y la ayuda divinos. Pero, también se requiere del darse a la tarea de adquirir, de aprender, lo que se necesita para el aquí y el ahora de la paternidad. La de la paternidad es una profesión en la que nunca se termina de aprender porque nunca se sabe del todo lo que es propio de la etapa que los hijos están viviendo.
Pablo también habla del carácter de los hijos. De manera enunciativa y también prescriptiva dice que los hijos deben ser creyentes y no tener una reputación de ser desenfrenados ni rebeldes. Fijémonos que Pablo empieza refiriéndose al depósito de la fe. Alguien ha dicho que la fe no se aprende, se mama en el seno del hogar familiar. Así que Pablo establece que lo que los hijos creen es, de alguna manera, responsabilidad y resultado de la manera en que han realizado la tarea parental sus propios padres. Desde luego, la fe del padre modela la fe de los hijos. Nos dicen que la imago, la percepción o representación, que tenemos de Dios es fruto de la imagen que tenemos de nuestro padre. El padre puede llenar o vaciar de Dios a sus hijos. La falta de integridad, la incongruencia que los hijos perciben en el día a día de su padre puede drenar lo que de Dios hay en ellos.
Pero, Pablo también advierte sobre el riesgo de que los hijos, por la omisión del padre, puedan ser tachados de desenfrenados y rebeldes. Pocas cosas más peligrosas que un vehículo poderoso, rápido, que no tenga frenos. La primera tarea paterna consiste en dar forma a los hijos. Los padres construimos los moldes que contienen y determinan el carácter de nuestros hijos. Esta es una tarea contranatura, puesto que se tiene que encauzar los ímpetus propios de quienes adolecen de los recursos suficientes para elaborar juicios adecuados. Desde luego, no se trata de una tarea castrante, en la que se borra la identidad del hijo. Se trata de una tarea orientadora, en la que los padres sirven como cauces para sus hijos, a fin de que estos puedan, como los ríos, llegar a desembocar completos en la plenitud del mar de la vida. Si, cuando las circunstancias de la vida se desbordan, ni siquiera los cauces firmes y bien trazados son garantía de que el río llegará al mar, ¿cuánto más la ausencia de cauces sanos propiciará el que las aguas se desborden en detrimento de los hijos y de quienes están a su lado?
La rebeldía no es otra cosa sino la resistencia de quien ha sido decepcionado, despojado o dañado por quien ejerce autoridad sobre él. La rebeldía es un síntoma que revela la disfuncionalidad de un sistema parental dañino. Pablo también ha advertido a los padres: no hagan enojar a sus hijos con la forma en que los tratan. Hay padres que gozan de demostrar a sus hijos quién manda. Son impositivos, insensibles a los sentimientos de sus hijos. Cegados por su terquedad no se dan cuenta que mientras mayor control ejercen sobre sus hijos, más los alejan de ellos. He visto a muchos niños que han aprendido a escuchar y recibir los gritos, las amenazas, las miradas, los golpes y la exhibición injusta ante terceros, de sus padres. Veo como los miran y como los miden. Son niños que se están rebelando y, llegado el momento, pasarán la factura. Porque la práctica de la injusticia paterna siempre pasa facturas.
He dejado el tercer elemento mencionado por Pablo al final porque, en mi opinión, este resulta el factor de equilibrio, o del desequilibrio, de toda actividad paterna. Pablo dice que el hombre debe ser fiel a su esposa. Otras traducciones dicen que debe ser esposo de una sola mujer. Ambas expresiones contienen un par de elementos comunes: exclusividad y entrega. Fiel es quien guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él. Lo mejor que un padre puede hacer por sus hijos es amar a su esposa. Contra lo que muchos aseguran, la mejor herencia que un padre puede dejar a sus hijos no es una buena educación, sino el haberle sido fiel a su mujer, la madre de sus hijos.
La fidelidad es, desde luego, exclusividad. Los padres que se separan, de jure y de facto, marcan a sus hijos de por vida. Los despojan de lo que les resulta indispensable para enfrentar la vida: el sentido de identidad y el sentido de pertenencia. Pero, fidelidad, es también trato digno. Es compromiso, la obligación adquirida, de cultivar y fortalecer el amor por la esposa, tratarla con dignidad y proveer aquello que ella misma no pueda adquirir por sí misma. Fundamentalmente, la fidelidad consiste en vivir de tal manera la relación conyugal que la confianza que la esposa ha depositado en el padre no sufra merma alguna, por el contrario, que en su quehacer diario el hombre haga constar que para su esposa valió la pena confiar en él.
Como hemos dicho, la tarea de ser padre es costosa e imposible de realizarse con los recursos de los que el hombre dispone. De ahí la importancia de enfatizar la necesidad de que los padres vivan en comunión íntima con Dios. Que lo asuman como su consejero y su confidente. Como su guía y el que los fortalece. Sobre todo, que descubran y cultiven en su relación con Dios su condición de hijos. Porque sólo quien se asume verdadera y completamente hijo de Dios, puede replicar en sus hijos la riqueza de la paternidad divina.
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