Contar Bien los Días
Salmos 90.12; 1.3
Hace algunos meses pregunté a un grupo de jóvenes dónde se veían para dentro de cinco años. La mayoría no supo responder. Uno de ellos, alterado, me retó preguntando: ¿si no sabemos lo que queremos para ahora, cómo me pides que sepamos lo que queremos para dentro de cinco años? Más allá del malestar reflejado en su rostro y tono de voz, me pareció descubrir un profundo temor acerca la vida misma. ¿Qué somos, para qué estamos aquí, a dónde vamos? Son estas preguntas que preocupan y hasta aterran a jóvenes, adultos y a viejos.
Nuestro salmo es obra de un hombre viejo. De alguien que sabía de las alegrías y las tristezas, de los triunfos y los fracasos que la vida acarrea. Lo escribe como una especie de balance sobre la vida, su propia vida. A final de cuentas, descubre, el interlocutor, el compañero siempre presente en la vida de los seres humanos es Dios. Está ahí tanto si lo queremos como si no; tanto si creemos en él como si negamos su existencia. Lo cierto es que, Moisés descubre, Dios está en su origen, en su presente y en su destino.
Pero, no sólo ello. Moisés descubre que su vida comprende tanto aciertos como errores. Se da cuenta de que algunos de sus fracasos se originaron en su falta de sabiduría acerca del cómo hacer la vida. Y digo, falta de sabiduría y no falta de conocimiento. Porque Moisés, como muchos de nosotros se da cuenta que conocer, saber, lo que hay que hacer no siempre es suficiente. Hacer bien la vida requiere de sabiduría. Es decir, de la capacidad para aplicar lo que sabemos adecuada y oportunamente a nuestras circunstancias.
La vida se compone de muchas vidas. No vivimos lo mismo en la infancia que en la vejez. Aunque somos los mismos, nuestra vida es diferente, siempre cambiante. Por ello es que necesitamos sabiduría. Necesitamos buen juicio, juzgar bien distinguiendo lo bueno de lo malo. Para hacer bien la vida no bastan ni las buenas intenciones, ni mucho menos, la sinceridad. Se requiere sabiduría y esta se adquiere en la medida que abundamos en el cultivo del temor de Dios en nuestra vida, así como del establecimiento de principios, valores, que orienten y permitan evaluar nuestro hacer vital.
El Salmo 11.10 NTV, asegura que el temor del Señor es la base de la verdadera sabiduría. Quien se hace el propósito de honrar a Dios por sobre todas las cosas, adquiere la capacidad para juzgar bien todas las cosas. No se requiere de muchas elucubraciones o razonamientos, el creyente sólo tiene que preguntarse si sus decisiones honran o deshonran al Señor. Desde luego, para saberlo el creyente necesita conocer lo que Dios piensa y ha determinado como lo bueno, como su justicia. Para ello, el creyente cuenta con el auxilio de la Biblia, la Palabra de Dios. En ella y al través de ella, Dios nos habla, nos dirige, nos ilumina. No en balde el salmista aseguró que la Palabra es una lámpara a sus pies y una luz que ilumina su camino. 119.105 NTV.
Los valores son aquellos principios que determinan la conducta de las personas. Son la base, la razón fundamental del quehacer de las personas. ¿Cómo saber cuáles son los valores adecuados? ¿Cómo determinar lo que me es propio y lo que no? ¿Cómo pueden traer los valores sabiduría a mi vida? Propongo a ustedes que en el Salmo 1, tenemos una clave que nos permite responder a estas inquietudes. En efecto, el salmista asegura:
Qué alegría para los que no siguen el consejo de malos, ni andan con pecadores, ni se juntan con burlones; 2sino que se deleitan en la ley del Señor meditando en ella día y noche. 3Son como árboles plantados a la orilla de un río, que siempre dan fruto en su tiempo. Sus hojas nunca se marchitan, y prosperan en todo lo que hacen. Salmos 1 NTV
El salmista propone que comprueba que sus valores son los correctos, que su vida se ha construido sobre bases y razones sanas, aquel que siempre da fruto y lo da a tiempo, aquel que prospera en todo lo que hace. Prestemos atención a la declaración siempre dan fruto en su tiempo. El siempre dan fruto podemos interpretarlo como el vivir plenamente cada etapa de la vida. Están completos. Hay niños que disfrutan ser niños, mientras que otros ya quieren ser mayores. Hay viejos que disfrutan la vejez, mientras que otros viven añorando la edad adulta. Sabe que ha vivido con sabiduría, aquel que sabe completa y completada cada etapa de su vida.
Ello implica que se ha hecho lo que es propio al tiempo que se está viviendo. Aunque las mujeres pueden embarazarse desde los doce o trece años, no es esa edad el tiempo apropiado para que lo hagan. Se puede empezar a ganar dinero sin haber terminado la preparación escolar básica, cierto, pero no es, siempre, lo que mejor conviene. El viejo, la vieja, pueden cuidar niños pequeños, también es cierto, pero no siempre resulta conveniente ni para ellos, ni para los niños, ni para los verdaderos padres de los hijos. Se sabe que la vida se ha hecho con sabiduría, cuando el fruto es acorde con el tiempo, el momento de la misma.
Moisés entendió bien esta cuestión. Por ello, le pidió a Dios que le ayudara a contar bien sus días, a contarlos de tal manera que pudiera traer sabiduría a su corazón. ¿Cómo puede ser que del contar bien los días resulte sabiduría? Una moderna traducción del Salmo 90, verso doce viene en nuestra ayuda. Según la NTV, Moisés ora pidiendo: Enséñanos a entender la brevedad de la vida, para que crezcamos en sabiduría.
La vida es breve, no dura para siempre. Lo que fue ya no es y lo que está siendo no es garantía de lo que será. De ahí, la importancia de que aprendamos a vivir adecuada y oportunamente el momento presente. Nuestro aquí y ahora. En cierta manera no hay ni pasado, ni futuro. Sólo vivimos una sucesión de hoys, de ahoras. Hoy vivamos de tal manera que Dios sea honrado y glorificado por nosotros. Hoy vivamos para él. Hoy demos el fruto, hagamos lo que corresponde, para nuestro momento actual. Hacerlo así, vivir así, es vivir sabiamente y el fruto de la sabiduría siempre será mayor sabiduría para la honra y gloria del Señor.
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