Estando en la Cruz

Juan 19.16-42

Cristo en la cruz es el testimonio más evidente e importante del amor de Dios. Para saber si Dios ama y cómo lo hace, basta mirar la cruz del Calvario. En ella, Dios el Padre se auto limita, se daña así mismo obligándose a sí mismo a permanecer pasivo ante el sufrimiento de su Hijo único, al mismo tiempo que cierra sus oídos para no escuchar el reclamo de amor dolido que este le hace: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Y, todo ello, porque sin dejar de amar como a nadie a su Hijo, amó de tal manera a los hombres todos, que estuvo dispuesto a entregarlo para el bien de estos, de nosotros.

Pero, la cruz del Calvario es también testimonio del amor de Jesús, hombre como nosotros, pero también hombre santo, hombre justo y hombre inocente como ningún otro. Sobre todo, un hombre al servicio de los hombres.

Así las cosas, la cruz del Calvario tiene una sola explicación, el amor con sentido, el amor con propósito. Sí, el amor de Dios en Cristo que tiene como última razón la salvación del hombre. La cruz del Calvario hace evidente que para Dios y para Cristo, la salvación de los hombres, el que estos puedan reconciliarse con Dios es tan importante que están dispuestos a llegar a situaciones tan extremas como el Calvario lo evidencia.

Estando en la cruz, Jesús hace una exclamación de por sí interesante: consumado es. La misma no sólo precede al instante de su muerte, también anuncia el cumplimiento de la tarea encomendada. De tal suerte, la cruz del Calvario también da testimonio de un tercer elemento que la explica: la persistencia. Sí, tanto Dios como Jesús se mantienen firmes en su propósito redentor.  Sin la cruz, todo lo que la precedió: profetas y profecías, milagros, sacrificios, etc, no hubieran tenido significado alguno. Es la cruz del Calvario el elemento aglutinante del quehacer de Dios y del de Jesús. Por eso fue necesario que Jesús llegara hasta ella y que el Padre no hiciera nada para evitarla.

Hoy, nosotros recordamos al Cristo crucificado. Pero, no lo hacemos como meros testigos pasivos de su sacrificio, lo hacemos como beneficiarios del mismo. Más aún, lo hacemos como sus seguidores y, por lo tanto, hemos de preguntarnos a qué nos llama, a qué nos convoca Cristo estando en la cruz.

Desde luego, nos convoca a que amemos a quienes viven muertos en el pecado y enemistados con Dios, con la misma disposición amorosa con que Dios nos ha amado en Cristo. Nos convoca a no ser insensibles, sino a ocuparnos de ellos aún a costa de nosotros mismos.

También nos convoca a replantear el propósito de nuestra existencia. ¿Para qué vivimos? ¿Qué es lo que da razón, sentido, a lo que hacemos día a día? ¿Qué o quién anima la construcción de nuestras relaciones, la elección y el esfuerzo de nuestro trabajo, el cultivo de nuestros sueños, etc.? Si somos discípulos de Cristo, luego entonces, todo nuestro ser y quehacer debe estar orientado a la tarea de hacer discípulos. Si somos de Cristo, si estamos en comunión con Dios y, por lo tanto, en armonía con su corazón, su propósito ha de ser el nuestro.

Finalmente, Cristo en la cruz nos provoca a la persistencia. A permanecer firmes, a ser constantes hasta consumar la tarea. La tarea da razón a nuestra vida y, una vez consumada, ya no hay razón para seguir viviendo. En el camino cristiano no es suficiente ni la buena intención, ni el apasionada inicio, hay que llegar hasta el final. Sólo así se hará evidente en nosotros el hecho de que Cristo es nuestro Señor y Salvador.

Al recordar a Jesús estando en la cruz podemos atorarnos en el recuento de los azotes que recibió o en el lamento por su sufrimiento injusto. Para poco serviría ello si no nos decidimos a hacer de su cruz la nuestra. A amar a la humanidad como él lo hizo, a comprometernos en la tarea de la redención de quienes están a nuestro alcance y a permanecer firmes y constantes hasta la consumación de nuestra tarea. Entonces sí, nuestro memorial de Jesús estando en la cruz tendrá sentido y habremos de honrarlo.

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