Consumado Es
La muerte se enfrenta de la misma manera en que se ha enfrentado la vida. Se muere de la misma manera en que se vive. En la cruz, nuestro Señor Jesucristo no fue otro distinto a quien lo fuera a lo largo de su vida y ministerio. Intercedió por los pecadores, se ocupó de los desafortunados como María y Juan, guió hacia Dios a quien se arrepintiera, refrendó su comunión y confianza con su Padre, dio testimonio de su condición humana, etc. Y plenamente consciente de que todo había llegado a su fin, dijo “consumado es”; con lo cual mostró, hasta el final, el propósito y compromiso de su vida: cumplir y hacer cumplir la voluntad de su Padre.
En efecto, la expresión: consumado es, o, todo está cumplido, no se refiere al hecho de que se ha llegado al final de la vida, sino al hecho de que, habiendo cumplido con la tarea que daba razón a la vida, ya no quedan más motivos para seguir viviendo. Juan nos dice que Jesús inmediatamente después de haber hecho el recuento de su tarea, inclinó, entonces, la cabeza y expiró.
La mayoría de nosotros se preocupa más del hecho de la muerte que lo que se ocupa de la razón de su vida. Tememos morir, deseamos vivir. Pero, no siempre la razón que anima nuestro deseo de vivir es la intención de cumplir el propósito de nuestra vida. En Jesús podemos comprender el equívoco de tal forma de vida y el sufrimiento que resulta de la misma. Veamos por qué.
Para nuestro Señor Jesús la vida es el espacio en el que participamos del quehacer de Dios en nuestro aquí y ahora. Es decir, Jesús no sólo vive plenamente consciente de la existencia y de la presencia de Dios en su vida; sino que también está consciente de la imbricación del ser de Dios y de su propio ser en el todo de la vida. Dicho de otra manera, Jesús se da cuenta que lo que Dios está haciendo en el mundo le incluye y le afecta, de la misma manera en la que lo que él hace en su día a día incluye y afecta a Dios mismo. En algún momento, nuestro Señor declaró que él no decía ni hacía sino aquello que oía decir y veía hacer al Padre. cf. Jn 14.24
Desde pequeño, Jesús cultiva la consciencia de su relación vital con el Padre que está en los cielos. Es decir, adquiere una consciencia respecto de la trascendencia de su vida. Se da cuenta que la vida es más que lo que vemos y nos ocupa cotidianamente. Jesús adquiere y cultiva, desde niño y hasta el momento mismo de su muerte, un sentido de misión. Alguien ha dicho que la misión de cada uno marca el camino por donde se ha de transitar, qué es lo que se hace y para qué se hace, cuáles son los objetivos de vida principales, cuál el enfoque a lo largo de la misma y qué es aquello a lo que se rinde culto mientras se vive.
Sin embargo, la vida misma de Jesús y lo que la Biblia enseña respecto de este tema, nos muestran que no se trata de un destino manifiesto o de una perspectiva de vida fatalista. El sentido de misión no nos obliga a vivir de cierta manera. Desde la perspectiva bíblica, el sentido de misión más que una obligación impuesta es un llamado a una forma de vida. Requiere del ejercicio de la libertad personal de elección, así como de la renovación constante del compromiso libremente contraído. Nadie es obligado a vivir para Dios ni, mucho menos, a cumplir con la tarea que el Señor le encomienda. Ello no quita, sin embargo, el hecho de que el éxito de la vida depende de si se ha vivido o no para Dios y de si se ha cumplido con la tarea recibida. Vivir muchos años y no cumplir con la tarea recibida, hacen el más absoluto fracaso de cualquiera.
La misión de nuestra vida no la construimos nosotros, la descubrimos en el cultivo cotidiano de nuestra relación con Dios. El Apóstol Pablo nos asegura que lo que somos, a Dios se lo debemos. Y, añade, que él nos ha creado por medio de Cristo Jesús, para que hagamos el bien que Dios mismo nos señaló de antemano como norma de conducta. Ef 2.10
Me gustaría relacionar tal declaración paulina con la que encontramos en Proverbios 10.22: La bendición del Señor es riqueza que no trae dolores consigo. Primero, porque la comprensión de ambos pasajes nos permite entender que el que vivamos para cumplir la voluntad de Dios no significa que hemos de vivir una vida gris, dolorida e insatisfecha. En el hacer la voluntad del Padre hay bendición y esta bendición no trae dolores consigo. Es decir, ni siquiera los sufrimientos logran agotar el gozo de la presencia divina en el creyente.
La segunda cosa a destacar es que la comprensión de ambos conceptos nos da la clave para entender tanto si vamos por buen camino (si estamos haciendo lo que Dios nos ha llamado a hacer), como si hemos de esforzarnos en seguir viviendo o debemos prepararnos para ir al encuentro de nuestro Señor. La clave consiste en preguntarnos si la vida que estamos viviendo nos trae bendición o simplemente añade tristeza a nosotros y a los nuestros en el día a día. Si el fruto de nuestros esfuerzos es más y más tristeza, podemos estar seguros que hemos llegado a un punto de inflexión, en nuestra vida.
La vida está llena de puntos de inflexión, es decir, de momentos en los que debemos reconsiderar el curso de nuestra vida y tomar las decisiones y hacer los cambios conducentes. Una traducción inglesa de puntos de inflexión es turning points, es decir, puntos para dar vuelta. No se llega a la meta sin haber dado las vueltas necesarias. Jesús mismo tuvo que modificar el rumbo, tuvo que retomar la dirección correcta. Es decir, el mismo Jesús tuvo que convertirse a Dios y resintonizar su vida con el propósito divino una y otra vez. Lo hizo, por ejemplo en Getsemaní, cuando pidió que pasara de él la copa del sufrimiento, pero reiteró su disposición a que no se hiciera en él su voluntad, sino la del Padre. Y, me parece, lo hizo también en la cruz, cuando, de acuerdo con el Evangelista Lucas, gritó diciendo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, murió. Lc 23.46
La historia de Jesús no termina con su muerte, pues él, habiendo sido resucitado por el Padre, vive y reina para siempre. Saber esto nos da confianza. Primero, para vivir determinados a cumplir con la tarea que hemos recibido, sabiendo que forma parte de la tarea divina que nos trasciende y llega hasta la eternidad. Pero, también nos da confianza para tomar las decisiones que convienen en el momento oportuno. Nos da confianza para seguir viviendo, cuando las dificultades y dolores parecieran decirnos que no vale la pena hacerlo; y nos da confianza para entregarnos en las manos del Señor, aún cuando nuestro deseo de vida siga latiendo en nosotros.
En la cruz del Calvario la muerte fue despojada de su poder definitorio. A partir de Cristo, quien muere en comunión con Dios, sigue viviendo. Por Cristo, aún en la muerte hay esperanza para aquellos que han cumplido con la tarea recibida y pueden decir: consumado es, todo está cumplido, todo está hecho. Quiera Dios que su Espíritu nos dirija y nos ayude para que también nosotros lleguemos al final de nuestra carrera sabiendo que, por la gracia de Dios en nosotros, perseveramos en fidelidad y fuimos tierra fértil en la que la semilla de Dios produjo fruto abundante.
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23 abril, 2011 a 20:21
Gracias Pastor por tus palabras, llenan mi espíritu y fortalecen mi fé.
Cuan importante me parece no olvidar que tenemos un propósito, que debemos conocer y cumplir. Que Dios nos ayude en ello.