Hablemos de la Generación Ni-Ni

Pastor Adoniram Gaxiola

Recientemente se ha acuñado el término Generación Ni-Ni. Con este se pretende distinguir al creciente número de jóvenes, de entre 12 y 20 años, que ni estudian ni trabajan. En México, la media nacional de los jóvenes en tal situación es de 20%. Sin embargo, en algunas zonas urbanas este porcentaje aumenta hasta un 30% o más.

Por razones obvias, quienes forman parte de la Generación Ni-Ni se incorporan a la misma abandonando los estudios. Los porcentajes de alumnos que abandonan la secundaria y el bachillerato son sumamente preocupantes; alcanzan hasta un cuarenta por ciento. Sí, de cada cien alumnos que entran a secundaria, cuarenta o más no terminan el bachillerato. Desde luego, una de las causas principales para ello es el estado de crisis económica que vive nuestro país desde hace muchas décadas. Lo sorprendente es que, si bien el 22% de los que abandonan la escuela lo hacen por razones económicas, alrededor de un 34% lo hacen porque “no les gusta la escuela”. Es decir, por falta de interés de los mismos estudiantes y, obviamente, por la falta de interés de sus propias familias.

Debemos destacar esto último pues la Generación Ni-Ni no es un asunto exclusivo de los jóvenes. Sólo se explica en función de un modelo familiar que no porque está presente prácticamente en todo el mundo, resulta ser un modelo adecuado, funcional. Más bien, los jóvenes que forman la Generación Ni-Ni ponen en evidencia que sus modelos familiares no han resultado ser lo suficientemente funcionales para guiarlos en sus procesos de crecimiento y maduración integrales.

Así, al acercarnos a la consideración del problema que representa la Generación Ni-Ni, y los problemas y conflictos que quienes forman parte de la misma enfrentan, debemos, primero, asumir que se trata de un asunto de responsabilidad compartida. Sí, los jóvenes que abandonan la escuela, como los que permanecen en ella sin asumir el compromiso de su propia formación escolar, son responsables del fracaso presente y futuro resultante de sus malas decisiones. Pero, mucha responsabilidad tienen también sus padres, y los integrantes de su familia nuclear. A veces, cuando escucho el lamento de algunos padres por la “mala cabeza” de sus hijos, me preguntó si, a final de cuentas, sus hijos no están obedeciendo las instrucciones de fracaso que los mismos padres les dieron con su propia falta de responsabilidad paterna.

¿Cómo es que los padres instruimos a los hijos para que fracasen? Desde luego, son pocos los padres, aunque los hay, que de manera conciente e intencional entrenan a sus hijos para que fracasen. Más bien, esta enseñanza se da de manera natural, inconciente, sin palabras. Se trata de la manera en que los padres y la familia viven, se conducen y eligen los valores que han de regir el todo de su vida.

Como insistimos en los diversos talleres que damos, entre ellos el Taller de Identidad, hay una mezcla familiar, propia de las familias disfuncionales, que garantiza el que los hijos estén orientados al fracaso. Pocos hijos formados en medio de esta mezcla superan las fuerzas negativas a las que han sido sometidos desde pequeños. Si es cierto aquello de las maldiciones generacionales, creo que estas son fruto de la mezcla que aquí mencionamos. Esta mezcla se compone de tres elementos básicos: padres ausentes, madres frustradas e hijos confundidos.

Los padres ausentes son tanto los que abandonan a la familia yéndose del hogar, como los que permanecen en este pero no se comprometen ni en la formación, ni en el cuidado de los hijos. Desarrollan una relación intermitente con los hijos en la que pasan de la permisividad total al castigo irracional y violento. Los hijos, y las madres de estos, saben que no cuentan con su padre. Así que se sienten atraídos hacia él, al mismo tiempo que desarrollan un fuerte rechazo ante su irresponsabilidad.

Las madres frustradas son mujeres que han sido sobrecargadas con la responsabilidad familiar. Se sienten, y de hecho lo están, solas en la tarea de sacar adelante a la familia. No solo en lo que se refiere a las cuestiones económicas sino, sobre todo, en lo referente a la formación del carácter de los hijos, así como a la educación de los mismos. Se frustran porque el hombre al que amaron y con el que procrearon los hijos las ha abandonado. También se frustran las que la atención de los hijos que ha parido, tienen que agregar la tarea de formar al hijo de su suegra, el mismo al que en no pocas ocasiones tienen que tratar, tolerar y apoyar como si fuera su propio hijo. A la frustración resultante de su relación con el marido, estas mujeres suman la que resulta de ver tan pocos resultados de su trabajo y entrega a favor de sus hijos, teniendo ellas mismas tan pocos recursos para hacerlo. Así, hacen sin esperanza y se entregan cada vez con menor entusiasmo. Asumen que su propia vida no tiene sentido y se sienten incapaces y hasta inservibles en las tareas maternas.

Los hijos confundidos aman a sus padres al mismo tiempo que están resentidos con ellos. Les duele la ausencia del padre, la pasividad del mismo. También les duele la frustración y el dolor de sus madres, al mismo tiempo que se asumen culpables en alguna medida del fracaso de ellas. Quieren, necesitan, admirar a sus padres; buscan en ellos la seguridad y apoyo que les hace falta; esperan que los guíen, que les pongan límites comprendiendo sus capacidades y limitaciones. Al no obtener lo que esperan se confunden respecto de sí mismos, de su propia importancia y acerca de la conveniencia para salir adelante. Después de todo, asumen, la vida de sus padres es la profecía de lo que sus propias vidas habrán de ser.

Conviene entonces recordar que los padres son los cauces que conducen a sus hijos hasta el mar de la vida. Y que los hijos que carecen de cauces, como los ríos, se desbordan y agotan su potencial inútilmente y ocasionando dolor para sí mismos y para cuantos están y estén junto a ellos. Dado que lo que pasó, pasó y no podemos hacer nada con ello, conviene que los padres que tienen hijos que ni estudian ni trabajan, empiecen a hacer en su aquí y ahora lo que pueden hacer y es conveniente que hagan. ¿Qué es lo que pueden hacer? Hebreos nos recuerda que el padre que ama a su hijo lo disciplina, lo castiga.

Los padres pueden decidir, en el consejo de la Palabra de Dios, la oración y la consejería pastoral, un marco disciplinario para sus propias vidas y las de su familia. Aún aquellos padres de hijos mayores, pueden establecer pautas de comportamiento familiar. Cierto es que no podrán obligar a sus hijos a que hagan lo que ellos, como padres, consideran lo adecuado; pero sí podrán hacer y dejar de hacer lo que les corresponde. Por ejemplo, no podrán obligar al hijo o a la hija a que estudien o trabajen, pero sí podrán dejar de mantenerlos y proveerles lo que, en justicia, corresponde a los hijos proveer para sí mismos. Si Dios permite, pronto abundaremos sobre el tema.

Los jóvenes integrantes de la Generación Ni-Ni, deben considerar que son valiosos, que son capaces y que, con la ayuda de Dios, su vida puede ser plena y satisfactoria. Tienen que luchar contra sí mismos y contra las fuerzas que los controlan. Deben saber que están siendo víctimas del poder del diablo quien ha venido a sus vidas con el único propósito de robarlos, destruirlos y matarlos. En este sentido, los jóvenes que ni estudian ni trabajan, deben saber que ni siquiera el fracaso de sus padres tiene el poder para impedirles triunfar en la vida. Deben saber que, en Cristo pueden ser más que vencedores.

Desde luego, hay que pagar precios altos. Uno de ellos consiste en asumirse –reconocerse a sí mismos- como responsables de sus propias vidas. De lo que piensan, de lo que son y aún de lo que sienten. Dejar de acusar “a la vieja de mi madre”, al “tal por cual de mi padre, o del maestro o del jefe”, etc., de lo que son, hacen o dejan de ser o hacer. El primer paso hacia la libertad consiste en asumirnos responsables de nosotros mismos. A veces, para dar tal paso habremos de separarnos, y hasta alejarnos, de quienes nos ayudan a permanecer atados en una condición que no nos es propia. Más allá del dolor, las dificultades y aún la tristeza que padezcamos al hacerlo, podemos estar seguros que, a final de cuentas, valdrá la pena caminar en la dirección adecuada.

Dicen los que han estudiado el asunto que una de las razones principales por las que los jóvenes no se interesan ni en estudiar ni en trabajar, es la pérdida de la esperanza. En estricto sentido, dejan de tener fe: en ellos mismos, en sus padres y familias, en la sociedad, en Dios, etc. Y, ciertamente, hay muchas razones que justifican el no tener fe. Pero, no se puede hacer la vida sin fe, sin confianza, sin esperanza. Necesitamos fe para salir adelante: fe en nosotros mismos, fe en los nuestros, fe en la vida, sí, pero, sobre todo, fe en Dios.

Especialmente los jóvenes que han sido criados en los ambientes cristianos, a veces encuentran que la fe de sus padres no les resulta ni atractiva, ni útil. Y tienen razón. La fe no es una cuestión de herencia, de imitación. El sacerdote Gustavo Gutiérrez dijo que, en cuestiones de fe, cada quien tiene que beber en su propio pozo. Ello implica que cada quien tiene que cavar, excavar, hasta encontrarse personal e individualmente con Dios.

Dios te ama, joven que me escuchas. Él está de tu lado y su interés principal es que tengas una vida abundante, plena y trascendente. Puedes venir a él y ponerlo a prueba. Puedes establecer una relación personal con él y descubrir quién es él y cuáles son las bendiciones que de él resultan. Sobre todo, en tu relación con él encontrarás la razón, el sentido de tu vida. Sabrás a donde quieres llegar y descubrirás que, en su amor, él está dispuesto a proveer lo que necesites para ser mucho más que un ni-ni.

Sin conocerte, oro por ti. Y, si en algún momento consideras que sería bueno que platiquemos, escríbeme. Será bueno que podamos caminar juntos el difícil camino de la vida.

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