El trabajo de orar
Oren en el Espíritu en todo momento y en toda ocasión. Manténganse alerta y sean persistentes en sus oraciones por todos los creyentes en todas partes. Efesios 6.18
Como podemos ver, la Palabra del Señor nos invita a que oremos en todo momento y en toda ocasión. Entre los cristianos existe lo que podemos llamar la convicción del poder de la oración. Es decir, consideramos que la oración tiene un poder inherente, es decir que la sola oración se convierte en una fuerza, en una energía, en poder. La oración tiene poder, es una frase, casi un mantra que se repite con la convicción de que, si oramos, a fuerza tiene que suceder aquello que estamos pidiendo en la oración.
Este acercamiento popular al tema de la oración conlleva el riesgo de olvidar que siempre es Dios quien obra motivado por su sabiduría, su voluntad y su poder. Quien obra no es la oración, es Dios que, de acuerdo con su soberanía y el ejercicio de su voluntad, puede responder o no a lo que le pedimos mediante la oración.
La indicación del Apóstol en el sentido de que debemos orar en el Espíritu, destaca la necesidad e importancia de que lo hagamos en comunión con él. Cuando oramos somos llamados a hacerlo en comunión, es decir, sometidos a su señorío y voluntad. Por ello es que conviene que consideremos tres cuestiones fundamentales acerca de la oración.
La primera es que cuando oramos conversamos con Dios, y Dios es un ser personal. Es decir, Dios, entre sus muchos otros atributos, tiene el de poder relacionarse con nosotros.
Hay quienes, cuando piensan en Dios, piensan en una energía poderosa o en un ser inalcanzable, con el que no se puede establecer relación alguna. Sin embargo, el Dios de Jesucristo se relaciona con nosotros.
Nos ve, nos oye, se acerca a nosotros, está al pendiente de lo que nos pasa. Pero, también nosotros, aunque no podemos verlo, sí podemos escucharlo, conocerlo y relacionarnos con él. Nos damos cuenta cuando Dios se acerca a nosotros. Su presencia es inconfundible e imposible de ignorar.
La segunda cosa que debemos considerar es que la oración es un diálogo, una conversación entre Dios y nosotros. El diccionario define diálogo como: plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos.
Desafortunadamente estas son cuestiones a la que no siempre prestamos atención. Primero, porque al no considerar que podemos estar en relación con Dios, hacemos de nuestras oraciones un mero monólogo, es decir, en un mero hablar con nosotros mismos.
Pero, si Dios, como lo es, es un ser personal entonces, al orar, podemos acercarnos a él confiadamente y esperando, primero que él nos comunique su voluntad para nuestra vida y que él responda con interés y compasión a nuestras oraciones.
Lo primero que debemos tener en cuenta al orar es que Dios nos ama por pura gracia. Es decir, nos ama sólo porque él ha decidido amarnos. Lo hace sin tomar en cuenta nuestra condición. Bien dice Pablo que el amor de Dios se muestra en que él nos amó cuando todavía éramos pecadores.
Porque Dios nos ama, se interesa en nosotros y está al pendiente nuestro. Tan es así que cuando hablamos con él, él ya sabe lo que le queremos decir, aún antes de que las palabras salgan de nuestros labios.
Que la oración sea un diálogo implica que nuestras oraciones deben ser expectantes. Que cuando oramos lo hagamos esperando que Dios responda de alguna manera al estímulo de nuestra oración.
Dios responde de muchas maneras. Lo hace inspirándonos al través de su Palabra. Muchas veces, después de que hemos orado, leemos la Biblia y de pronto salta delante nuestro la que sabemos es la respuesta de Dios a nuestra oración.
Dios responde obrando en nuestras vidas. Haciendo cosas en respuesta a nuestras oraciones. Hace cosas como acercar a personas a nuestro lado, mismas que actúan en su representación. Son como ángeles a los que el Señor envía para consolarnos, orientarnos y ayudarnos.
A veces Dios actúa realizando milagros en y entre nosotros. ¡Cuántas veces hemos sido sorprendidos por el actuar sobrenatural de Dios ante nuestras peticiones!
Y, desde luego, Dios también responde audiblemente a nuestras oraciones. Esto puede parecer imposible, pero no lo es. La Biblia contiene muchos testimonios de esto, como con Samuel. Pero, también entre nosotros tenemos muchos testimonios de cuando el Señor ha hablado a nuestros oídos y corazones.
Por supuesto, para escuchar la voz de Dios debemos mantenernos sensibles a él. Debemos vivir en santidad y en comunión, cultivar nuestro espíritu para que esté listo para discernir la presencia y la voz de Dios en nuestra vida.
La tercera consideración es que el poder de la oración consiste en que nos acerca a Dios, quien nos escucha, y con quien estamos en comunión, en armonía. Al estar en comunión con Dios, podemos saber y entender cómo orar, qué pedir, qué agradecer. Nos unimos a él y podemos ver la vida y sus circunstancias desde la misma perspectiva que Dios la ve. Como dice Pablo a los Romanos 12.2 NTV, cuando cambiamos nuestra manera de pensar y la procuramos vivir para él, entonces aprendemos a conocer la voluntad de Dios para nosotros, la cual es buena, agradable y perfecta.
Nuestro Señor Jesucristo dijo una y otra vez que todo lo que pidamos al Padre en su nombre, lo recibiríamos. La expresión en su nombre, se refiere a lo que está bajo la autoridad de Dios, lo que es su voluntad. Esto explica el poder de la oración, al estar en comunión, en armonía con el Señor, sólo pedimos que se cumpla aquello que él ya está haciendo.
Además, el poder de la oración tiene que ver con nuestra disposición a creer que, si hemos orado, lo que sucede en consecuencia es la expresión de la voluntad divina y, entonces, nos disponemos a aceptarlo a hacerlo nuestro. Cuando la respuesta nos resulta favorable, agradable, en concordancia con lo que esperábamos, nos alegramos y agradecemos. Cuando la respuesta no es acorde a nuestras expectativas, entonces, en obediencia, pedimos ayuda, sabiduría y fortaleza para enfrentar aquello que no esperábamos o deseábamos.
Orar es la primera y principal de nuestras disciplinas devocionales. Implica dedicación, esfuerzo y aún trabajo. Contra lo que algunos piensan, orar es trabajoso. Concentrarnos en la oración no es cosa fácil. Todos sabemos lo que es empezar a orar y, al mismo tiempo, empezar a pensar en un montón de cosas que no tienen que ver con nuestra oración. Encontrar tiempo para orar, tampoco resulta sencillo ¡Tenemos tantas cosas que hacer, que se nos dificulta ocuparnos de la oración!
No, no es fácil orar, pero con la ayuda del Espíritu Santo podemos hacerlo. No debemos olvidar que la oración es una disciplina que requiere entrenamiento, dedicación y esfuerzo. Si nos proponemos orar, debemos estar dispuestos a pagar el precio que ello implica. Tendremos que modificar nuestras rutinas, aprender a estar quietos para orar profundamente. Es decir, concentrados y sensibles al quehacer de Dios mientras oramos. Para ello necesitamos de tiempos y espacios adecuados. Pero, aún con todo lo difícil que resulta, podemos orar y encontrarnos con el Señor de una manera profunda, agradable y edificante.
Al invitarte a que abundemos en la oración, te recuerdo que el primer interesado en que estemos en comunión con él, es Dios mismo. Además, te recuerdo que la oración es diálogo, es una conversación entre Dios y nosotros, nos escucha y le escuchamos, nos habla y le hablamos. También te recuerdo que la oración tiene poder porque nos une a Dios, nos coloca en armonía con él permitiéndonos hacer la vida en pleno acuerdo con su voluntad.
A esto los animo, a esto los convoco.
Explore posts in the same categories: Agentes de Cambio, Discipulado, OraciónEtiquetas: Agentes de Cambio, Disciplinas Devocionales, Vida Cristiana
You can comment below, or link to this permanent URL from your own site.
Deja un comentario