Montado en un burro

Lucas 19.28-44 DHHDK

Estoy seguro de que quienes participaron con Jesús de eso que llamamos la Entrada Triunfal a Jerusalén, estaban muy alegres y entusiasmados. Estaban convencidos de que vivían un momento histórico en el que la historia de Israel y la de cada uno de ellos habría de cambiar para bien. No pocos nos invitan para que también nosotros participemos de tal entusiasmo y tal alegría. Pero, en cierta manera, tenemos una desventaja que nos impide dejarnos llevar por el entusiasmo vivido en aquel momento. Nuestra desventaja es que conocemos el resto de la historia, sabemos lo que pasó después de aquel domingo.

Lo que sabemos nos dice que, si bien su alegría y entusiasmo eran sinceros, no fueron duraderos. Y, podemos entender que no lo fueron porque no tenían fundamento. No es que Jesús no fuera suficiente razón y fundamento para su alegría y entusiasmo. Lo que pasa es que se alegraron por Jesús sin alcanzar a comprenderlo, sin tener presente lo que él les había enseñado y, por lo tanto, a dejarse llevar por una emoción que respondía más a lo que querían ver que por lo que realmente estaba sucediendo.

Veían a Jesús entrando triunfalmente a Jerusalén, pero no se fijaron que venía montado en un burro. El relato bíblico nos indica que Jesús tuvo el cuidado de enviar un mensaje significativo con su decisión de entrar a Jerusalén montado en un burro. Siempre me ha parecido que el Señor tenía cuidado de los detalles que acompañaban sus actos. Por ejemplo, cuando curó al ciego con lodo hecho con su propia saliva. En el caso de su entrada Jerusalén el burro era todo un mensaje que revelaba el carácter del Reino de Dios.

Los habitantes de Jerusalén, como sus compatriotas, vivían una condición de opresión, injusticia y desesperanza provocados por su sumisión a Roma. Todo ello atentaba de manera profunda contra su identidad, eran el pueblo de Dios llamados para ser luz de las naciones y gobernar sobre ellas. Así que a la opresión militar, política y económica que sufrían, tenían que sumar la confusión y desesperanza provocadas por tal contradicción.

No sé si enfrentaban su frustración con esperanza o con deseos de venganza. Quizá lo hacían con una mezcla de ambos sentimientos. Anhelaban ser liberados y reivindicados. Es decir, esperaban que se acabara su condición de opresión y que se les hiciera justicia. No sólo querían recuperar su libertad sino su dignidad como el pueblo escogido de Dios. Muchos se rebelaron contra Roma y siguieron a caudillos que les prometían lograr lo que esperaban. El mismo Pedro formaba parte de un grupo independentista, una especie de guerrilla, que buscaba liberar a Israel del imperio romano.

Como suele suceder, cuando analizaban lo que vivían se auto victimizaban. Es decir, partían del principio de que lo que vivían era injusto, fruto del abuso de la poderosa Roma. Pero no se detenían a considerar las posibles causas espirituales, morales y sociales que habían facilitado el dominio romano sobre ellos. Sintiéndose víctimas culpaban al otro, y hasta a Dios, de su condición sin mayor autocrítica.

Por eso, me parece, estaban dispuestos a poner sus esperanzas y confianza en cualquiera que pareciera poder liberarlos del yugo romano. Creo que ello fue lo que los llevó a reconocer en Jesús al Rey que llegaba en el nombre (con la autoridad y el poder), de Dios mismo. Fijémonos que el título dado a Jesús por ellos, Rey, se convierte, paradójicamente, en el factor de controversia cuando, pocos días después, proclamaron que no tenían más rey que al cesar. Juan 19.15 Es decir, pasaron de proclamar a Jesús como su Rey, para terminar, haciendo suyo el dominio que les ofendía, lastimaba y humillaba, al reconocer que su rey era el césar.

¿Cómo puede explicarse tal cambio de actitud? Cómo la expresión ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor!, puede convertirse en tan pocos días en el crucifícalo, que la culpa de su muerte caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Mateo 27.25 Creo que podemos intentar comprender tal incongruencia si, como he propuesto, consideramos que cuando vieron a Jesús entrar a Jerusalén fueron movidos tanto por la esperanza como por sus deseos de venganza.

Es decir, animados por sus expectativas simplemente no pudieron mirar lo que estaban viendo. Mirar, dice el diccionario, es prestar atención a algo, pero también juzgar y entender. La multitud, aunque veía no entendía lo que Jesús, al montar en un burro, les estaba diciendo. Al no prestar atención a tan particular detalle no podía entender lo que Jesús les decía. Por eso es por lo que el Señor, en contraste con el gozo de la multitud, llora por ella y le dice: ¡Si en este día tú también entendieras lo que puede darte paz! Vs. 42

Jesús comprende la necesidad más profunda de Jerusalén, su paz. Comprende que tal necesidad es la que anima sus expectativas, sus deseos y entusiasmos. Pero, Jesús también se da cuenta de que, necesitando y anhelando tanto encontrar la paz, no pueden entender dónde y en quién está su paz. El llanto de Jesús se explica porque él sabe que al buscar su paz en lugares equivocados lo único que lograrán será su destrucción: Matarán a tus habitantes, y no dejaran en ti ni una piedra sobre otra. Todo porque no reconocieron el momento en que Dios vino a visitarlos.

Aquí podemos detenernos y preguntarnos qué tiene que ver esto con nosotros y con las personas de nuestros tiempos. En principio poder ver que vivimos un estado de cosas muy similar al que vivían los habitantes de Jerusalén. Política, social, económica y anímicamente, encontramos muchos paralelismos. Sobre todo, podemos identificar la existencia de eso que algunos llaman la necesidad existencial. La necesidad de ser, tener, hacer y estar. Aunque generalmente prestamos mayor atención al tener, hacer y estar, estos tres elementos están determinados por el ser de la persona.

He propuesto a ustedes que el problema de fondo de los habitantes de Jerusalén y de Israel todo, era un problema de identidad. Cada vez que veían a un soldado romano, cada vez que tenían que pagar un impuesto mayor, cada vez que tenían que agachar la cabeza ante el invasor, sabían que lo que vivían no era propio de ellos. Sabían que su realidad no correspondía a su ser.

Los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Ello da pertenencia, razón de ser y dirección a nuestra vida. Sabemos de dónde venimos y a dónde vamos, sabemos de quién somos y cuál es el propósito de nuestra vida. Pero como pasaba con los judíos, la opresión del pecado sobre las personas, las priva de su identidad, su identidad, su sentido de pertenencia y trascendencia en la vida. Podemos estar seguros de que detrás de toda tragedia humana hay una crisis espiritual que se traduce en la necesidad existencial.

Esta necesidad espiritual explica lo que hacemos, lo que nos esforzamos por tener, por hacer y a qué y a quienes queremos pertenecer. Como la muchedumbre de Jerusalén, animados por nuestras expectativas, nos inclinamos a llamar rey a quien nos parece que puede responder a las mismas. Pero, como caemos en el mismo error de los israelitas al no tomar en consideración la importancia espiritual de nuestro conflicto, corremos el riesgo de ver, pero no mirar.

Jesús, en efecto es el Rey de reyes y Señor de señores. Pero no al modo del que los habitantes de Jerusalén y muchos de entre nosotros, quisieran que fuera rey. Las expectativas nos llevan a crearnos ídolos a los que entregamos nuestra confianza, nuestra integridad, nuestro presente y nuestro futuro. Como los jerosolimitanos que hicieron de Jesús el ídolo que podría liberarlos del yugo romano. Todo por no mirar que Jesús montaba un burro.

En los usos y costumbres orientales, cuando un rey entraba a una ciudad montando un burro, estaba diciendo a los habitantes de la misma que venía en son de paz, que les traía paz. La paz que recuperaría su integridad como sociedad y como individuos. Jesús anuncia, montando un burro, que la paz verdadera, la verdadera recuperación de la identidad como hijos de Dios y con ello todo lo que les era propio, había llegado en su persona. Se reconocía a sí mismo como Rey, sí, pero como lo indicó una y otra vez, su reino no es de este mundo. Es decir, su orden es diferente al orden del pecado en el que la opresión, la humillación, la falta de sentido, el temor, etc., son lo que le caracteriza.

En nuestros días son muchos los que se acercan a Dios desde su perspectiva, con sus expectativas, dando así a Dios la forma que desean que él tenga. Así, si es quien ellos quieren que sea, entonces hará lo que ellos quieren que haga. Pero Jesús es el Señor y por lo tanto está más allá de perspectivas y expectativas. Nos llama a que salgamos del orden que nos ha degradado para que vivamos él y en el orden de Dios. Es decir, para que vivamos la plenitud de la vida.

Poner nuestras esperanzas en el Jesús que queremos ver y no en el que miramos, el no entender quién es Jesús y qué es lo que él nos trae, nos lleva de Jerusalén al Gólgota. Del ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! Al crucifícalo, crucifícalo. Es decir, de la búsqueda sincera y emocionada de lo que vemos al rechazo del Señor al que no miramos.

Semana Santa es un tiempo apropiado para que vayamos al encuentro del Jesús que monta un burro. Para que nos deshagamos de nuestras ideas preconcebidas de Dios, de su Reino, de su llamado, de su santidad y a que entendamos lo que significa que Dios se haya hecho hombre en Jesucristo para darnos libertad, paz y vida abundante. Esto requiere más que de nuestra emoción, de nuestra atención. Del ir a su Palabra, repasar con cuidado su evangelio y buscarlo en oración confiada y persistente. Del decidirnos a reconocerlo con nuestro Señor y Salvador.

Dios no juega a las escondidas, ha dicho alguien. Así como Jesús entró públicamente a Jerusalén anunciando la llegada de su Reino, así el viene a nuestras vidas de manera evidente para darnos a conocer lo que nos trae la paz, su paz. Si prestamos atención, si miramos, podemos entender lo que Dios nos está diciendo y a lo que nos está llamando. Podemos entender que Jesús ha venido para destruir las obras del diablo y para darnos vida eterna, vida abundante.

A esto los animo, a esto los convoco.

Explore posts in the same categories: Domingo de Palmas, Semana Santa

Etiquetas: , ,

You can comment below, or link to this permanent URL from your own site.

Deja un comentario